A través de los siglos han ido surgiendo y desapareciendo, no solo distintas modas, sino diferentes maneras de entender y valorar la belleza femenina. En la actualidad se lleva un modelo de mujer excesivamente perfecto y con volúmenes que no suelen aparecer en la naturaleza. La publicidad nos muestra a menudo, mujeres con unos pechos excesivamente grandes y erguidos junto con unos cuerpos enjutos con los que no suelen guardar la debida proporción. También podemos hablar del furor por un rostro perfecto en el que ambos perfiles sean simétricos y que a su vez esté dotado de unos pómulos rellenos y jugosos. Como muy pocas cuentan con estos dones de fábrica, se recurre a la cirugía estética. Verdaderamente, estamos en un tiempo en el que cierta belleza física se puede comprar, aunque esta noción es algo infinitamente más complejo ya que está compuesta por una serie de elementos ante los que la aguja o el bisturí tienen poco que hacer. La belleza es un compendio de virtudes tanto físicas como psíquicas que armonizan.

Sin más preámbulos pasamos a tratar el asunto del escote femenino. En España, nación pudibunda donde las haya, el escote no estaba bien visto allá por los siglos XVI y XVII. Las damas lo llevaban cubierto generalmente por el mismo traje, o por medio de una valona o una pañoleta. Hasta aquí no hay nada de particular. Lo que desde nuestra perspectiva actual asombra, es que el pecho se disimulaba tanto como fuera posible por lo que las líneas de la silueta femenina quedaban disfrazadas. Para alcanzar esta finalidad se usaban los llamados cartones de pecho que consistían en una faja que se llevaba desde la cintura al pecho. Se podían fabricar de distintas maneras, por ejemplo a base de una serie de tablillas forradas con cuero que se colocaban delante del pecho para aplastarlo o por medio de un cartón engomado colocado entre la tela y el forro. Su objetivo era ocultar las formas además de conseguir una cintura lo más estrecha posible. Esta costumbre llegó hasta finales del siglo XVII, tal y como afirma la viajera francesa madame de Aulnoy en su obra Relación del viaje de España: “Entre ellas es un bello detalles no tener pechos, y toman precauciones desde muy pronto para evitar su desarrollo. Cuando el seno comienza a formarse se colocan encima pequeñas placas de plomo y se vendan como se faja a los niños”. Los retratos de la época son muy elocuentes en este sentido, ya que nos presentan a damas con torsos absolutamente planos en los que no se atisba ni el más mínimo volumen.

Volviendo a lo caprichoso de la moda, llegamos al siglo XVIII y la mujer española comienza a vestir a la francesa, es decir, a la manera internacional. Con la nueva indumentaria llegaron unos escotes despejados que escandalizaron a moralistas, teólogos y religiosos. En este sentido, recogemos la carta pastoral del obispo de Cartagena, publicada en Murcia en 1711, cuyo contenido versaba sobre los excesos que a su juicio se estaban cometiendo en materia de indumentaria. El texto es de lo más elocuente: “(…) jubones escotados ninguna mujer los puede traer, salvo las que públicamente ganan con sus cuerpos las cuales los pueden traer con los pechos descubiertos, y a todas las demás se les prohíbe dicho traje”. La carta critica enconadamente la nueva moda, excesivamente caprichosa, que obliga a los maridos a gastar tanto que muchos acaban endeudándose, lo que termina menoscabando la armonía familiar.

La mujer, desde que Eva comió de la manzana, ha sido vista como la culpable de infinitos pecados, el obispo afirma: “(…) conociendo el demonio que una mujer adornada mata muchas almas, intriga a las mujeres a que se adornen, pero que su adorno afila la espada de su atractivo…por ser el adorno el instrumento más eficaz para provocar la concupiscencia, y lazo para coger las almas”. Por lo tanto, la que se ornamentara para provocar deseo en el hombre cometía pecado mortal. El prelado proponía una serie de reglas que debían observarse, entre las cuales figuraba la prohibición al bello sexo de mostrar el escote, los brazos y los pies. Ni que decir tiene que todo quedó en papel mojado, la mujer en el siglo XVIII comenzó a mostrar sus encantos y ya no hubo vuelta atrás.

Genial Barbara!!!! lo mejor, lo del Obispo de Cartagena «salvo las que públicamente ganan con sus cuerpos las cuales los pueden traer con los pechos descubiertos», a las putas se les permitía todo.
La carta pastoral del obispo de Cartagena es increíble. La llegada de los escotes en el siglo XVIII debió de ser un auténtico escándalo.Lo de no incluir a las prostitutas en la prohibición tiene toda la lógica al comprender que se trataba de una profesión que tenía otros parámetros. Muchas gracias Manolo.
Gracias! Muy interesante.
Gracias a ti por leerme. Un saludo.
Buenas tardes Bárbara, he visto la entrevista que hoy 03 de nov de 2014 le han hecho en canal sur y es muy interesante, me encantaría poder contactar con Vd ya que cada año la asociación poética L’Almazara de dos hermanas hace un recital de poesía erótica y me parece muy acertado que podríamos hacerlo el curso siguiente sobre el escote en el erotismo y vd nos podría ser de mucha utilidad incluso si se tercia poder dar una pequeña conferencia ese día sobre el escote en la mujer y en el erotismo.
muchas gracias
Antonio Rojas
Perdone mi tardanza en contestar, se me pasó su comentario. Mi estudio se basa fundamentalmente en la moda en los siglos XVII y XVIII. Es verdad que en el siglo XVIII el escote tiene un protagonismo fundamental. Muchas gracias por su comentario. Para comentar su propuesta mi correo es barbarar07@yahoo.es
Como siempre tan interesante…. gracias Barbara.
El asunto de las modas a través de los siglos es, desde luego, muy peculiar. Muchas gracias a ti May. Un fuerte abrazo.