
A comienzos del reinado de Carlos III se produjeron una serie de revueltas populares en toda España a causa de un bando publicado en 1766 sobre la prohibición del uso de unas determinadas prendas de vestir, en concreto las grandes capas y el sombrero de ala ancha también conocido como chambergo. Anteriormente ya se habían dictado varias prohibiciones sobre llevar la cara tapada, concretamente el bando del 9 de julio de 1716 repetido en 1723, 1729, 1740 y 1745 prohibía expresamente llevar oculto en rostro:
“Ninguna persona de qualquier estado, calidad o distinción u de fuero militar u otro alguno, sea osado de andar embozado por esta Corte, tanto con montera como con gorro calado y sombrero, u otro qualquier género de embozo que oculte el rostro, especialmente en los corrales de comedias”.
El bando del 10 de marzo de 1766 pretendía el abandono de las capas largas y los sombreros de ala ancha, indumentaria propia de los delincuentes:
“quiero y mando que toda la gente civil… y sus domésticos y criados que no traigan librea de las que se usan, usen precisamente de capa corta (que a lo menos les falta una cuarta para llegar al suelo) o de redingot o capingot y de peluquín o de pelo propio y sombrero de tres picos, de forma que de ningún modo vayan embozados ni oculten el rostro; y por lo que toca a los menestrales y todos los demás del pueblo (que no puedan vestirse de militar), aunque usen de la capa, sea precisamente con sombrero de tres picos o montera de las permitidas al pueblo ínfimo y más pobre y mendigo, bajo de la pena por la primera vez de seis ducados o doce días de cárcel, por la segunda doce ducados o veinticuatro días de cárcel… aplicadas las penas pecuniarias por mitad a los pobres de la cárcel y ministros que hicieren la aprehensión”.

La hambruna se extendía debido a la escalada de precios de los productos básicos, el pan duplicó su precio en cinco años. Los salarios eran bajos, la paga media de un peón era de 4 reales diarios, por tanto con esta mísera cantidad sólo se podía hacer con tres piezas de pan. Las crisis de subsistencia pasadas permanecían en la memoria colectiva y existía una profunda animadversión hacia los ministros extranjeros que vinieron con Carlos III de Nápoles, ya que las medidas económicas emprendidas no aliviaron la carestía de los sectores más desfavorecidos. Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache (1699-1785), trató de mejorar la ausencia de infraestructuras de la capital de España considerada en aquel momento la más sucia de Europa. Madrid precisaba de reformas urgentes: alumbrado, pozos sépticos, aceras, basuras y un largo etcétera. El gobierno pretendía terminar con el uso de la capa larga y el chambergo, ya que los delincuentes los utilizaban para encubrirse; el objetivo del gobierno era preservar el orden público y modernizar a una sociedad anquilosada. En este sentido recogemos un extracto de Meditaciones sobre la sociedad española de Julián Marías:
“Es sabido que desde tiempo atrás el Gobierno español deseaba transformar muchas cosas de la vida nacional, y una de ellas era la manera de vestirse de las clases populares, sobre todo de los madrileños. Las capas enormemente largas, que permitían un concienzudo embozo bajo el cual todos podían esconderse; los grandes sombrerazos de ala anchísima, el llamado sombrero gacho o, mejor, chambergo, que ejercía una demasiado eficaz protección y vertía impenetrable sombra sobre el rostro. El rey Carlos III, a la vez que establecía, no sin protestas, el alumbrado público, quería levantar las alas que ocultaban los rostros de sus vasallos: el espíritu de la Ilustración, de las luces, por ser verdaderamente sincero -la gran fe de la época- descendía a los detalles más materiales y humildes. Yo pienso que estas razones utilitarias -seguridad pública, conveniencia de que se pudiera reconocer a los delincuentes- no eran más que apariencia: la justificación “objetiva” de otras razones más hondas, “estéticas”, “estilísticas”: los hombres del Gobierno de Carlos III sin duda sentían malestar ante aquellos hombres tan de otro tiempo, tan distintos de lo que se usaba en otras partes, tan arcaicos. Yo creo que la aversión a la capa larga y al chambergo era una manifestación epidérmica de la sensibilidad europeísta y actualísima de aquellos hombres que sentían la pasión de sus dos verdaderas patrias: Europa, y el siglo XVIII”.

El 10 de marzo de 1766, las calles de Madrid se vieron salpicadas con carteles que prohibían a la población el uso de la capa y el sombrero. Estalló el motín, la plebe destruyó miles de farolas que se acababan de colocar, asaltaron y saquearon la residencia de Esquilache (la llamada Casa de las Siete Chimeneas, en la actualidad una sede del Ministerio de Cultura), yendo hasta las misma puertas del Palacio Real a pedir cuentas al rey. La revuelta tuvo una significación más profunda de lo que se le atribuye ya que los pasquines contra el bando ministerial se vieron en ciento veintiséis localidades, de entre las cuales treinta y nueve sufrieron revueltas. Las autoridades, para convencer a la población, se habían hecho eco de que la capa “a la española” siempre había sido corta y no larga, por lo tanto convenía continuar con esta tradición.

Según Martí Gilabert en Carlos III y la política religiosa:
“El motín no había sido pues un hecho accidental, sino que hubo una dirección inteligente y un propósito político que repercutió en varias provincias. Hubo plan, organización y objeto. En las distintas versiones antiguas del suceso se insiste en que el alboroto no estalló de improviso quien ha movido esto es gente muy rica». Se ha subrayado el sentido religioso del motín y que quisieron defender la religión, que en su opinión iba decadente. Se dijo que semejantes bullicios no sólo eran lícitos, sino meritorios, y que algunos de los heridos llevados a los hospitales, no quisieron confesarse porque morían mártires y tenían la salvación asegurada».
Por tanto, no todo fueron parabienes durante el reinado de Carlos III. El rey, desconcertado por la situación, recibió a los amotinados escuchando sus quejas y reclamaciones; pero más tarde abandonó Madrid y se fue a Aranjuez en mitad de la noche, lo cual no hizo sino volver a encender los ánimos. Esquilache fue destituido y se colocó al conde de Aranda en su lugar. Las aguas volvieron poco a poco a su cauce, tanto en Madrid como en otras ciudades del país donde se habían producido levantamientos, en algunos casos con resultado de muerte. Aún así estamos ante un episodio reseñable en la historia de España: el pueblo salió a las calles a clamar por sus derechos en una fecha tan temprana como 1766.


Ya esperando
¡Ya pensando!
Muy interesante!!!!! Barbara!
Muchas gracias Manolo. Un abrazo.