«Consideran a esta nación muy envanecida y altiva, pero en el fondo no lo es tanto como lo parece; su traza, sin duda, engaña, y cuando se la frecuenta no encuentran en ella tanta gloria como se imaginan, y reconocen que es un vicio que le viene más bien de una falsa moral que de un temperamento insolente u orgulloso. Creen que es grandeza de alma al aparecer fanfarrona en sus gestos y en sus palabras; y el mal está en que, viajando muy poco, no tienen medio de depurarse de este defecto, que les viene con la leche que maman y el sol que les alumbra.

Por otra parte, se encuentran tantos españoles ignorantes, que no creen que haya otras tierras más que las de España, ni otra ciudad más que Madrid, ni otro rey más que el suyo. Cuando hablo yo de españoles ignorantes quiero hablar de esos buenos y puros castellanos que, no habiendo abandonado su hogar, no saben si Amsterdam está en las Indias o en Europa. Mas por ese puro castellano no quiero aludir al simple burgués y al pobre campesino. La nobleza y los grandes no salen apenas de Madrid. No van ni a la guerra, ni a los países extranjeros si no se le dan cargos o si no los envían allí.

Cuando hablan de los grandes gastos de los españoles y tratan de averiguar cómo se arruinan, puesto que no se ve demasiada pompa ni demasiado lujo entre ellos y no van a los ejércitos, todos los que han permanecido y vivido en Madrid aseguran que son las mujeres las que arruinan la mayor parte de las casas. No hay nadie que no mantenga su dama y que no dé en el amor de alguna prostituta. Y así como no las hay más ingeniosas en Europa, no las hay mas descocadas y que entiendan mejor ese maldito oficio; en cuanto hay alguno que cae en sus redes lo despluman de una bella manera. Necesitan faldas de treinta doblones (que llaman guardapiés), trajes de precio, pedrerías, carrozas y muebles. Y es una falsa generosidad, entre esa nación, la de no ahorrar nada para el sexo. Aseguran que el almirante de Castilla, que es de los más acomodados, ha hecho dar de una sola vez a una de esas tunantas 80.000 escudos. Un Pallavicini, de Génova asegura que un capricho le costó, no hace mucho tiempo, 2.000 escudos, y que viendo que la fulana con la que estaba metido era de las que iban para largo, la abandonó sin haber obtenido nada de ella.»


Antonio de Brunel. Viaje a España, curioso, histórico y político. 1655. París.
Muy divertido
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Muchas gracias Manolo.