La globalización, que disfrutamos o padecemos según se mire, nos permite acceder a los mismos productos a lo largo y ancho del globo. Ya nos encontremos en París, Pekín o México podemos comprar idénticas prendas, ya de marcas exclusivas como de “low cost”. Este fenómeno ha traído consigo una cierta homogeneidad en el vestir, a pesar de cambiar de país o incluso de continente. La moda ejerce su tiranía mutando con extraordinaria rapidez, y aunque en la actualidad han cambiado los códigos, siempre hay señales que nos permiten conocer el estatus de una persona a través de su aspecto exterior. En palabras de Balzac: “La indumentaria es, a la vez, una ciencia, un arte, un hábito y una predisposición natural.”

Hasta principios del siglo XX la realeza y la alta nobleza desplegaron un gran lujo en su atavío, no solo eran reyes o duques sino que debían parecerlo y mostrarlo a través de su imagen. Llegados al siglo XXI la tendencia se ha invertido y comprobamos que el fenómeno de la moda a precios asequibles ha irrumpido en los armarios, no solo de la clase media, sino también de las familias reales. Kate Milddelton al día siguiente de su boda con el príncipe Guillermo, apareció luciendo un discreto vestido azul de Zara. Rápidamente la prensa española se hizo eco de ello. La sencillez de la que hacen gala, en ocasiones, algunas reinas y princesas es un fenómeno reciente, que a mi juicio está en estrecha relación con los regímenes democráticos y con el propósito de ofrecer una imagen de cercanía.

Volviendo al asunto del lujo en la indumentaria, damos un salto en el tiempo para llegar a la España de 1517. Carlos I acaba de desembarcar para hacerse cargo de la Corona. Hijo primogénito de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, el rey guerrero nació en Gante el 24 de febrero de 1500. Carlos era un hombre muy joven que había llegado con sus propios usos en el vestir, trayendo consigo influencias flamencas, francesas y alemanas. Según la historiadora Carmen Bernis: “La conciencia de que existía un traje nacional era ya clara entre los españoles al comenzar el siglo XVI. Cuando Carlos de Austria hizo su primera entrada en la península en el año 1517, para los españoles era un extranjero. Lo era por su educación, por su lengua, pero lo era también por su traje”. Carlos I fue jurado rey por las Cortes de Castilla en 1518, el magno acontecimiento se celebró en Valladolid. Entre los requerimientos que le hicieron sus súbditos se le instaba a aprender el castellano y a prohibir la salida de metales preciosos y caballos. Otra de las peticiones que recibió fue la relativa al abuso generalizado de telas y adornos suntuarios como brocados, sedas e hilos de oro y plata; ya se pretendía controlar el excesivo gasto. A lo largo de los siglos XVI y XVII se dictaron diversas pragmáticas con el fin de erradicar el lujo en los vestidos. Se trataba de moderar el gasto y de proteger y potenciar la industria textil nacional.

Estamos en pleno Renacimiento, surge el individualismo y se desata una pasión por el lujo en el vestir de las cortes europeas, siendo en opinión de los especialistas, una de las épocas que ha concedido mayor importancia a la indumentaria. Este fenómeno se dio muy particularmente en España. El ejemplo más palpable, fue la comitiva que acompañó a Carlos I en su coronación como Sacro Emperador Romano Germánico en Bolonia el 24 de febrero de 1530. Según relatan algunas crónicas los grandes nobles españoles dejaron a toda Europa estupefacta por la suntuosidad de sus trajes, confeccionados con telas de oro y plata y cuajados de perlas y piedras preciosas

En palabras de Antonio Domínguez Ortiz: “El español es dado al fasto y al derroche; a gastar lo que no tiene y a endeudarse con tal de llevar el tren de vida que considera merece”. Felipe II optó por una imagen de elegancia sin estridencias, pero en el reinado de su hijo Felipe III se cometieron desmanes en lo relativo al gasto en indumentaria. Fue el momento de las enormes lechuguillas. Según cuenta Max von Boehn, la extravagancia llegó a tal límite que los mangos de las cucharas debieron alargarse para poder comer, ya que el diámetro de algunas gorgueras fue absolutamente desproporcionado.

Durante el reinado de Felipe IV se prohibió el uso de oro y plata en los vestidos y la seda para la indumentaria masculina. El rey era muy sencillo en su atavío y comenzó a usar una simple valona prohibiendo los cuellos de encaje. En febrero de 1623 se crearon los Capítulos de Reformación cuyo objetivo era: “Remediar el abuso y desorden de los trajes, porque junto con consumir vanamente muchos sus caudales y ofenden las buenas costumbres”. La pragmática prohibía a los hombres usar capas, ferreruelos, bohemios, ni balandranes de seda, únicamente se permitían el paño y la raja o algunos tejidos ligeros, pero todo sin nada de seda y fabricado en España. También se prohibieron las lechuguillas y la profesión de abridor de cuellos.

Las pragmáticas eran muy exhaustivas en cuanto a los tipos de tela permitidos. El Estado debía tener un férreo control de las importaciones, de tal manera que el género que entrara al país se ajustara a lo previsto en la ley. Sólo en época de Carlos II se dictaron pragmáticas sobre el particular en 1674, 1677, 1684 y 1691. A pesar de estas medidas tan estrictas la cuestión no se resolvió, se ve que los españoles eran ya bastante poco amigos del cumplimiento de las normas y muy dados a la opulencia.

Interesantísimo , cultura bien explicada y contada.
Gracias
Muchas gracias por tu comentario. Un cordial saludo.