La mantilla y el abanico de las españolas


Giuseppe Canella. Vista del Paseo del Prado y de la Calle Atocha. 1925. Museo de Historia de Madrid.
Giuseppe Canella. Vista del Paseo del Prado y de la Calle Atocha. 1825. Museo de Historia de Madrid. 

          “El Prado ofrece un golpe de vista animadísimo, y como paseo es, desde luego, uno de los más bellos del mundo, principalmente por la afluencia de gente que por él circula todas las tardes de siete y media a diez. El sitio, sin embargo, es muy vulgar a pesar de los esfuerzos de Carlos III por embellecerlo. En el Prado se ven pocas mujeres con sombrero; sólo van con mantilla. Y yo creía que la mantilla española era una ficción en las novelas de Creval de Charlemagne, pero ahora veo que son verdad; suelen ser de encaje blanco o negro, más frecuente negro y se adhieren a la parte posterior de la cabeza sobre la peineta; el tocado lo complementan unas flores a los lados de la frente, adorno que resulta encantador. Con una mantilla, una mujer que no resulte bonita tiene que ser más fea que las virtudes teologales.

Francisco de Goya. Joven con mantilla y basquiña. National Gallery of Art. Washington
Francisco de Goya. Joven con mantilla y basquiña. 1800-1805.  National Gallery of Art. Washington.

         La mantilla es la única prenda de la mujer verdaderamente española. Lo demás sigue la moda francesa. El traje tradicional es el más adecuado para el carácter y costumbres de las españolas. Ahora tiene una pretensión de parisianismo que el abanico corrige en gran parte. Todavía no he visto una mujer sin abanico en este país; las he visto que llevaban zapatos de raso sin medias, pero no sin abanico; el abanico las acompaña a todas partes, incluso a las iglesias, donde se ven mujeres sentadas o arrodilladas, viejas o jóvenes, que rezan y se abanican con fervor santiguándose de vez en cuando, según uso español: rápido y preciso, digno de soldados prusianos y mucho más complicado que el nuestro. En Francia se desconoce por completo el arte del abanico.

Raimundo de Madrazo. Aline Masson, con mantilla blanca. Hacia 1875. Museo Nacional del Prado.
Raimundo de Madrazo. Aline Masson, con mantilla blanca. Hacia 1875. Museo Nacional del Prado. Madrid.

          Las españolas lo realizan a maravilla. Entre sus manos juega, se abre y se cierra con tal viveza y velocidad que no lo haría mejor un prestidigitador. Hay magníficas colecciones de abanicos. Recuerdo una que constaba de más de cien de diferentes clases; los había de todos los países y de todos los, tiempos; de marfil, de nácar, de sándalo, de lentejuelas, con acuarelas de la época de Luis XIV y de Luis XV, de papel de arroz, del Japón y de la China. Algunos cuajados de rubíes, de diamantes y de piedras preciosas mostraban, además, buen gusto en su lujo y justificaban esta manía del abanico, que es encantadora para una mujer bonita. Los abanicos, al abrirse y cerrarse, producen una especie de rumor, que constantemente repetido compone una nota flotante en todo el Paseo, que para el oído francés constituye un ruido original. Cuando una mujer se encuentra a algún conocido le hace una seña con el abanico al mismo tiempo que le dice la palabra abur.

Abanico español. Mediados siglo XIX. Colección particular.
                                       Abanico español. Mediados siglo XIX. Colección particular.

          Ahora es preciso que digamos algo de las bellezas españolas. Lo que nosotros consideramos en Francia como el tipo español no existe en España, o por lo menos, yo no lo he visto. Al hablar de mantilla y mujer nos imaginamos un rostro largo y pálido de grandes ojos negros, con curvas y finas cejas de terciopelo, nariz un poco arqueada y labios rojos como una granada; todo ello con un tono cálido y dorado, semejante al que alude aquel romance: Elle est jaune comme une orange.

Joaquín Sorolla y Bastida. Cabeza de mujer con mantilla blanca. Hacia 1882. Museo Nacional del Prado. Madrid.
Joaquín Sorolla y Bastida. Cabeza de mujer con mantilla blanca. Hacia 1882. Museo Nacional del Prado. Madrid.

          Este tipo es más bien árabe que español. Las madrileñas son encantadoras, en toda la amplitud de la palabra; de cada cuatro, tres son bonitas; pero no responden a la imagen que nosotros podemos formar. Son pequeñas, lindas y bien formadas; frágiles de cintura, pie diminuto y hermoso pecho; pero la piel es demasiado blanca; los rasgos, por delicados, se acentúan poco; los labios, en forma de corazón, dan al conjunto una similitud con los retratos característicos de la época Regencia. Muchas tienen el pelo castaño claro y no es difícil, al dar un par de vueltas por el Prado, encontrar siete u ocho clases de rubias, de todos los matices, desde el rubio grisáceo al rojo fuerte, el rojo de la barba de Carlos V. En España hay rubias; sería erróneo no creerlo así. También abundan los ojos azules; pero gustan menos que los negros.

Manuel Cabral Aguado Bejarano. Maja con abanico rojo. 1885.Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. Málaga.
Manuel Cabral Aguado Bejarano. Maja con abanico rojo. 1885. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. Málaga.

          Nos costó cierto trabajo acostumbrarnos a ver mujeres escotadas como para ir a un baile, con los brazos desnudos, zapatos de raso, el abanico y las flores. Y más, verlas así en un sitio público, paseándose sin dar el brazo a ningún hombre; aquí esto no es costumbre, a no tratarse de un pariente cercano o del marido. Se contentan solamente con ir a su lado, al menos durante el día, pues de noche parece que la etiqueta es menos rigurosa, particularmente con los extranjeros que no pueden conocerla muy bien …”

Abanico español. 1875-1899. Fidm Museum. Los Ángeles.
Abanico español. 1875-1899. Fidm Museum. Los Ángeles.

Teófilo Gautier. Viaje por España. 1845.

En 1840 el escritor y periodista francés Teófilo Gautier (1811-1872) realizó un periplo por nuestro país. Fruto de la experiencia escribió Viaje por España, un fascinante relato en el que fue desgranando las vivencias e impresiones de los lugares que visitó. Gautier nos habla del clima, los transportes, la comida, los toros, los monumentos, las costumbres y un sinfín de detalles y curiosidades. El libro fue publicado en París en 1843.

5 Comentarios

  1. Manuel Domínguez dice:

    Buen trabajo.

    1. Bárbara dice:

      Muchas gracias. Es un libro muy interesante.

  2. Rafael dice:

    El texto es conocido, pero al ir acompañado de ilustraciones tan excelentes y bien escogidas, parece incluso mejor. Gracias a Bárbara ello es posible en cada entrada de este espléndido blog.
    Una pregunta que me gustaría dirigirle, si tiene a bien contestar: se habla en el texto del extraordinario uso del abanico por las españolas, pero ¿qué le parece la moda actual de que también lo usen los hombres? ¿le parece apropiado que lo exhibamos en público?

  3. Bárbara dice:

    Muchas gracias por su comentario. Antiguamente los hombres usaban abanico, aunque eran piezas de menor tamaño que el femenino. Cuando hace un calor excesivo me parece razonable que los señores los usen.
    Un cordial saludo.

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