
“Páginas atrás nos hemos ocupado de Sevilla como centro neurálgico comercial, náutico e institucional del monopolio establecido por la corona en relación con las Indias. Ahora daremos algunas referencias sobre la ciudad que puedan explicar por qué Sevilla desempeñó tan importante papel, propiciado por la importancia comercial y marítima que ya había adquirido antes del siglo XV, solo superada por Cádiz, que desarrollaba un activo comercio mediterráneo y atlántico. El apoyo real a partir del descubrimiento de América la situará privilegiadamente en las nuevas perspectivas que se abrían para Castilla y para la corona, convirtiéndose en la pieza clave del entramado que poco a poco se levantaba para ser la ciudad que dominara y controlara el monopolio creado por entonces, papel que conservará hasta ser desplazado por Cádiz, ya en el siglo XVIII.

Del siglo XIV al XVI Sevilla es una de las ciudades más importantes de los reinos españoles, si no la más importante. Su crecimiento fue sustancial, pues de 15.000 habitantes en 1431, a comienzos del siglo XVI había pasado a unos 40.000, dejando muy atrás a los otros núcleos urbanos y fondeaderos atlánticos, pues el Puerto de Santa María poseía unos 6.500 habitantes, Huelva, Sanlúcar de Barrameda, Moguer, y Ayamonte contaban con unos 4.500 cada una y a Cádiz no le había llegado la hora de competir con Sevilla, que en 1588 ya tenía 121.000 habitantes, lo que se debió en gran manera al comercio monopolístico con las Indias; no en vano en su Casa de la Moneda se acuñaron la mayor parte de los metales preciosos que llegaron de América, convirtiéndose en un polo de atracción demográfico, donde se daban cita marineros, banqueros, comerciantes, pícaros, artesanos, geógrafos, cosmógrafos, armadores, etc.

En el transcurso de esta centuria Sevilla tuvo que hacer un uso creciente de sus antepuertos: Sanlúcar de Barrameda, Cádiz y los puertos de Canarias. De ahí que P. Chaunu lo denomine complejo portuario «canario-andaluz». Esta área geográfica controló, junto con Lisboa, la inmensa mayoría de las relaciones de Europa con América, África, el Océano Indico y el Extremo Oriente durante el siglo XVI; y en relación con la América hispánica, acaparó por sí sola la casi totalidad de los intercambios.
Los comerciantes constituían un grupo singular, pues además de los naturales de los reinos españoles (sevillanos, castellanos y vascos predominaban) había todas las nacionalidades participantes en el tráfico indiano, especialmente flamencos, portugueses, italianos, alemanes e ingleses, que llevaban a Sevilla productos de sus países haciéndose notar, ostensiblemente en ocasiones, en la ciudad.

Entre el 7 de octubre y el 19 de noviembre de 1597, es decir, en un mes y medio, llegaron al Guadalquivir 97 navíos: la mitad de Hamburgo y villas hanseáticas, los otros de Francia, Escocia, Escandinavia y Holanda. A fines del siglo XVI eran famosas las tiendas lujosas de la Alcaicería en donde se conseguían cristales, perlas, telas finas, perfumes, esmaltes, corales y piedras preciosas.
Incluso antes de 1597, ya se veían en Sevilla:
Ropetas italianas, chamarras saonesas, capas lombardas con collares altas, ropetas inglesas, sayos sin pliegues de Hungría, ropetas cerradas que se visten por el ruedo llamadas salta en barca, tomadas de las que se traen en el mar. Usan chapeletes, que son sombreros chicos y hondos, chamarras angostas y largas hasta el suelo que es a vista de turco, calzas de muy gran primor, enteras a la espalda, picadas a la flamenca y cortadas a la alemana.

La afluencia humana se tradujo en el crecimiento urbanístico desde la Torre del Oro hasta la puerta de Triana, donde se levantan la Aduana y la Casa de la Moneda, al tiempo que Triana se convierte en el barrio industrial y marinero, mientras cargadores y corredores de Indias se agrupan en corporaciones para defender sus intereses y los mareantes lo hacen en su Universidad.

Desde el alto Guadalquivir le llegaban las maderas y su entorno era un rico productor de trigo, vino y aceite, tan necesarios en el avituallamiento de los navíos. También poseía una gran riqueza ganadera, que proporcionaba carne, cuero y lanas. Además, se potenció alrededor de la ciudad la infraestructura para proporcionar agua a los molinos donde producir harina y floreció la producción manufacturera. Todo ello al socaire de la demanda de las Flotas de Indias, aunque en la producción de armas, artillería y pólvora no pudo igualar a la cantábrica. El arenal se convirtió en el lugar donde se construían y reparaban navíos, sobre los que crecía la demanda para mantener las comunicaciones con América.

El que todas las mercancías que salían hacia las Indias lo hicieran desde Sevilla favoreció la industria ciudadana, pero también causó el encarecimiento de los productos como consecuencia de la afluencia de metales preciosos. No obstante, conocieron un gran desarrollo las industrias artesanales, los molinos de pólvora trianeros, el gremio de los espaderos y, sobre todo, la industria naval, que arrancó desde la toma de la ciudad por Fernando III el Santo en 1248, construyendo barcos de pequeño calado y muy marineros y recibiendo un gran impulso con la creación de astilleros en Triana. Pero en Sevilla faltaba la tradición para hacer barcos capaces de afrontar las aguas profundas del océano, razón por la que a finales del siglo XVI, en pos de garantías adecuadas, se prohíbe el registro de naves para las Indias construidas en Sevilla, Sanlúcar, Cádiz, Puerto de Santa María, condado de Niebla, marquesado de Gibraleón y Ayamonte. En consecuencia, la actividad industrial naval sevillana más específica fue la reparación de naves, lo que concentró gran numero de carpinteros de ribera, careneros y calafates.

Como hemos dicho, la actividad que se desarrollaba en la ciudad la convirtió en un polo de atracción demográfica. Allí llegaban gentes de toda condición y procedencia por motivos muy diversos: encontrar un oficio, ganar dinero, enrolarse en alguna tripulación, medrar…y no faltaban mendigos, truhanes, estafadores, pícaros…Ese variopinto mundo que, por ejemplo, Cervantes nos muestra en su novela Rinconete y Cortadillo. Precisamente por entonces, hacia 1600, un visitante escribía que los sevillanos se parecían a las piezas de ajedrez, pues había tantos negros como blancos y en 1526 coincidían en destacar una peculiaridad de la ciudad Pedro Mártir de Anglería («salen de ellas tantos hombres para las Indias, que dejan la ciudad poco poblada y casi en manos de las mujeres») y el embajador veneciano Andrea Navagiero («la ciudad se halla poco poblada y casi en poder de las mujeres»), que, por otra parte, es uno de los que señalan una realidad de la navegación por el Guadalquivir, favorecedora del paso de la barra y del acceso al puerto sevillano: « El Guadalquivir es navegable hasta el puente para barcos grandes y la marea sube hasta dos leguas más allá de Sevilla, haciendo retroceder el río con gran ímpetu, con lo cual se facilita la entrada de naves».

El siglo XVII supone para Sevilla una nueva situación como consecuencia de la evolución comercial, entorpecida por la excesiva carga fiscal. Pero además, la ciudad hispalense soportó otras circunstancias adversas, como las riadas, frecuentes y peligrosas –entre 1587 y 1696 hubo dieciséis–, que dificultaban a los comerciantes pagar sus derechos con puntualidad, teniendo que solicitar moratorias a la Real Hacienda. Mucho peor para la ciudad fue la epidemia de peste de 1649, que causó unas 60.000 muertes, la mitad de la población, poco más o menos. Las consecuencias fueron terribles. Barrios enteros quedaron vacíos. Zonas urbanas se convirtieron en huertas y descampados. A sus efectos hay que añadir otros azotes, que se suceden hasta comienzos del siglo siguiente: las ya citadas inundaciones, sequías, motines, malas cosechas, etc. Muchos comerciantes emigraron y no pocos de ellos se asentaron en Cádiz. Los fundamentos de la prosperidad sevillana quedaron muy afectados y la población de la ciudad, reducida a 80.000 habitantes, a lo que hay que añadir que las dificultades en aumento del tráfico indiano se mantendrían en ese nivel hasta los inicios del siglo XIX. En plena decadencia, en 1682, comienza la construcción de la nueva sede de la Universidad de Mareantes, lo que sería el Palacio de San Telmo, institución importantísima para el progreso de la enseñanza náutica”.

Enrique Martínez Ruiz. Las flotas de Indias. La revolución que cambió el mundo. Madrid. La esfera de los libros. 2022. pp.225-229.