La más enorme mole de piedra


          En 1840 el francés Teófilo Gautier hizo un viaje por España, fruto del cual escribió un interesantísimo libro en el que relató sus experiencias y sucedidos. Hoy traemos a colación el pasaje que dedica a su visita al monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Gautier va describiendo pormenorizadamente el inmenso edificio y la colección de obras de arte que custodia, aunque sus impresiones no son del todo positivas, a juzgar por algunas de sus reflexiones: “(…) juzgo a El Escorial como el monumento más abrumador y más melancólico que puedan soñar, para mortificación del prójimo, un fraile lúgubre y un tirano suspicaz.”

Sin más, el extracto de Viaje por España dedicado a una de las maravillas de mundo:

          “El Escorial está colocado a siete u ocho leguas de Madrid, no lejos de Guadarrama, al pie de una cordillera. No hay nada más árido y desolador que el campo que es necesario atravesar para llegar hasta allí. Ni árboles ni casas: sólo grandes cuestas que se enlazan unas con otras; arroyos secos que la presencia de sus puentes indica como lechos de torrentes y más o menos lejos grupos de montañas azules coronadas de nieve o rodeadas de nubes. El paisaje no da sensación de grandiosidad; la ausencia de toda vegetación marca una severidad y una franqueza extraordinaria al paisaje.

Vista panorámica.
Vista panorámica.

           En el espacio de ocho leguas no se encuentra nada, hasta que al final de una cuesta nos encontramos con una casa aislada, en frente de la cual hay una fuente que filtra gota a gota un agua pura y helada. En seguida se divisa, recortándose en el fondo nebuloso de las montañas, El Escorial, ese Leviatán de la arquitectura. Desde lejos resulta muy bello: parece un inmenso palacio oriental; con cúpulas de piedra y bolas que rematan todas, las agujas. La primera cosa que me sorprendió fue la enorme cantidad de golondrinas y vencejos que surcan el aire en numerosas bandadas, lanzando gritos agudos y estridentes.

           Todo el mundo sabe que El Escorial fue erigido por Felipe II para cumplir un voto hecho durante el sitio de San Quintín, en el que se vio obligado a bombardear una iglesia de San Lorenzo. Entonces ofreció indemnizar al Santo con otra iglesia más hermosa y mayor, y cumplió su palabra mejor que suelen cumplirla los reyes de la tierra. El Escorial, comenzado por Juan Bautista de Toledo y terminado por Herrera, es, seguramente, después de las Pirámides de Egipto, la más enorme mole de piedra que existe en la tierra. En España le llaman la octava maravilla —sabido es que cada país tiene su octava maravilla— lo cual da por lo menos un conjunto de treinta octavas maravillas en el mundo.

Anónimo. Vista del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Patrimonio Nacional.
Anónimo. Vista del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Patrimonio Nacional.

          Realmente me siento apurado para dar mi opinión sobre El Escorial. Ha habido tantas personas serias y famosas (a mí me parece que tal vez no lo han visto) que lo han descrito como una obra maestra y un supremo impulso del genio humano, que yo, un pobre diablo, publicista, errante, daría la sensación de querer ser original al llevar la contraria a la opinión común, pero, a pesar de todo, digo en conciencia, que juzgo a El Escorial como el monumento más abrumador y más melancólico que puedan soñar, para mortificación del prójimo, un fraile lúgubre y un tirano suspicaz.

       El Escorial tiene forma, de parrilla, en honor de San Lorenzo; cuatro torres cuadradas representan los pies del instrumento de tortura; cuerpos de edificios unen a estas torres entre sí, formando un cuadro; otras edificaciones transversales simulan las barras de la parrilla. La iglesia y el palacio están construidos en el mango. No es que yo censure la puerilidad del simbolismo, muy dentro del gusto de la época, pero estimo que pudieron haber hecho mejor uso de él. Las personas enamoradas de la sobriedad en la arquitectura, verán en El Escorial un modelo perfecto, pues en él no se emplean más líneas que las rectas, ni más estilo que el orden dórico: el más pobre y más triste que existe.

Vista aérea.
Vista aérea.

          Es el ideal del cuartel y del hospital, y su gran mérito consiste en ser de piedra. Mérito insignificante, puesto que a pocos pasos se confunde con la tierra gris. Como remate ostenta en lo alto una pesada cúpula gibosa, cuyo único adorno consiste en unas cuantas bolas de granito. Los cuerpos del edificio tienen el mismo estilo, con muchas ventanitas sin ningún adorno. Los alrededores del monumento están embaldosados y sus límites se marcan por muros bajos, de tres pies de alto, adornados con las inevitables bolas en accesos y esquinas. La fachada es gigantesca.

Patio de los Reyes. Fachada de la iglesia.
Patio de los Reyes. Fachada de la Basílica.

          Se entra por un patio muy grande, en cuyo fondo se ve el pórtico de la iglesia, poco interesante, salvo unas estatuas de gran tamaño de los profetas, con ornamentos dorados y las caras coloreadas. El patio de baldosas, es frío y húmedo y la hierba crece entre ellas. Ya en él nos invade un aburrimiento que pesa sobre nosotros como una capa, de plomo. El corazón queda sobrecogido y parece que todo termina y que toda alegría se aleja. El olor frío e insípido de agua bendita y de caverna sepulcral, que se advierte al entrar en la iglesia, llega a nosotros como una corriente de aire llena de pleuresías y catarros. Parece como si la médula se pegase al hueso y el calor de la vida no hubiera de volver a confortarnos. Aquellos muros impenetrables, como los de un panteón, no pueden dejarse traspasar por el aire de los vivos de ninguna manera. Pues bien; a pesar de este frío claustral y ruso, lo primero que vi al entrar en la iglesia fue una mujer arrodillada, que se golpeaba el pecho con una mano, mientras con la otra se abanicaba con parecido frenesí.

Retablo mayor de la Basílica.
Retablo mayor de la Basílica.

         El interior de la iglesia es melancólico y árido; enormes pilastras de granito salpicado de mica como la sal de un guiso se elevan hasta la bóveda, pintada al fresco, en tonos azules y vaporosos, que van muy mal al color frío y pobre de la arquitectura; el retablo es de talla, con molduras a la española y pinturas admirables que compensan un poco la desnudez del decorado, en el que triunfa sobre todo una simetría verdaderamente insulsa. A uno y otro lado del retablo hay dos esculturas en bronce dorado, arrodilladas, que parece ser que representan a don Carlos y a unas princesas de la familia real; tienen un gran empaque y resultan bien. La sala Capitular frente al altar mayor, es ya por sí sola una iglesia enorme. Allí vimos el sitio donde durante catorce años se sentaba el sombrío Felipe II, aquel rey nacido para gran inquisidor. Su sillón ocupa una de las esquinas y detrás de él hay una puerta practicada en el muro, que comunica con el interior del templo. Aunque nunca presumí de devoto, jamás pude entrar en una catedral gótica sin experimentar una emoción extraordinaria y misteriosa, sin el temor vago de hallar tal vez detrás de una columna al mismo Padre Eterno con su barba plateada, su manto de púrpura y su vestimenta azul, vigilando las oraciones de los fieles.

Carlos V, vestido con armadura y amplio manto en el que destaca el águila bicéfala. A su derecha se sitúa su esposa, Isabel de Portugal. Sigue, por detras, María de Austria, hija del Emperador, Doña María de Hungría y doña Leonor de Francia, ambas hermanas de Carlos V.
Interior de la Basílica. Carlos V, vestido con armadura y amplio manto. A su derecha se sitúa su esposa, Isabel de Portugal. Sigue, por detrás, María de Austria, hija del Emperador, Doña María de Hungría y doña Leonor de Francia, ambas hermanas de Carlos V.

          Pero en el Monasterio de El Escorial, lo único que pude sentir es lo abrumador, lo aplastante, hasta el punto de creer que los mortales nos hallamos bajo un poder inflexible y triste que hace inútil toda oración. El Dios de un templo así no se dejará nunca enternecer.

          Una vez visitada la iglesia, bajamos al Panteón. Este es una cripta donde se hayan enterrados los cadáveres de los reyes de España. Recinto octogonal de treinta y seis pies de diámetro por treinta y ocho de alto se halla colocado justamente debajo del altar mayor, de modo que al celebrar la misa, el sacerdote pise la piedra que forma la clave de la bóveda. Se baja al Panteón por una escalera de piedra y mármol de color, cerrada por una espléndida verja de bronce.

          El Panteón se halla revestido de jaspe, pórfido y otros mármoles preciosos. En los muros están los nichos, y en los sarcófagos anticuados de forma, que son los que contienen los restos de reyes y reinas. En semejante cueva hace un frío que hiela los huesos; los mármoles pulimentados reflejan la luz temblorosa de la antorcha y se empañan con un vapor húmedo que nos da la impresión de hallarnos en una gruta submarina. En el Panteón, lo mismo que en la iglesia, la sensación es siniestra; no hay un solo agujero en todas aquellas dramáticas bóvedas por donde se pueda ver el cielo.

Panteón Real.
Panteón Real.

          En la sacristía se conservan algunos cuadros de calidad, pocos, ya que los mejores han sido trasladados al Museo del Prado; entre ellos, algunas tablas de la escuela alemana; el techo de la escalera principal está pintado al fresco por Lucas Jordán, y representa una alegoría relativa al voto de Felipe II para la fundación del Monasterio. Pellegrini, Gangiaso, Calducho, Rómulo Cincinnato y muchos otros pintaron en El Escorial claustros, bóvedas y techos. La biblioteca ofrece la singularidad de que los volúmenes están alineados con el lomo para adentro. La biblioteca es muy rica, especialmente de manuscritos árabes; seguramente debe haber allí tesoros de extraordinario valor, totalmente ignorados. Hoy, que las conquistas del Africa han hecho del árabe un idioma práctico y a la moda, sería conveniente que esta mina fuese explotada por nuestros jóvenes orientalistas. Los demás libros parecen ser, en su mayor parte de Teología y Filosofía escolástica.

Biblioteca.
Biblioteca.

          En uno de los claustros hay un Cristo de mármol blanco, de tamaño natural, obra, según se dice, de Benvenuto Cellini, y algunas pinturas, fantásticas muy originales, por el estilo de las Tentaciones de Callot y de Teniers, pero mucho más antiguas. A pesar de estas cosas no hay nada tan monótono como aquellas galerías interminables, todas de piedra, bajas de techo y estrechas, que cruzan todo el edificio como las venas por el cuerpo humano; es difícil no perderse en ellas; se sube, se baja, se dan mil vueltas y bastarían tres o cuatro horas de pasearse por allí para gastarse la suela de los zapatos, pues el granito es áspero corno una lima y erosiona como el papel de lija. Cuando se mira desde lo alto del edificio a la parte baja del patio, se ve que las bolas parecen del tamaño de cascabeles, aun cuando son de una dimensión enorme y podrían servir como inmensos mapamundis. El horizonte se extiende inmenso a nuestros pies, contemplándose de una sola ojeada el campo que nos separa de Madrid. A uno de lados se yerguen los picachos del Guadarrama.

Bemvenuto Cellini. Cristo crucificado. 1559.1562.
Benvenuto Cellini. Cristo crucificado. 1559.1562.

       Cuando nosotros subimos a la cúpula, observamos largamente la magnitud del Monasterio en su conjunto. Vimos el jardín, donde hay más arquitectura que vegetación, con su serie de terraplenes y terrazas de boj recortado, formando dibujos parecidos a las aguas del damasco antiguo; se ven fuentes y estanques de agua verdosa; en suma, un jardín tétrico y solemne, digno en un todo del lúgubre edificio en que se halla.

Vista de los jardines.
Vista de los jardines.
Vista de los jardines.
Vista de los jardines.

         Dicen que El Monasterio tiene mil ciento diez ventanas, solamente al exterior, lo cual produce gran asombro a los burgueses. Yo no las he contado, pero es muy posible que las tenga, pues nunca, he visto tantas ventanas juntas; el número de puertas, es también fabuloso.

          Salí de aquel desierto de piedra, de aquella necrópolis monacal, con un sentimiento delicioso de alivio y satisfacción. Me pareció que renacía a la vida y que aún podría gozar de la juventud y sentirme alegre en el mundo creado por un Dios bueno, esperanza que había perdido bajo aquellas criptas funerales. Un aire tibio y luminoso me envolvía, sintiéndome libre de aquella quimera arquitectónica, que creía eterna.  Aconsejo a todas las personas que tienen la vanidad de creer que se aburren que vayan a pasar unos cuantos días a El Escorial; allí sabrán lo que es el verdadero tedio, y ya gozarán siempre el resto de su vida pensando que podrían estar en El Escorial y que no están.”

3 Comentarios

  1. javeloso dice:

    Reblogueó esto en el coronel no tiene quien le leay comentado:
    pensaba acabar el año despidiéndome con una entrada que lo tapara y enterrara en el monte del olvido, pero mi amiga Bárbara Rosillo -cuyo blog de historia y arte les recomiendo- me ha liberado de la tarea y así puedo ponerme a hacer la carne asada para la cena de esta nochevieja. Nada más oportuno que la Enorme Mole de Piedra del monasterio del Escorial que el rey Felipe II construyo para tapar una de las bocas del infierno y yo aprovecho para enterrar el 2017.

  2. Bárbara dice:

    Muchísimas gracias por tu comentario. Me alegra haber tenido el don de la oportunidad. Feliz 2018 y un fuerte abrazo.

  3. Pablo Ruiz Ibáñez dice:

    Acabo de leer el pasaje de Teófilo Gautier dedicado a El Escorial. Viniendo de un francés no podía ser de otra forma. San Quintín y Felipe II les pesa demasiado a los de la flor de lis.
    No obstante, y aunque a mi no me dan esa impresión las piedras del monasterio, puedo comprender que alguien si se pueda sentir aburrido y abrumado por tan inmenso monumento, si no tiene en cuenta lo que puede significar y de hecho significa como legado histórico del mayor imperio conocido.
    También hay grandeza fuera de Francia.
    Respecto al blog, creo que me va a gustar revisarlo de vez en cuando, hacen falta muchos como este.
    Enhorabuena!

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