“Quebrantados por la guerra y rechazados por los hados, los jefes de los Dánaos, después de la haber pasado ya tantos años, construyeron con la ayuda del divino arte de Palas un caballo tan grande como una montaña. Y recubrieron sus costillas con tablones de abeto. Fingen que es un voto por su vuelta, y esta noticia se extiende. Encierran furtivamente en el interior oscuro del caballo guerreros designados por suerte entre los mejores, y llenan por completo las enormes cavidades de su vientre con soldados armados.


(…) Unos miran con asombro el funesto presente ofrecido a la virgen Minerva y contemplan con admiración la mole del caballo; Timetes el primero, nos anima a introducirlo dentro de los muros, y a colocarlo en la ciudadela, bien por mala fe, bien por que así lo exigen los destinos de Troya. Pero Capis y aquellos cuyo espíritu poseía un juicio más prudente, mandan que se arroje al mar aquel artificioso regalo de los Dánaos que les inspira sospechas o, poniéndose fuego debajo, quemarlo, o bien taladrar los huecos escondrijos de su vientre y examinarlos. La multitud vacilante, se divide en opiniones contrarias.

En ese momento, al frente de una gran muchedumbre que le acompañaba, Laoconte, indignado desciende corriendo desde lo alto de la ciudadela y desde lejos grita: «Desgraciados ciudadanos ¿qué locura tan grande es ésta? ¿Creéis que se han ido los enemigos? ¿o pensáis que alguna ofrenda hecha por los Dánaos puede estar libre de perfidia? ¿Es así como conocéis a Ulises?; o dentro de este caballo de madera se ocultan los Aqueos, o es un ingenio construido contra nuestros muros, destinado a observar nuestras casas y a abatirse sobre nuestra ciudad, o alguna trampa se oculta en él: no os fiéis del caballo Teucros. Sea lo que sea temo a los Danaos, incluso cuando frecen dones». Así habló y arrojó con gran violencia contra el costado y el vientre de abombadas piezas del animal con una enorme lanza”.
Virgilio. Eneida. Libro II.