El rey perfumado


          “De la película The Private Life of Louis XIV de 1933 a la serie francesa Versailles, al Roi Soleil (o Rey Sol) o Louis-Dieudonné (que significa «regalo de Dios»), a Luis XIV se lo retrata como extravagante, absolutista, excesivo, ambicioso, déspota, caprichoso, hedonista, inquieto, narcisista, paranoico. Sin embargo, se pasa por alto un detalle mayor: olía. Mucho.

Jean Nocret. Luis XIV, joven. 1655. Museo Nacional del Prado. Madrid.
Jean Nocret. Luis XIV, joven. 1655. Museo Nacional del Prado. Madrid.

          Al igual que gran parte de la población, la nobleza del siglo XVII tenía cierta desconfianza al agua. Se dice que el rey tomó solo tres baños en su vida pero no se cree que esto sea del todo cierto. A finales de la década de 1670, Luis XIV tuvo el primer cuarto de baño (o cabinet de bains) que se construyó en Versalles. Contaba con dos bañeras de mármol. Es verdad que sus médicos personales desalentaban que las usara. «El baño escribió Théophraste Renaudot—, a no ser que sea por razones médicas o de una absoluta necesidad, no solo es superfluo sino perjudicial.»

Anónimo. Theophraste Renaudot. Hacia 1644. Recueil des Gazettes de l’année 1631.
Anónimo. Theophraste Renaudot. Hacia 1644. Recueil des Gazettes de l’année 1631.

          Luis XIV construyó su vida como una representación. El día del rey estaba cronometrado minuto a minuto. Desde que abría los ojos por la mañana hasta que los cerraba por la noche, los rituales ceremoniales funcionaban con un horario estrictamente marcado, como una ceremonia coreografiada. Su valet lo despertaba a las 8.30. Después de una visita del primer doctor y el primer cirujano del día, daba inicio la ceremonia de levantarse o grand lever. Presenciarla era todo un privilegio: miembros elegidos de la corte ingresaban a su alcoba y observaban cómo sus sirvientes le limpiaban la cara y el cuello con un trozo de algodón impregnado en alcohol y las manos con un paño sumergido en «espíritu de vino» (etanol). Luego, lo rasurasan y lo peinaban.

Charles Le Brun. Luis XIV. Segunda mitad del silgo XVII. Museo del Louvre. París.
Charles Le Brun. Luis XIV. Segunda mitad del siglo XVII. Museo del Louvre. París.

          Para evitar lavarle el cabello, se lo empolvaban o simplemente le colocaban alguna de sus fastuosas mil pelucas sobre aquella cabeza poblada por un mar de piojos, hasta los treinta y cinco años, cuando se cree que ya era completamente pelado. Y en algún momento, mientras lo vestían o escondían en su ropa interior sachets à la royale (bolsitas rellenas con hierbas aromáticas) o tomaba sopa de pollo, el rey orinaba o defecaba en su chaise d’affaires —asiento que antecedió al inodoro— ante una atenta audiencia.

Étienne Allegrain. La Orangerie del Castillo de Versalles. Hacia 1695. Palacio de Versalles.
Étienne Allegrain. La Orangerie del Castillo de Versalles. Hacia 1695. Palacio de Versalles.

          La ceremonia matinal no estaba completa sin las máscaras reales, es decir, los perfumes. Luis XIV los amaba. Se rociaba con las más exquisitas fragancias, tanto que se lo conocía como le roi le plus doux fleurant (el rey más suavemente perfumado). «Ningún otro hombre amaba tanto las fragancias delicadas como él», aseguró Louis de Rouvroy, Duque de Saint-Simon, conocido por sus famosas Memorias acerca de la corte de Versalles.

Perrine Viger du Vigneau. Louis de Rouvroy, duque de Saint-Simon. 1887.
Perrine Viger du Vigneau. Louis de Rouvroy, duque de Saint-Simon. 1887. Castillo de Versalles.

          Luis XIV elevó el arte de la perfumería a un nuevo nivel al encargarle a su maestro perfumero favorito, Marcial, que creara nuevas combinaciones odoríferas, una fragancia para cada día de la semana. Al igual que su hermano Philippe, durante el día cambiaba dos o tres veces de sombreros, zapatos y camisas, ya fuera al regresar transpirado de un paseo o de caza, pues se creía que el lino eliminaba el sudor y la suciedad. Insistió en que sus ropas fueran perfumadas con aqua angeli, especialmente preparada para el con rosas, nuez moscada, clavo de olor, benjuí, jazmín, azahar y almizcle. Una de sus amantes favoritas, Madame de Montespan, se bañaba en agua perfumada con vainilla y se dice que usaba tanto perfume que incluso Luis XIV, tan aficionado a las pesadas fragancias, no podía soportarlo. La mezcla de fragancias en los banquetes y las fiestas interminables golpeaba a los invitados como un puñetazo a la cara. Los exaltaba, los aturdía, confundía sus sentidos”.

Pierre Mignard. Retrato del duque de Orleans. Último cuarto del siglo XVII. Museo de Bellas Artes. Burdeos.
Pierre Mignard. Retrato del duque de Orleans. Último cuarto del siglo XVII. Museo de Bellas Artes. Burdeos.

Federico Kusko. Odorama. Historia cultural del olor. Editorial Taurus. Madrid. 2021. pp.159-161.

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