La arrogancia de los ilustrados


          “Los europeos del siglo presente están insufribles con las alabanzas que amontonan sobre la era en que han nacido. Si los creyeras, dirías que la naturaleza humana hizo una prodigiosa e increíble crisis precisamente a los mil y setecientos años cabales de su nueva cronología. Cada particular funda una vanidad grandísima en haber tenido muchos abuelos no sólo como él, sino muchos mejores, y la generación entera abomina de las generaciones que le han precedido. No lo entiendo. Mi docilidad es aún mayor que su arrogancia. Tanto me han dicho y repetido de las ventajas de este siglo sobre los otros, que me he puesto muy de veras a averiguar este punto. Vuelvo a decir, que no lo entiendo; y añado, que dificulto si ellos se entienden a sí mismos.

Maurice Quentin de La Tour. Retrato de Jean l Rond d´Alembert. 1753. Museo del Louvre.
Maurice Quentin de La Tour. Retrato de Jean l Rond d´Alembert. 1753. Museo del Louvre.

          Desde la época en que ellos fijan la de su cultura, hallo los mismos delitos y miserias en la especie humana, y en nada aumentadas sus virtudes y comodidades. Así se lo dije con mi natural franqueza a un cristiano, que el otro día en una concurrencia bastante numerosa hacía una apología’ magnífica de la edad, y casi del año que tuvo la dicha de producirle. Espantóse de oírme defender la contraria opinión; y fue en vano cuanto le dije, que poco más o menos es lo siguiente:

          No nos dejemos alucinar de la apariencia, y vamos a lo substancial. La excelencia de un siglo sobre otro creo debe regularse por las ventajas morales o civiles que produce a los hombres. Siempre que éstos sean mejores, diremos que su era es superior en lo moral a la que no produjo tales proporciones; entendiéndose en ambos casos esta ventaja en el mayor número. Sentado este principio, que me parece justo, veamos ahora qué ventajas morales y civiles tiene tu siglo de mil y setecientos sobre los anteriores. En lo civil, ¿cuáles son las ventajas que tiene? Mil artes se han perdido de las que florecían en la antigüedad; y las que se han adelantado en nuestra era, ¿qué producen en la práctica, por mucho que ostenten en la especulativa? Cuatro pescadores vizcaínos en unas malas barcas hacían antiguamente viajes que no se hacen ahora sino rara vez y con tantas y tales precauciones, que son capaces de espantar a quien los emprende. ¿De la agricultura y medicina, sin preocupación no puede decirse lo mismo?

Maurice Quentin de la Tour. Jean-Jacques Russeau. Tercer cuarto del siglo XVIII. Museo Antoine-Lécuyer.j Saint Quintín. Francia.
Maurice Quentin de la Tour. Jean-Jacques Russeau. Tercer cuarto del siglo XVIII. Museo Antoine-Lécuyer.  San Quintín. Francia.

          Por lo que toca a las ventajas morales, aunque la apariencia favorezca nuestros días, ¿en la realidad qué diremos? Sólo puedo asegurar que este siglo tan feliz en tu dictamen ha sido tan desdichado en la experiencia como los anteriores. Quien escriba sin lisonja la historia, dejará a la posteridad horrorosa relaciones de príncipes dignísimos destronados, quebrantados tratados muy justos, vendidas muchas patrias dignísimas de amor, rotos los vínculos matrimoniales, atropellada la autoridad paterna, profanos juramentos solemnes, violado el derecho de hospitalidad, destruida la amistad y su nombre sagrado, entregados por traición ejércitos valerosos y sobre las ruinas de tantas maldades levantarse un suntuoso templo al desorden general. ¿Qué se han hecho esas ventajas tan jactadas por ti y por tus semejantes? Concédote cierta ilustración aparente que ha despojado a nuestro siglo de la austeridad y rigor de los pasados; pero, ¿sabes de qué sirve esta ilustración, este oropel que brilla en toda Europa? Creo firmemente que no sirve más que de confundir el orden respectivo, establecido para el bien de cada estado en particular.

Anicet Charles Gabriel Lemonnier. Lectura de la tragedia del orfelino de la China, de Voltaire, en el salón de madame Geoffrin. 1812. Château de Malmaison.
Anicet Charles Gabriel Lemonnier. Lectura de la tragedia del orfelino de la China, de Voltaire, en el salón de madame Geoffrin. 1812. Château de Malmaison.

          La mezcla de las naciones en Europa ha hecho admitir generalmente los vicios de cada una, y desterrar las virtudes respectivas. De aquí nacerá, si ya no ha nacido, que los nobles de estos los países tengan igual despego a su patria, formando entre todos una nación nueva separada de las otras, y distinta en idioma, traje y religión; y que los pueblos sean infelices en igual grado; esto es, proporción de la semejanza de los nobles. Síguese a esto la decadencia general de los estados, pues sólo se mantienen los unos por la flaqueza de los otros, y ninguno por fuerza suya o propio vigor. El tiempo que tarden las Cortes en uniformarse exactamente en lujo y relajación, tardarán también las naciones en asegurarse las unas de la ambición de las otras; y este grado de universal abatimiento parecerá un apetecible sistema de seguridad a los ojos de los políticos afeminados; pero los buenos, los prudentes, los que merecen este nombre, conocerán que un corto número de años las reducirá todas a un estado de flaqueza que las vaticine pronta y horrosa destrucción.

Alexander Roslin. Retrato de Jean-François Marmontel. 1767. Museo del Louvre.
Alexander Roslin. Retrato de Jean-François Marmontel. 1767. Museo del Louvre.

          Si desembarcasen algunas naciones guerreras y desconocidas en los dos extremos de Europa, mandadas por unos héroes de aquellos que produce un clima, cuando otro no da sino hombres medianos, no dudo que se encontrarán en medio de Europa, abatiendo atravesado y destruído un hermosísimo país. ¿Qué obstáculo hallarían de parte de sus habitantes? No sé si lo diga con risa o con lástima. Unos ejércitos muy lucidos y simétricos sin duda, pero debilitados por el peso de sus pasiones y costumbres, y mandados por generales en quienes hay menos de lo que se requiere de aquel gran estímulo de un héroe, a saber, el patriotismo. Ni creas que para detener semejantes irrupciones sea suficiente obstáculo el número de las ciudades fortificadas. Si reinan el lujo, la desidia y otros vicios semejantes, frutos de la relajación de las costumbres, éstos sin duda abrirán las puertas de las ciudadelas al enemigo. La mayor fortaleza, la más segura, la única invencible es la que consiste en los corazones de los hombres, no en lo alto de los muros ni en lo profundo de los fosos”.

José Cadalso. Cartas marruecas. Zaragoza, Biblioteca Clásica Ebro. 1969. pp.31-35.
Cartas marruecas se publicó por primera vez en Madrid en 1789.