La Asunción de la Virgen María


“Un día acaeció lo que sigue: El corazón de la Virgen empezó a sentir una especial añoranza de su Hijo; deseaba reunirse cuanto antes con El. Estos vivísimos deseos produjeron en su ánimo tal emoción, que de sus ojos comenzaron a brotar torrentes de lágrimas. Nada podía llenar el vacío que experimentaba en su alma al verse separada del objeto de su amor. De pronto, envuelto en luminosas claridades, surgió ante ella un ángel que, con la reverencia que a la Madre de su Señor era debida, saludóla diciendo: «Dios te salve, María, bendita y objeto de las bendiciones de quien trajo la salvación a Israel. Señora, te traigo desde el paraíso este ramo de palma para que sea colocado sobre tu féretro. Dentro de tres días te reunirás con tu Hijo que te está esperando. También El quiere reunirse contigo, puesto que eres su Madre».

María respondió al mensajero: «Si he hallado gracia ante tus ojos, te ruego que me digas cómo te llamas; pero con mayor empeño te pido que antes de mi partida vengan junto a mí mis hijos y hermanos los apóstoles, porque quiero verlos a todos, deseo que estén presentes cuando entregue mi alma a Dios, y que sean ellos quienes se encarguen de mi entierro. Aún tengo que pedirte una cosa más: di a mi Hijo tu Señor, que cuando mi espíritu salga del cuerpo para emigrar de esta tierra, ningún espíritu maligno se atraviese en mi camino ni Satanás salga a mi encuentro».

Francesco Botticini. La Asunción de la Virgen. Hacia 1475-1576. National Gallery. Londres.
Francesco Botticini. La Asunción de la Virgen. Hacia 1475-1576. National Gallery. Londres.

Calló la Virgen, y el ángel tornó a hablar y dijo: «Señora, ¿por qué deseas saber mi nombre, que es admirable y grande? Hoy mismo los apóstoles estarán aquí. Quien en otro tiempo trasladó a un profeta en un instante desde Judea a Babilonia, llevándolo cogido por sus cabellos, en otro instante, no lo dudes, trasladará hasta aquí a los apóstoles desde donde quiera que ahora se hallen; todos estarán a tu lado en el momento de tu muerte y participarán en las exequias y en las honras que mereces. En cuanto a lo de no ver a Satanás en tu camino, ¿por qué temes encontrarte con él, si precisamente tú le has aplastado la cabeza con tus pies y lo has despojado de toda su potestad? Pero queda tranquila; tu deseo de no verlo se cumplirá».

Una vez dicho esto, el ángel, envuelto en claridades luminosas, regresó al cielo. La palma que había traído quedó en casa de María; era una especie de ramo formado por una vara verde cuyas hojas fulgurantes y esplendentes brillaban como el lucero de la mañana.

Correggio. La Asunción de la Virgen. Hacia 1526-1530. Catedral de Parma.
Correggio. La Asunción de la Virgen. Hacia 1526-1530. Catedral de Parma.

Estando Juan predicando en Éfeso oyóse de pronto un fragoroso trueno, descendió sobre el apóstol una nube blanca, lo envolvió en sus celajes, se apoderó de él, y lo transportó por el aire hasta la misma puerta de la casa de la Virgen. El discípulo virginal llamó, entró, llegó hasta la estancia en que la Señora estaba, y la saludó reverentemente. María lo vio, se sorprendió, se emocionó y, sin poder contener las lágrimas por la alegría que la llegada le produjo, díjole:

 —Juan, hijo mío, acuérdate de las palabras con que tu Maestro nos encargó, a mí que fuese tu madre y a ti que fueses mi hijo. El Señor me ha hecho saber que es llegada la hora en que debo pagar el tributo universal de los humanos; te encomiendo pues que en cuanto muera des sepultura a mi cuerpo, porque he oído decir que, en un consejo celebrado por los judíos, el presidente de la asamblea dio esta consigna a los reunidos: «Hermanos, vigilemos de cerca a esa mujer que trajo al mundo a Jesús; no la perdamos de vista; estemos atentos, y, tan pronto como fallezca, procuremos apoderarnos de su cadáver para arrojarlo al fuego y quemarlo». Para evitar que hagan lo que tienen pensado, haz que inmediatamente después de que yo haya expirado mis restos sean conducidos a la sepultura, y encárgate de que alguien lleve esa palma delante de mi féretro.

 —¡Qué lástima —comentó Juan— que no estén aquí mis otros hermanos, los apóstoles, para hacer te unas exequias tan magníficas y honrosas como mereces!

Annibale Carracci. La Asunción de la Virgen. Hacia 1590. Museo del Prado.
Annibale Carracci. La Asunción de la Virgen. Hacia 1590. Museo del Prado.

No había terminado de pronunciar las últimas palabras de esta frase, cuando sendas nubes descendieron sobre los aludidos apóstoles, que se hallaban predicando en diferentes sitios, los envolvieron, se apoderaron de ellos, y los transportaron por el aire, dejándolos en un instante a todos colocados a la puerta de la casa de María.

 —¿A qué se deberá que el Señor nos haya congregado a todos repentinamente en este lugar? —preguntábanse unos a otros, llenos de admiración al verse inesperadamente juntos.

 Desde dentro oyó Juan que varias personas hablaban simultáneamente a la puerta de la casa; salió para enterarse de lo que ocurría y, al ver reunidos allí a los demás apóstoles, les informó de lo relativo a la próxima muerte de la Señora y les hizo esta advertencia:

 —Hermanos, cuando María muera tenemos que mostrarnos fuertes, dominar nuestros sentimientos y no llorar, porque si la gente nos viese entregados a nuestro natural dolor, se extrañaría y diría: ¡Vaya!, parece que estos hombres que tanto empeño ponen en convencernos de que hemos de resucitar, no están muy convencidos de que sea verdad lo que predican, porque, si lo estuvieran, no les produciría tanta pena la muerte de esta mujer. Dionisio, discípulo de san Pablo, en su libro sobre Los nombres divinos, dice que él fue testigo presencial de la muerte de la Virgen; que cuando la Señora murió se hallaban presentes junto a su lecho todos los apóstoles y que, nada más fallecer, cada uno de ellos, ordenadamente y con arreglo a un turno, pronunció un sermón en elogio de Cristo y de su Madre. He aquí las propias palabras de este autor en el relato que de esto hizo a Hieroteo:

«Como muy bien sabes, allí estuvimos nosotros y otros muchos de nuestros santos hermanos, y pudimos ver aquel cuerpo que produjo la vida de nuestro Príncipe y llevó a Dios en sus entrañas. También estuvieron presentes Santiago, el hermano del Señor, y Pedro y Pablo, el más autorizado y sublime de los teólogos. Después se acordó que cada uno de aquellos jerarcas tomase la palabra y, a tenor de sus posibilidades y cada cual a su manera, alabase la bondad que manifestó el Todopoderoso al revestirse de nuestra debilidad». Hasta aquí, san Dionisio.

 «Cuando Santa María —continúa el relato del libro apócrifo— vio reunidos a todos los apóstoles, encendió las lámparas y cirios que había en la casa, bendijo al Señor y se sentó en medio de los reunidos. Hacia la tercera hora de la noche llegó Jesús acompañado de los diferentes órdenes de ángeles, de los grupos de los profetas, de los ejércitos de los mártires, de las legiones de los confesores y de los coros de las vírgenes. Cuantos constituían este numerosísimo cortejo se situaron ordenadamente ante el trono de la Santa Madre y empezaron a cantar dulcísimos himnos».

Tiziano. La Asunción de la Virgen. Hacia 1518-1520. Santa Maria Gloriosa dei Frari, Venecia.
Tiziano. La Asunción de la Virgen. Hacia 1518-1520. Santa Maria Gloriosa dei Frari, Venecia.

El referido libro atribuido a san Juan prosigue describiendo el cuadro de las exequias que los reunidos celebraron a continuación en honor de María, y dice: «Inició el oficio el propio Jesús, con estas palabras: Ven querida Madre mía; ven conmigo a compartir mi trono, porque me tienes cautivado con tu hermosura. María respondió: Mi corazón está preparado, Señor, mi corazón está preparado. Luego los que habían venido acompañando a Jesús entonaron con suavísima dulzura este versículo: He aquí una mujer que jamás mancilló su tálamo con deleites sensuales; por eso recibirá como recompensa el premio reservado a las almas sanas. Entonces María repitió lo que un día, años antes, dijera: El que todo lo puede, cuyo nombre es santo, ha obrado en mí cosas grandes; por eso todas las generaciones me llamarán bienaventurada. Seguidamente, el que dirigía a los demás cantores, elevando el tono de su voz entonó esta antífona: Ven desde el Líbano, esposa mía; ven desde el Líbano, que vas a ser coronada. A lo cual María contestó: Voy, Señor, voy, que en el Libro de la Ley se dice de mí que en todo y siempre haré tu voluntad y que mi espíritu se complace en ser fiel a tus deseos, ¡oh mi Dios y Salvador! En aquel preciso momento el alma de la Virgen salió de su cuerpo y voló a la eternidad en brazos de su Hijo.

Su muerte se produjo sin dolor, sin agonía y sin nada de cuanto hace penoso y triste el morir. En cuanto María expiró, el Señor dijo a los apóstoles:

 —Tomad el cuerpo de mi Madre, llevadlo al valle de Josafat, colocadlo en un sepulcro nuevo que allí encontraréis y no os mováis de aquel lugar hasta que yo vaya, que será de aquí a tres días. Dicho esto, Cristo, con el alma de su Madre en los brazos, emprendió su viaje hacia la gloria rodeado de infinidad de rosas rojas, es decir, de multitud de mártires, y de una innumerable cantidad de azucenas, porque azucenas parecían los ejércitos de los ángeles, de los confesores y de las vírgenes que le daban escolta.

Los apóstoles, al ver que el magnífico cortejo se alejaba de la tierra, comenzaron a exclamar:

 —¡Oh Virgen prudentísima, te vas y nos dejas! ¡Señora, no te olvides de nosotros!

 Quienes habían quedado en el cielo, al oír los cánticos de los que a él subían, llenos de admiración salieron al encuentro de aquella solemnísima procesión, y al ver a su Rey portando en sus brazos el alma de una mujer gallardamente entronizada sobre las palmas de las manos divinas, profundamente impresionados por la grandiosidad del espectáculo, exclamaron a coro:

 —¿Quién es ésta que viene del desierto rodeada de delicias y erguida sobre las manos de su amado?

 Los de la procesión contestaron:

 —Esta es la más herniosa de las doncellas de Jerusalén; vosotros la conocéis: es la criatura que vivid llena de amor y de caridad.

 Así fue como María jubilosamente entró en el cielo y tomó posesión del trono que le estaba reservado a la derecha del de su Hijo. A los apóstoles les fue dado contemplar el alma de la Virgen y conocer que era tan blanca y pura que jamás lenguas mortales serían capaces de ponderar debidamente su hermosura y su limpieza. Mientras tanto tres doncellas acudieron a casa de María para amortajar su cuerpo; mas al despojarlo de sus ropas para lavarlo tornóse tan resplandeciente, que aunque pudieron tocarlo, deslumbradas por los fulgores que despedía no les fue posible verlo, porque los ofuscadores destellos duraron hasta que el santísimo cadáver de la Virgen, concluido el lavatorio, fue de nuevo tapado y cubierto por los lienzos de la mortaja. Seguidamente los apóstoles, con suma reverencia, tomaron en sus brazos el sagrado cuerpo y lo colocaron sobre el féretro.

Peter Paul Rubens. La Asunción de la Virgen. Hacia 1611-1612. Colección Real Británica.
Peter Paul Rubens. La Asunción de la Virgen. Hacia 1611-1612. Colección Real Británica.

Cuando momentos después iban a iniciar la marcha para conducir los benditos restos de la Señora al sepulcro, Juan dijo a Pedro:

 —Pedro, puesto que el Señor te otorgó el primado sobre nosotros, te confió el cuidado de sus ovejas y te constituyó príncipe y cabeza de los demás apóstoles, a ti te corresponde presidir este cortejo caminando delante de todos y llevando en tus manos esa palma.

 Pedro respondió a Juan:

 —No, Juan; tú eres quien debes llevar esa palma y caminar delante del féretro; la palma de la Virgen ha de ser enarbolada por alguien que haya vivido virginalmente; por tanto este honor te corresponde a ti, que por ser virgen, fuiste elegido por Cristo. Además, a ti le concedió el Señor el extraordinario privilegio de reclinar tu cabeza sobre su pecho; de semejante merced se ha seguido el hecho, reconocido por todos, de que descollaras sobre nosotros en gracia y sabiduría. A ti, pues, y sólo a ti, que recibiste del Hijo tan señaladas muestras de predilección, te corresponde ahora tributar a la Madre este singular homenaje. Tú bebiste en la fuente de la claridad perpetua el agua de la luz; también por este motivo eres el más indicado para abrir la marcha y llevar en tus manos tan luminosísima palma en estas exequias de homenaje a la santidad. Yo llevaré el santo cuerpo; los demás hermanos, que vayan alrededor del féretro cantando himnos de alabanza a Dios Nuestro Señor.

 Pablo intervino y dijo:

 —Pedro, yo, el de menor categoría entre vosotros, te ayudaré a llevar el sagrado cuerpo de la Señora.

 Así se hizo. Pedro y Pablo asieron con sus manos las varas de la parihuela que servía de

féretro, e inmediatamente se puso en marcha el cortejo.”

 

Jacobo de la Vorágine. La leyenda dorada, volumen 1. Madrid, Alianza Forma, 1999. pp. 477-480.

La Leyenda Dorada es una recopilación de textos apócrifos y vidas de santos escrita por  el dominico Jacobo de Vorágine a mediados del siglo XIII. Se trata de una obra fundamental de la literatura cristiana medieval, que tuvo una influencia decisiva en la iconografía y la literatura posteriores.

Un comentario

  1. Avatar de Monica C Monica C dice:

    Qué belleza. Muchas gracias

    El vie., 15 de ago. de 2025 11:22, «Arte y demás historias» por Bárbara

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