
«Estamos ante una obra maestra. El marido, el señor Arnolfini (que sabemos que es un próspero mercader italiano que se ha establecido en Países Bajos), acaba de llegar de la calle, tanto que aún no se ha quitado su gran sombrero de copa ni se ha despojado de su rico abrigo de pieles. Alza la mano diestra, señal de su poderío, la mano con que afirma su autoridad que es la que emana de su rostro rígido, sin concesiones a los blandos sentimientos, si bien tiende su mano siniestra para recoger en ella la de su dócil esposa, que, con sumisión, inclina levemente su cabeza ante él.

Todo ello pintado en un interior. Se trata de la cámara nupcial. Al fondo se asoma el amplio lecho matrimonial, un espejo -que permite percibir lo que ocurre a la espalda del espectador- sobre un asiento tapizado de rojo, a juego con la cama, y a la izquierda una larga ventana con algo de fruta repartida entre su vano y una mesita. El suelo es de madera, de amplios tablones bien ajustados. Por debajo de la cama asoma una alfombra, mientras que del techo cuelga una lámpara de cinco o seis brazos, portadora de otras tantas velas. En primer término, un panecillo marca el símbolo de la mujer casada: la fidelidad. La cual, además de sumisa, como lo denota su humilde actitud ante el marido, muestra bien a las claras que cumple su otra obligación familiar, cual es la de dar hijos, Su avanzado estado de gestación está bien marcado por el artista; algo que parece mostrar satisfecha la obediente esposa a su marido, colocando su mano izquierda sobre su fecundo vientre.

Por lo tanto, estamos ante la estampa del matrimonio ideal, tal y como lo entendía la época, captado por el mágico pincel de Jan van Eyck: firmeza y gravedad en el pater familiae; sumisión, fecundidad y fidelidad en su dulce esposa. La gama de colores (rojos del lecho y sillón, verde del rico vestido de la mujer, ocres del manto del marido, blanca toca de la esposa, en contraste con el negro sombrero del marido) acaban de convertir esta pintura en una auténtica obra maestra, una de las joyas de la National Gallery de Londres.»
Fernández Álvarez, Manuel: Casadas, monjas, rameras y brujas. La olvidada historia de la mujer española en el Renacimiento, Madrid, Espasa Calpe, 2002, pp. 116-117.