Chenonceau es uno de los castillos más bellos y visitados de Francia, su situación flotando sobre el río Cher y su apasionante historia lo hacen único. También es denominado castillo de las damas, ya que los avatares de la historia lo pusieron en manos de diversas mujeres de todo tipo y condición.

El castillo fue un obsequio de Enrique II (1519-1559) a su amante Diana de Poitiers (1500-1566), duquesa de Valentinois. Tras la repentina muerte del rey a causa de un trágico accidente en un torneo (que precisamente festejaba la boda de su hija Isabel de Valois con Felipe II), Diana fue desposeída y expulsada de la propiedad. La historia de amor entre Enrique II y la aristócrata francesa es del todo singular. Diana era viuda, célebre por su inteligencia y belleza y casi 19 años mayor que su real amante. En 1533 Enrique contrajo matrimonio con la florentina Catalina de Medicis, y tras diez años sin lograr descendencia, la pareja tuvo diez hijos de los cuales tres llegaron a ser reyes de Francia.

En 1457 Enrique II donó Chenonceau a su bella favorita, quien también era una avezada mujer de negocios. Diana diseñó los jardines, que figuran entre los más espectaculares de la época, y con el puente sobre el rio Cher dotó al castillo de una arquitectura completamente singular. Al enviudar de Enrique II, Catalina de Médicis expulsó a Diana de Poitiers de Chenonceau, embelleció aún más los jardines y mandó erigir la célebre galería de doble piso sobre el río. La siguiente inquilina del castillo fue Luisa de Lorena, la cual, tras enviudar de Enrique III se retiró a la propiedad vestida de riguroso luto blanco, como imponía la etiqueta de la corte francesa. Olvidada de todos, no pudo costearse el tren de vida de una reina viuda y vivió, medio encerrada, entre lecturas, obras de caridad y rezos. Su fallecimiento marcó el fin de la presencia de la familia real en Chenonceau.
Durante el Siglo de las Luces Louise Dupin devolvió su esplendor al castillo, donde estuvo al frente de un salón en el que participaron intelectuales de la talla de Montesquieu, Voltaire o Rousseau. Louise protegió el castillo tras el estallido de la Revolución Francesa. No debemos olvidar que numerosas propiedades y edificios religiosos a lo largo de toda Francia, sufrieron el vandalismo y la destrucción durante la Revolución Francesa, incluso muchas tumbas fueron profanadas como fue el caso de la misma Diana de Poitiers, fallecida en 1566, cuya sepultura fue abierta en 1795, siendo su cuerpo arrojado a una fosa común.
Tras numerosas vicisitudes, Chenonceau fue adquirido por Henri Menier (1853-1913), en 1913 en una subasta judicial por la suma de 1.361.660 francos. Henri era propietario de Menier, empresa chocolatera fundada en París en 1816. El empresario no pudo disfrutarlo ya que falleció el mismo año que adquirió Chenonceau, pasando la propiedad a su hermano Gastón, y de este a sus descendientes. Durante la primera guerra mundial, lejos de las trincheras, el castillo se convirtió en un hospital militar. Simone Menier, enfermera jefe, administró el hospital instalado en las dos galerías transformadas y equipadas por su familia. Hasta 1918 fueron atendidos más de 2.000 heridos. El valor de Simonne la convertiría en eficaz miembro de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial.
Volviendo al presente y recorriendo sus estancias, comprobamos que el monumento alberga numerosas obras maestras, en especial una magnífica colección de tapicerías, muebles y pinturas, entre las que figuran obras de François Clouet, Murillo, Tintoretto, Nicolas Poussin, Correggio, Rubens, Primaticcio y Van Loo, entre otros. Desde las ventanas del castillo contemplamos el río y los preciosos jardines. Todo el conjunto aparece ante nosotros derramando belleza, y cuidado con tal primor y esmero que la visita a Chenonceau resulta una experiencia inolvidable.
Fotos © Juan Ferrandis.