A finales del siglo XVI se popularizó entre las clases pudientes el uso de cuellos de encaje. Esta moda surgió en Italia, más concretamente en la Corte de los Medicis, desde donde se exportó al resto de Europa. A principios del siglo XVII el tamaño y la forma de los cuellos se exageraron de tal manera que, en ocasiones, llegaron a medir diámetros asombrosos.

Damas y caballeros de la alta nobleza lucían magníficas gorgueras (en España también se llamaron “lechugillas” porque su forma se asemejaba a las hojas de la lechuga), cuyo precio era alto pudiendo, en ocasiones, alcanzar cifras astronómicas. El encaje, no solamente se fabricaba en España, sino que se importaba, siendo los flamencos los más apreciados. Todo esto resultaba muy perjudicial para la economía nacional, ya que aunque parezca mentira, un gran capital escapaba fuera de nuestras fronteras.

Felipe IV, que era muy sencillo en su atavío, decidió poner fin a tales dispendios y con el fin de proteger la economía nacional, dictó una pragmática en 1623 por la cual el uso de cuellos de encaje quedaba abolido. Como había que buscar una alternativa se escogió la valona: sencilla, plana y que dejaba el cuello al descubierto.
Pero, en ocasiones, las modas se crean y destruyen por los motivos más inesperados. La valona tuvo poco tiempo de validez, ya que el rey padeció una afección de garganta y no le gustó llevar el cuello al aire. Felipe IV comenzó a usar un nuevo tipo de valona llamada golilla, que había sido creada por un sastre madrileño ese mismo año.

La golilla era de tela almidonada y se sostenía por medio de un alambre que se colocaba alrededor de la garganta, por lo que debía resultar incómoda, además de hacer la figura muy envarada. Juan de Zabaleta, un escritor de la época nos dice literalmente: “es como meter la cabeza en un cepo, tormento inexcusable en España. Esta es la nación, entre cuantas la razón cultiva, que menos cuida de sus comodidades”. Por su bajo costo, la golilla se extendió rápidamente a todas las clases sociales

Tal y como podemos observar en los retratos de Diego Velázquez, el rey la lució toda su vida, obligando a su uso en su presencia, ya que no recibía en audiencia sino se llevaba puesta. La golilla pervivió hasta principios del siglo XVIII. En 1701 Felipe V llegó a España, tan solo tenía 17 años y no conocía nuestro idioma. Su máximo empeño era no desairar a sus súbditos por lo que adoptó la moda española, aunque su “buena voluntad” solo le duró unos pocos años. Encontraba la golilla incómoda y abandonó su uso, sustituyendo el traje “a la española” por el traje “a la francesa”. Paulatinamente siguieron su ejemplo todos los españoles y la golilla fue desterrada en favor de la corbata.

Que interesante Barbara !!
Muchas gracias Mercedes. Un fuerte abrazo.