En 2010 el flamenco fue declarado por la Unesco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Esta efeméride puede ser considerada un merecido reconocimiento a un “Arte” que ha traspasado las fronteras de España para convertirse en un fenómeno de alcance internacional. El cante y el baile han formado parte inexcusable de las festividades a lo largo de los tiempos. El mismo Cervantes en sus Novelas ejemplares se hizo eco del folklore popular elogiando las seguidillas y zarabandas. El flamenco hunde sus raíces en lo popular, por lo tanto es enigmático, complejo y fruto de un lento proceso de asimilación de tradiciones de distintos pueblos, gitanos y moriscos fundamentalmente, que comenzó hace siglos en Andalucía y cuya transmisión se ha llevado a cabo oralmente, de generación en generación.

La procedencia de la misma palabra también es confusa. Se considera que la más antigua acepción aparece en el sainete El soldado fanfarrón de Juan Ignacio González del Castillo (1785), aunque fue el viajero inglés George Brown quien hacia 1830 asoció el flamenco a los gitanos a quienes se llamaba “flamencos”. Lo más probable es que el origen etimológico de la voz “flamenco” provenga de “flamancia” (flama-llama), como sinónimo de la vehemencia o pasión que solía atribuirse a los gitanos de acuerdo con su naturaleza.

Los cantes y bailes gitanos traspasaron el ámbito doméstico y comenzaron a difundirse a finales del siglo XVIII. La Pragmática Sanción de 1783, a favor de la inserción de este pueblo en la sociedad, trajo consigo un apoyo manifiesto después de la persecución sufrida. En contraprestación, los gitanos debían abandonar la vida errante, su forma de vestir y el uso del caló en público. La ley trató de prohibir, incluso, el uso de la palabra “gitano” de claro matiz peyorativo y sustituirla por “castellano nuevo”.

La victoria sobre los franceses en la Guerra de la Independencia propició la demanda de lo popular, a lo que se debe añadir la eclosión del Romanticismo que reivindicaba la originalidad, el exotismo y lo sentimental. A mediados del siglo XIX el flamenco entra en una etapa de esplendor de mano de los cafés cantantes. Este tipo de establecimientos, que abrieron a lo largo de toda España, favorecieron su difusión así como la aparición de los primeros cantaores y bailaores no gitanos. En ellos comenzaron su carrera grandes estrellas como la Niña de los Peines.

El hecho de traspasar el ámbito familiar del pueblo gitano a una representación ante público, es probable que alterara su idiosincrasia, pero ayudó a su difusión y popularización. Los cafés cantantes pervivieron hasta los años 20, momento en el que surgió la llamada “ópera flamenca” en la que los cantes y bailes se convirtieron en un espectáculo teatral. Según Caballero Bonald: “la llegada de esos abigarrados canales escénicos supuso también su más corrosiva experiencia”. Tras este paréntesis el flamenco recobró su esencia, retomando su legado, una amalgama de culturas tamizada por el paso de siglos que ha alcanzado el adjetivo de universal.

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