Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XVII duque de Alba, contrajo matrimonio en 1920 con Rosario Silva y Gurtubay en la Embajada de España en Londres. Rosario, IX marquesa de San Vicente del Barco, fue la única hija de los duques de Hijar y heredera de una gran fortuna. La boda se celebró en la capital británica debido a la promesa que el duque hizo a su tía abuela Eugenia de Montijo para facilitar a la dama su asistencia, deseo que no se pudo ver cumplido ya que la emperatriz falleció dos meses antes. Rosario, llamada familiarmente Totó, veintidós años menor que su marido, era bella y elegante, pero desgraciadamente falleció víctima de la tuberculosis en 1934. El matrimonio tuvo tan solo una hija María del Rosario Cayetana, nacida en el palacio de Liria el 28 de marzo de 1926. Su infancia quedó marcada por la obligada separación de su madre debido a la enfermedad y posterior fallecimiento, hecho que le marcó profundamente.

Los tres miembros de la familia pasaron por los pinceles de Ignacio Zuloaga, uno de los mejores pintores de su tiempo y digno heredero de los grandes maestros del Barroco español. Durante su noviazgo el duque se hizo retratar por el artista de cuerpo entero y a tamaño natural con uniforme de Maestrante de Sevilla, salpicado con las condecoraciones que ostentaba. A los pies su perrito basset y al fondo los jardines y el palacio de Liria. El cuadro nos muestra a un hombre elegante, delgado, de facciones angulosas y cuidado bigote.

Alba visitó a Zuloaga en su estudio de París y unos años más tarde, cuando el pintor se estableció en Madrid, le encargó su retrato. Tiempo después Zuloaga evocaba el encuentro en una carta dirigida al duque fechada en Madrid el 19 de marzo de 1945: “Mi querido amigo: Mientras viva recordaré con emoción y agradecimiento aquel día que con el Sr. Arrazavino Vd. (hace muchos años) a mi estudio de Montmatre en París. Aquel día fue uno de los mejores de mi vida, pues nunca yo podría soñar que Vd. Duque de Alba iba a ser el primer español que se atreviera a encargarme un retrato. Ahora, después de muchos años más, le he pintado otro. Yo no se si está bien pero lo que si se es: que lo he pintado con todo elgran cariño que se profesa, su amigo, Ignacio Zuloaga”.

En 1939 el maestro volvió a hacer un retrato ecuestre de la duquesa de Montoro, en el que aparece vestida con traje andaluz sobre un caballo blanco y acompañada por galgos. La joven escribió al pintor desde Londres el 13 de julio de 1939: “Mil gracias por el dibujo que me mandó, lo hemos colgado en mi cuarto precioso. Tenemos aquí todos cada día más deseos de ver el cuadro, toda la gente que ven aquí las fotografías les encantan. Mi abuela y mi tía Sol han llegado aquí la semana pasada. Ya se que fui el peor modelo. Monto mucho a caballo en el campo y juego al tenis. Todas las mañanas voy al colegio. Todos aquí le mandan recuerdos. Con mucho cariño. Cayetana”. Según relata el duque el retrato de su hija tuvo una magnífica acogida: “El retrato de Tana fue un éxito completo. Uno de los días de Feria salió vestida con el mismo traje y a caballo y no extrañará a Vd. (ni a mí tampoco) que se llevara el primer premio”.

Tras un paréntesis de varios años, durante la Navidad de 1944 Zuloaga propone a don Jacobo: “Haremos un Duque tal y como es. Sin uniforme, bandas ni cruces; sino sencillo y elegante.” Alba aceptó encantado la propuesta: “Yo pienso marchar a España a fin de mes, si Dios quiere, y entonces haremos el retrato como usted dice, sencillo y con traje de paisano.” Así fue como sucedió, el maestro pintó al duque vestido con un traje gris, sentado y con un libro en la mano. Simple, concentrado, solo su presencia y el testimonio de su afecto y respeto mutuo.
