Cómo los viajeros se están convirtiendo en la mayor nación del mundo y cómo han aprendido a ver no sólo aquello que buscan

“Hace un siglo, el historiador Hippolyte Taine (1828-1893) dijo que había seis tipos de turistas. El primero viaja por el placer de desplazarse, enfrascado en contar la distancia recorrida. El segundo sale con una guía de viajes, de la que nunca se separa: «Come trucha en los lugares recomendados y discute con el dueño del local, si el precio es superior al indicado». El tercero viaja en grupo con su familia, procura evitar las comidas desconocidas y su interés consiste en ahorrar dinero. El cuarto tiene un solo objetivo: comer. El quinto está formado por cazadores que buscan objetos especiales y antigüedades o plantas raras. Finalmente, hay quienes «contemplan las montañas desde la ventana del hotel…echan una siesta placentera y leen el periódico holgazaneando en un sillón, para decir después que han visto los Pirineos». Es indudable que siempre habrá turistas que deseen repetir estos gestos rutinarios, pero hay también otras posibilidades. Los turistas se contentan, quizá, con ver sitios y cosas, pero viajar es también descubrir gente, lo cual tiene mayor interés: es una labor, requiere esfuerzo y su recompensa es la transformación tanto del visitante como del anfitrión.

«La vida es un viaje continuo», dijo Vincent Le Blanc, nacido en Marsella en 1554, quien se hizo a la mar a los catorce años y no regresó hasta los setenta. Tras haber visitado todos los continentes conocidos, acabó conociendo una mujer en Brasil, pero, como dijo Le Blanc, resultó ser «una de las mujeres más terribles del mundo». La primera característica de los viajeros que han sido algo más que turistas ha sido la de no haber hallado lo que esperaban o buscaban. No ha sido fácil adquirir la capacidad de constatar que nos enfrentamos a algo nuevo, pues mucha gente ve lo que quiere ver. Viajar se hizo un arte cuando las sorpresas se convirtieron en ventajas.
«En el desierto se contemplan muchas fantasías y duendes», se quejaba Le Blanc, «empeñados en engañar a los viajeros y hacerles perecer de hambre y desesperación». Un psiquiatra moderno diría que el viaje revela los miedos ocultos. Los beduinos no hablaban a Le Blanc de miedos o fantasías sino de djins (1), y afirmaban que, si se les plantaba cara, desaparecían. Sin embargo, la liberación de los propios miedos sólo puede constituir la mitad del objetivo de un viaje; luego, llega el descubrimiento de amigos inesperados.

Todas las religiones han animado a viajar, en la convicción de que es bueno para el alma, aun cuando los gobiernos han creído uniformemente lo contrario, obstaculizando los viajes mediante impuestos y papeleo.

(…) Algunas mujeres viajeras han considerado los viajes como una alternativa al matrimonio, lo cual es quizá la razón de hayan estado más cerca que nadie de eliminar las fronteras. Para ellas, viajar era, por partida doble, un acto de desafío de las convenciones y el peligro.
(…) Tras la historia de las naciones y las familias queda otra por escribir: la de los inadaptados en unas o en otras, o que se sintieron incompletos en su seno y crearon nuevas afinidades lejos de su lugar de nacimiento. Los viajeros han sido una nación de un tipo especial, sin fronteras, y se están convirtiendo en la mayor nación del mundo a medida que los viajes no son ya una mera distracción , sino una parte esencial de la dieta de la persona. Más de 400 millones de seres humanos viajan hoy anualmente por los continentes. Los personajes más admirables de la historia de los viajes son aquellos que han resultado más provechosos para sus anfitriones. Los viajes son un logro cuando el viajero regresa como embajador del país visitado, del mismo modo que un actor logra su mayor éxito cuando se introduce en un personaje y descubre algo de sí en el papel que representa. Viajar no supone necesariamente marchar a lugares distantes.”

Theodore Zeldin. Historia íntima de la humanidad. Barcelona. Plataforma Editorial. 2014. pp. 328-329 y 337-338.
(1) En la mitología árabe (del islam y pre-islamica) los djins son duendes que pueden ser buenos o malos, pueden hacer mucho daño pero también pueden otorgar dones y hacer grandes favores, son mayoritariamente más bien traviesos o maliciosos. Existen dijns masculinos o dijinjas femeninas, existen djins caseros, del bosque… cada lugar puede tener su propio djin. En castellano ha derivado a la palabra genio.