“La poma, según se conoce en la actualidad, aparece bajo dos formas: la esférica, (o en forma de pera) de ahí el nombre de poma, vasija perforada y cerrada que contiene ciertas plantas aromáticas o sus extractos (normalmente pendiente del cuello), o alternativamente aparece como una fruta, a menudo una naranja, tratada de modo que se consiga su deshidratación y reducción de tamaño. (…) Nuestro primer encuentro con una poma ocurre en el Antiguo Testamento en el Cantar de Salomón (poema que data del siglo X A. C.). Esta narración del ritual nupcial, de índole altamente sensual, menciona el altar, una esencia dentro de una bolsa. Dice así: «mi bien amado es para mí como un manojo de mirra, que descansará toda la noche entre mis senos». Más adelante, en las profecías de Isaías (ca. 740-732 A. C.), se hace referencia a tabletas, unas vasijas perforadas que contienen esencias de plantas y se llevan colgando del cuello, y «bolas dulces», masas esféricas de resinas de plantas aromáticas. Isaías los menciona en el contexto de la inmoralidad femenina, atribuyendo, por tanto, un uso sensual-hedonístico a estas proto-pomas.

(…) La pestilencia de 1348-1350 atrajo una atención considerable debido a la mortandad generalizada y a la alarma social que esto causó en Europa. Fue como respuesta a esta catástrofe que las ideas populares relativas al papel del aire, implícitas desde hacía mucho tiempo en la teoría médica antigua, llegaron a dar forma al uso y composición de una poma. Las nociones de profilaxis que surgieron entonces, continuaron haciéndose notar en fechas tan tardías como la mitad del siglo XVIII, durante los últimos brotes de peste a gran escala. La muerte y el hedor, que siempre habían sido considerados como concomitantes, adquieren un nuevo significado en la Europa de 1348. Mientras que normalmente se pensaba que los malos olores emanaban de los cuerpos putrefactos u objetos orgánicos en descomposición, la peste dio forma a la opinión popular de que lo maloliente podía ser, per se, la causa de la enfermedad. Ya en 1348, según la opinión de los médicos, se atribuía al aire infectado la transmisión de la Peste.

(…) Mediante un ligero conocimiento del saneamiento público durante la Edad Media el lector moderno comprenderá rápidamente que había pocos lugares libres de hedor. Esto perfiló el remedio de inmediato, es decir, la fumigación. Inicialmente, bajo la forma de quemar plantas aromáticas dentro de las casas para purificar el aire. Así «las hojas de laurel, enebro, orégano, ajenjo, ruda, magarza y aloes» entraban en la composición de este complejo profiláctico, que al ser quemado, garantizaría la protección. En otros, la mezcla incluía además clavos, romero, abrótano y espliego. Como breve inciso diré que la percepción que se tenía del papel del aire, condujo a soluciones mecánicas como el volteo de campanas para desplazar el «aire viciado» (…) Aunque la fumigación era más fácil en el interior de los edificios, rápidamente se dieron cuenta de que muy pocos podían permanecer aislados en sus hogares. Esto dio lugar a la búsqueda de fumigantes portátiles. Así, John de Burgundy (1365) recomendaba que cuando uno circulase entre el público debía llevar «una bola aromática» o poma.

La tecnología médica existente, entonces como ahora, estaba condicionada a menudo por el status del cliente o la posibilidad de poder pagar. La fumigación, basada en la combustión de ciertas plantas se iba a convertir muy pronto en una operación cara, a juzgar por los datos de los brotes posteriores que debatiremos más adelante. Sin embargo, la poma fue cara y selecta desde el principio. El trabajo artesanal que suponía su elaboración, junto con la obtención y formulación de las resinas aromáticas, colocaron a la poma en manos de los ricos. Las pomas anti-peste originales estaban formadas por lábdano, aloes, almáciga, olíbano, storax calamita y flores de romero. A este se le añadió cierto número de sustancias para fijar y moldear el esférico producto final. En público, el poseedor acercaba la esfera a su nariz. Una poma similar, pero hecha para los que tenían menos recursos, estaba compuesta por zedoaria, clavos, nuez moscada y macis. En el caso más barato, la parte central de la poma estaba hecha de tierra.

Según se ha dicho más arriba, la polilla representaba un gran problema para el hombre medieval. Dado que la mayor parte de la ropa estaba confeccionada con fibra de lana y que se creía que la polilla era producto de aire corrupto, no deberá sorprendemos que se recetasen sustancias aromáticas para eliminar a este enemigo. Es más, las recetas de este tipo estaban yuxtapuestas a soluciones para la epidemia. De modo que el Herbario de Bankes de 1525, que era una compilación de trabajo anterior, menciona romero o espliego como fundamento para la protección de la ropa. (..) Muy pronto, algunos ingredientes empezaron a escasear y, aparte de provocar un incremento en su precio, dieron como resultado las prohibiciones de su uso como es el caso de la cera para moldear. Con la primera epidemia tocando a su fin, lo que comenzó como profiláctico se convirtió en un símbolo de status. La poma fue embellecida con piedras preciosas y engarzada en oro y plata. Numerosos retratos de la época muestran a los poderosos con sofisticadas pomas, típicamente pendientes del cuello, como símbolo de lujo.”

María Dolores Fernández Álvarez. La evolución de la poma de olor, su papel en la profilaxis médica, ritos y moda. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
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Maravilloso 😍
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Muchas gracias Manolo. Es un asunto muy interesante y curioso.
Que bonito artículo, bellísimos objetos de arte. Recuerdo que en mi niñez cuando salíamos de paseo recogíamos unas frutillas comestibles de color amarillo, algunas nos las comíamos y otras iban a las carteritas para que produjeran ese olor delicioso a pétalos de rosa, su nombre: Pomarosa!
Gracias Bárbarita.