
«Sevilla es la más rica y la mayor ciudad de España, si exceptuamos Madrid, situada a orillas del río Guadalquivir, en medio de una gran llanura, la más fértil del reino de Andalucía, del que es la capital, y una de las más antiguas de España, puesto que fue construida en el tiempo de los moros; pero está muy arruinada y quemada por entero en el sitio en donde se ve al presente un anfiteatro y algunos restos de sus murallas muy recias. Después de lo cual ha sido restablecida de nuevo un poco más lejos, en el sitio en donde está ahora, siendo al presente una de las grandes de Europa, por la comodidad de su hermoso río, que la hace como un famoso puerto de mar, puesto que llegan allí barcos de todas las partes del mundo.

Su forma es casi redonda, y encierra varios grandes palacios, hermosas iglesias y grandes plazas, cada una de las cuales posee un gran estanque con su fuente, cuyas aguas son traídas por un acueducto desde cinco o seis leguas de la ciudad. La plaza Mayor es una de las más principales; está rodeada de varias casas, que son la morada de ricos orfebres, donde está la Audiencia, palacio donde se defienden los pleitos; el Ayuntamiento no está muy lejos de allí, que es uno de los hermosos edificios de la ciudad. San Francisco es un convento muy próximo, que tiene sus claustros y una biblioteca importantes.

Fuimos al día siguiente a ver la calle de la Platería y los ricos almacenes de la Lonja, que forman como una feria de varias calles, que no son sino tiendas de mercaderes de telas de seda. La iglesia del arzobispado está muy cerca, habiendo en Sevilla un arzobispado, una universidad, una Inquisición, y allí se acuña moneda, porque no hay en toda España más que en Segovia, donde se fabrique de oro y de plata.

La iglesia metropolitana es la más considerable y la más grande del reino; su largura es de ciento sesenta pasos, y su anchura de ciento, habiendo todo alrededor capillas; el coro está en medio de la nave. Vimos allí un candelabro de varios brazos y un facistol de una madera sumamente rara y estimado por su trabajo. La sacristía encierra varios ornamentos riquísimos; entre otras cosas vimos allí una cruz de gran valor. En el fondo de la iglesia hay tres capillas; la del centro está cubierta por una cúpula, donde hay varios sepulcros; el del rey Fernando merece que sea su epitafio, que después de haber mantenido el sitio contra los moros delante de Sevilla, entró allí victorioso, y los echó del reino.

Pero sobre todas las cosas estimo su alto campanario adonde subimos hasta lo alto por una subida sin escalones, hecha de caracol, tan suave y tan fácil que un mulo cargado puede subir por ella. Desde lo alto vimos toda la extensión de esa gran ciudad, que nos llenó de asombro y de admiración, contemplando la cantidad de palacios y de hermosas iglesias que contiene. Contamos veinticuatro grandes campanas en el campanario, donde están colgadas en las ventanas, y tocadas a la manera de Italia, de Provenza y de Inglaterra, que es el tirar de ella con fuerza, para hacerlas dar la vuelta, desde donde vuelven a caer, produciendo un sonido poco agradable y sin ninguna armonía.

Vimos que la veleta de lo alto del campanario es una figura de bronce dorado, que brilla como un astro en el cielo. Hay una gran capilla que llaman la Parroquia, o, dicho de otro modo, el Sagrario, cuya sacristía merece ser vista a causa de que se ve allí todo alrededor las figuras de mármol blanco, de altura desmesurada, de los cuatro primeros padres de la Iglesia y de los cuatro evangelistas.
No hay que extrañarse si no particularizo las cosas que son de ver, como en esa sacristía, porque necesitaría volúmenes enteros para hacerlo, y me bastará con decir solamente que allí el viajero curioso puede ver muchas cosas notables y bellísimas, a fin también de no aburrir al lector con una prolijidad demasiado grande del relato. Esa capilla está separada de la iglesia; se encuentra delante de sus claustros, donde hay un jardín lleno de varios naranjos y de palmeras, que son regados por las aguas de una fuente que salen de un gran estanque, que dan frescor a aquel lugar de paseo. El palacio de arzobispo y el del duque de Arcos, en una plaza del mismo nombre, merecen ser vistos.

Entre varios colegios que hay en Sevilla, los del cardenal y de los padres jesuitas son los principales; este último está en la plaza que llaman Barco del Duque, con el palacio del duque de Medina, gran edificio. Tienen una bellísima iglesia muy cerca del mercado mayor, del pan y de las frutas. Hay también la plaza llamada la Feria, donde se celebra un mercado una vez a la semana. Pero de todas esas plazas, la Alameda es la más considerable, que es un paseo de muy largas avenidas, bordeadas de árboles, en donde hay varias fuentes en diversos sitios y multitud de pequeños estanques, cuyas aguas riegan el pie de todos los árboles, y donde por la noche da gusto ver las carrozas y las personas de calidad pasearse al fresco de todas esas hermosas fuentes, cuyas aguas son las mejores de beber de la ciudad. Vimos a la entrada de ese gran jardín dos altas columnas; sobre una está la figura de un emperador, y sobre la otra un Hércules. Son esas dos columnas de Hércules, tan renombradas, que plantó en el estrecho de Gibraltar y que se ven también representadas en varios sitios de España y sobre algunas monedas de plata, con el lema de los reyes de España, «Plus ultra», escrito sobre la piel del león de Hércules, que está extendida entre esas dos columnas.»

Albert Jouvin. “El viaje de España y Portugal”. Viajes de extranjeros por España y Portugal desde los tiempos más remotos hasta comienzos del siglo XX, recopilación, traducción, prólogo y notas, J. García Mercadal. Volumen III. Salamanca. Junta de Castilla y León. 1999. pp. 642-643.