
«Deseamos con impaciencia que la absoluta desaparición del cólera vuelva a traer al seno de esta capital las elegantes que el miedo nos ha robado, y que la animación de una época más feliz haga renacer la apagada coquetería de las bellas, que permanecen todavía casi aisladas en medio de esta gran población. Vacíos casi los teatros, desiertos los paseos, suspendidas las sociedades, ¿adónde iríamos a buscar la moda? Sólo podemos hacer algunas indicaciones generales acerca de los caprichos, más o menos fundados, de esa diosa del mundo, que así avasalla los trajes y peinados como los gustos y opiniones.

Es de moda, por ejemplo, en la ópera, la señora Campos; así es que apenas hay noche que no se la aplauda. No es menos de moda el sorbete de arroz, ni menos insípido tampoco. Está decididamente en boga reírse todos los días de los gestos espantables del señor Género, quejarse del Gobierno, y asombrarse de la inacción de los Estamentos. Estas tres modas durarán probablemente más que el talle largo.

Hacen furor los oficios de próceres y procuradores imposibilitados: es por cierto cosa furibunda. Al cabo de algún tiempo sucederá con estas imposibilidades de asistir lo que sucedía el invierno pasado con los capotes forrados de encarnado, que no había barbero sin capote; a este paso, dentro de poco no habrá representante sin imposibilidad. Es de esperar, sin embargo, que esta moda de poco gusto y de menos patria se proscriba, como se proscribió para siempre el escote exagerado de las mujeres, al cual se parece demasiado en presentar desnudas cosas que deben siempre estar tapadas.

Empiezan a estilarse mucho los «artículos de oposición»: se asegura que hacen bien a todos los cuerpos. Algunos se ven, sin embargo, que hacen tan mala cara al Estamento como los ferronières de metal a las señoras, que las desfiguran todas y «hacen traición» a su hermosura; en este caso están los de hechura llamada «a lo sesión secreta». Lo más raro es que, según parece, esos artículos salen fabricados del mismo Estamento, no porque sea la mejor fábrica, sino por estar allí las primeras materias y la mano de obra. Esa moda no nos gusta: se semeja un tanto cuanto a la falda corta en no ser la más decorosa.

Los «artículos ministeriales», que algunos seudoelegantes quieren introducir, no se acreditan. Son como los peines altos, que sólo sirven para que se vea venir desde lejos a quien los usa, y para dar una elevación ridícula a la persona. Hay, sin embargo, un regular surtido al uso de los pretendientes, en la fábrica-colmena de La Abeja, imprenta de don Tomás Jordán. Aunque es moda nueva, se venden baratos, sin duda porque la gente de gusto no los gasta. Es moda antinacional como los sombreros de señora; así es que, por más flores que se les pongan, no se saben llevar, con paciencia, se entiende. Estas dos modas últimas, exageradas, como algunos las llevan, no nos parecen del caso; los ministeriales no hacen buena figura, y los de oposición pueden llegar a hacerla mucho peor. Con cierta medida todo es bueno.

Se siguen estilando las sesiones cortas, muy cortas, como si dijéramos a media pierna; en esto se dan la mano con los vestidos de maja; así es que se suelen dejar lo mejor en descubierto.

En punto a calzado, sólo podemos decir que lo más común es andarse con pies de plomo. Con respecto a talle, la gran moda es estar muy oprimido, tan estrecho que apenas se pueda respirar; por ahora a lo menos éste es el uso; podrá pasar pronto, si no nos ahogamos antes. En punto a muebles, los hay nuevos todos los días; pero allá se van con los antiguos. Por lo que hace a adornos de mesa, sabido es que en España no somos fuertes; bien que falta lo principal, que es qué comer.
De colores, en fin, estamos poco más o menos como estábamos; si bien el blanco y negro son los fundamentales, aquél más caído, éste más subido, lo más común, especialmente en personas de calidad, son los colores indecisos, tornasolados, partícipes de negro y blanco, como gris o entre dos luces; en una palabra, colores que apenas son colores; es de esperar que pronto se habrán de admitir, sin embargo, de grado o por fuerza, colores más fuertes y decididos, puros y sin mezcla alguna. En el ínterin chocan tanto estos últimos que hay personas nerviosas que sólo al considerar que habrá que entrar en ellos padecen y ofician, y guardan la cama.»
Mariano José de Larra. «Modas». Revista Española, n.º 309, 24 de agosto de 1834.