
«Entre los diseñadores textiles de aquel siglo, fue Philippe de Lasalle (1723-1804) quien mostró mayor talento. Aclamado como el Rafael de la seda, era más bien un Leonardo orientado a los negocios. Lasalle recibió su educación artística en Lyon y París, y combinaba su talento como pintor con una comprensión profunda de las capacidades del telar de tiro, además de poseer la mente de un inventor y haber aprendido a valorar, no sin esfuerzo, la política de los textiles. En la década de 1750 desarrolló diversas fórmulas para crear tintes coloristas y duraderos en las sedas estampadas, lo que sirvió para que la Cámara de Comercio de Lyon lo desalentase ante el temor de que, debido a sus esfuerzos, la rivalidad por conseguir estampados afectara a la industria del brocado.

Desde ese momento, Lasalle concentró en los brocados tanto su iniciativa como sus energías inventivas y artísticas. Al alabar sus diseños, un contemporáneo suyo lo agasajó de este modo:
Sus tejidos parecían conservar el movimiento natural de la vegetación con la elegancia añadida de un chorro de agua. La pureza de las formas, los pájaros y los insectos que animaban sus pintorescas composiciones, así como sus bellos escenarios, eran una demostración de lo que nuestra industria podía crear bajo la dirección de este inteligente artista.

Para transformar en hilo un esbozo, un diseñador de sedas debía crear, en primer lugar, una mise-en-carte, una versión a gran escala del diseño en papel cuadriculado, donde cada cuadrado representaba una única intersección de trama y urdimbre. El desafío que aquello suponía no se limitaba a la producción de un dibujo armonioso: también debía anticipar la manera en que aquel diseño ampliado había de transferirse a una delicada seda. Demasiados detalles le harían perder claridad. Una gradación de color insuficiente le haría carecer de elegancia. Al usar colores similares para dar sombras y detallar las diferentes texturas de los hilos, Lasalle confería a sus brocados una gran impresión de profundidad y realismo.

Una vez sobre el papel, el motivo tenía que ser codificado para su traslado al telar, un proceso minucioso en grado sumo que llevaba mucho tiempo. Un brocado de seda podía tener trescientos hilos de urdimbre cada dos centímetros y medio, y cientos, incluso miles, de pasadas de trama por cada patrón de repetición del motivo. Se podían tardar tres meses en preparar un nuevo diseño, durante los cuales el telar quedaba inutilizado para la tejeduría.

En el telar de tiro francés, el ayudante (por lo general, una mujer) no se sentaba sobre las urdimbres. En su lugar, se quedaba cerca del tejedor, y tiraba de las cuerdas verticales que colgaban junto al telar. Para preparar un motivo, una liseuse, o lectora, decía en voz alta los colores hilo a hilo, mientras una segunda trabajadora ataba un lazo alrededor de las cuerdas de control correspondientes, conocidas colectivamente como semple. Cada lazo levantaba los pesados lizos de cada hilera de trama suplementaria. El trabajo de la chica de tiro requería –o hacía que se desarrollasen– concentración y fuerza muscular. Levantar el peso de cientos de lizos y vencer la fricción de las cuerdas requería fuerza, resistencia y, en ocasiones, un equipo compuesto por varias chicas de tiro.

El sistema también adolecía de un mayúsculo inconveniente comercial. Cada ramo de cuerdas estaba atado de forma directa al siguiente, lo que hacía imposible conservar los motivos para un uso posterior. Cuando se completaba un brocado, había que deshacer los nudos para dejar espacio a un nuevo diseño. Si un cliente encargaba algún motivo anterior, había que iniciar todo el proceso de nuevo. Y la tejedora no podía combinar con facilidad dos motivos en la misma tela. En la práctica eso suponía un límite tanto para el tamaño como para la variedad de los motivos.

Lasalle, que a lo largo de su carrera concibió muchas soluciones para mejorar los telares, decidió enfrentarse al problema. Tras nueve años de ensayo y error, fabricó un semple desmontable que podía prepararse por adelantado, formando un motivo cualquier, e intercambiable según las necesidades. Un taller podía incluso preparar semples para las nuevas creaciones de temporada mientras los agentes de venta se encargaban de tomar los pedidos. En una época tan centrada en la moda, reducir el tiempo de respuesta conllevaba un beneficio enorme. El semple desmontable contribuyó a que los motivos más variados y de mayor tamaño resultaran factibles desde un punto de vista económico, y le proporcionó a Lasalle un renovado aplauso tanto por su faceta de diseñador como por la de inventor.

Lasalle se anotó un tanto publicitario con los primeros retratos tejidos. Escogió a personalidades de la realeza, entre ellas Luis XV y su nieto, el conde de Provenza, y firmó sus obras en latín, en letras mayúsculas, remendando las inscripciones de los antiguos edificios romanos («LASALLE FECIT»). Su perfil de Catalina la Grande estuvo expuesto en la casa de Voltaire, lo que le abrió las puertas a nuevos encargos por parte de la monarquía rusa. «La técnica del brocado del medallón de Catalina es tan delicada –escribe una historiadora– que solo cuando se examina el reverso podemos estar seguros de que está tejido y no bordado». Los retratos tejidos de Lasalle, como el semple desmontable, se adelantaban a los célebres programas de tejeduría a los que se llegaría en la actualidad.»

Virginia Postrel. El tejido de la civilización. Cómo los textiles dieron forma al mundo. Madrid. Siruela Biblioteca de Ensayo. 2020. pp.114-117.
Extraordinario!