
“El príncipe Baltasar Carlos encarnó todas las esperanzas de la monarquía, de su padre y sin ganas de hacer futuribles, lo cierto es que su muerte cambió drásticamente el camino de la historia de España. Porque en tiempos de Felipe IV ocurrieron muchas cosas muy desdichadas. Felipe IV, y sin lugar a dudas el Conde-Duque, se empeñaron en que el príncipe Baltasar Carlos recibiera una esmerada educación, global, integra y excelente. Y las actitudes del muchacho presagiaban que los resultados serían óptimos. De hecho, el propio pintor de la Corte, Velázquez, reflejó algunos de los virtuosos aprendizajes del príncipe, como ejemplo en la espectacular Lección de equitación.

(…) Pero antes de seguir adelante, he de hacer una breve mención a Fernández Otero que en 1633 publicó un tratado de poco más de 120 páginas, sobre cómo debía ser el maestro del príncipe, las materias que debía aprovechar, los tiempos, etc. El libro llevaba por título El maestro del príncipe y lo escribió para que fuera de utilidad en la educación de Baltasar Carlos, como él mismo manifiesta en la introducción. La concisión de la obra me permite eludir un comentario por extenso. El niño ha de estudiar las Artes liberales que ya hemos visto, y no se explaya en mucho más. Dos décadas más tarde defenderá los mismos argumentos Enríquez de ViIlegas. En Baltasar Carlos se experimentó una educada educación intelectual, política, religiosa y cinegética, o sea, de lo que se podía esperar de un príncipe. Y se hizo con esperanzas.

Por ejemplo, el 20 de agosto de 1640 defendió ante su padre una lección que la titularon Copia de la abundancia: ton keraton Amaltheias, acto que dirigió el maestro Isasi y que dio gran satisfacción al rey. Aunque mientras el rey estaba en Zaragoza, su confesor Sotomayor le escribió desde Madrid, en el verano de 1643, diciéndole que el muchacho era un experimentado cazador de conejos, y así aunque él está bien de salud, «los conejos de la Casa de Campo no están muy bien con su arcabuz» (3 de agosto de 1643 y otras similares, etc.) e incluso «prosigue con su enemistad contra los conejos porque hoy no se contenta con los de la Casa de Campo, sino que se abalanza contra los del Pardo» (28 de octubre de 1643). Lo que llama la atención es que ya tan joven «no se contenta con conejos sino que mata osos y jabalíes y toda caza mayor» (s.d. de noviembre de 1643).

Pero fundamentalmente, «el príncipe, Dios le guarde, ocupado como suele en sus estudios en que aprovecha tanto que entiendo ha de trocar el oficio con su maestro y hacerle su discípulo» (4 de junio de 1644). En esa linea de profundizar en su educación, basta decir que en 1645 el rey Felipe IV escribía estas clarísimas e ilusionadas palabras sobre la educación que estaba dando a Baltasar Carlos (¿recordaba lo que le enseño de pequeño Garcerán Albanell, o es tan solo la lógica de la responsabilidad paterna?):
He querido que empiece ya el Príncipe a ver e ir aprendiendo lo que le ha de tocar después de mis días y así, aunque solo, lo he traído conmigo y puesto su salud en la manos de Dios, fiando de su misericordia ha de guardar y encaminar todas sus acciones a su mayor servicio.
Desde la religión, la educación del joven, « desde que empezó a tener uso de razón […] he procurado que se críe con particular devoción a Nuestra Señora y esto se continúa y continuará, pues es la puerta por donde todos hemos de entrar a pedir el perdón de nuestras culpas» (idem, 15 de mayo de 1645).

Y cuando todo estaba en marcha y consiguiéndose los mejores resultados que se podía imaginar…, el príncipe Baltasar Carlos falleció a falta de una semana para haber cumplido los diecisiete años de edad. Iba de viaje con su padre. Aquello fue así. Hacia el 1 de junio de 1646 parecía que el príncipe había superado unas malditas fiebres.

(…) En menos de seis años Felipe IV había perdido todo: se seguía en guerra en el Imperio europeo por culpa de la guerra con Francia y los herejes; se había esfumado la lealtad de sus súbditos en 1640, al valido lo había cesado en 1643, su esposa le había dejado viudo en 1644, ahora moría su hijo. Tenía cuarenta y un años y tenía que volver a empezar. Era un rey pasmao, ¡qué simpáticos!
Como digo, Felipe IV formó al príncipe de Asturias no sólo como caballero, tan necesarios en esa época como pedía el Conde-Duque en su memorial sobre la educación, sino componiendo para él la Autosemblanza de 1633, o entregándolo a los mejores maestros que se pudo, y más adelante, adentrándolo e la vida política y en la guerra. Por primera vez en la historia de la monarquía de los Austrias (por no decir en la historia de España), se preparaba un meticuloso y. cuidadoso plan de estudios para el príncipe de Asturias. Es el compendio de unos saberes y unas formas de actuar que llevaban proponiéndose, ejecutándose, alterándose, volviéndose a poner en marcha, paralizándose y arrancando de nuevo desde tiempos de Isabel I de Castilla, con buenos y excelentes maestros, pero a veces malos educadores, con discípulos entristecidos o díscolos, con problemas políticos que invadían la sala de estudio del príncipe…

Sin embargo, en tiempos de Felipe IV se puso en marcha un proyecto nuevo e ilusionante, que se alimentó de la tradición, sí; de corrientes extranjeras, sí; pero que se preparó un camino propio para la España de la Casa de Austria. Olivares y el rey podían sentirse orgullosos y tranquilos, porque, además, la inteligencia y el ánimo del príncipe de Asturias animaban a ir a más y más. Se iba a lograr, al fin, el sueño de la continuidad excelente de la monarquía de España. Todos los planetas confluyeron: el rey sabio, el primer ministro virtuoso y pendiente del orden de los planetas, el buen maestro instruido y buen profesor satélite del rey y del valido, el discípulo hambriento de saberes y capaz de ordenarlos; joven y bien parecido. Un príncipe estelar.

El plan de estudios del príncipe Baltasar Carlos quedaba bien diseñado. LLevaba rondando por la cabeza de Olivares (autor de otro memorial sobre el qué hacer con los infantes Fernando y Carlos) desde al menos 1632 y justo antes de 1635 se ponía en ejecución. La desdicha de lo que pasó en los diez años siguientes, destrozó la historia de España y cualquier posibilidad de poder soñar a lo grande (¿hasta cuándo?)”
Alfredo Alvar Ezquerra. Espejos de príncipes y avisos a princesas. La educación palaciega de la Casa de Austria. Madrid. Santander Fundación. Colección Historia Fundamental. 2021. pp. 209-212.