Los dolores de cabeza de Luis XIV


          «En algún momento de la década de 1670, el Rey Sol empezó a perder interés en los perfumes fuertes. Y los vientos empezaron a cambiar. Como quedó registrado en el Diario de la salud del rey, una increíble descripción entre 1647 y 1711 que detalla desde los enemas hasta los tumores de Luis XIV, su majestad comenzó a padecer terribles migrañas y los médicos no tuvieron mejor ocurrencia que atribuirlas al exceso de objetos perfumados. Cada vez que hojeaba viejos papeles, los densos vapores le provocaban vértigos y desmayos. Según el duque de Saint-Simon, el rey había abusado tanto de los perfumes almizclados que «no pudo soportar ninguno, excepto el olor de la flor de naranjo». Al final de su reinado, señaló el escritor y diplomático francés, nadie odiaba los olores más que él.

Claude Lefèvre. Retrato de Luis XIV. Hacia 1670. Palacio de Versalles.
Claude Lefèvre. Retrato de Luis XIV. Hacia 1670. Palacio de Versalles.

          La corte entonces renunció a seguir aromatizando ropa, pelucas, guantes y abanicos. Y los dolores saltaron de la cabeza del rey a las de los perfumistas franceses, cuyo imperio perfilaba al derrumbe. En la edición de junio de 1673 del periódico Le Mercure Galant, el periodista Jean Donneau de Visé registraba el cambio de gustos: «Los perfumes han perdido todo el crédito: su olor resulta tan excesivo que dan dolor de cabeza». La fobia a las fragancias duró décadas. En 1692, el noble genovés Gian-Paolo Marana advirtió en Carta de un siciliano: «Desde que al soberano no le gustan los perfumes, a todos se les exige odiarlos. Las damas fingen desmayarse con la sola vista de una flor».

Pintado por un autor anónimo y sin fecha. En el reverso del lienzo, un texto francés sin firmar atribuye el retrato al perfumista de Colonia Giovanni Paolo Feminis (ca. 1660-1736). La pintura se exhibió por primera vez el 11 de julio de 2009 en la exposición La mirabilis storia dell'Acqua di Colonia en Santa Maria Maggiore.
Anónimo y sin fecha. En el reverso del lienzo, un texto francés sin firmar atribuye el retrato al perfumista de Colonia Giovanni Paolo Feminis (Hacia 1660-1736). La pintura se exhibió por primera vez el 11 de julio de 2009 en la exposición La mirabilis storia dell’Acqua di Colonia en Santa Maria Maggiore.

          Los perfumistas franceses entonces dejaron de ser el epicentro del mundo aromático europeo. Sin el apoyo oficial, perdieron su monopolio y su orgullo recibió un duro golpe: buscando desarrollar un agua medicinal, fue un italiano quien desarrolló la fragancia que sería la favorita del mundo durante siglos, el agua de colonia. Su historia está llena de contradicciones, revisionismos y versiones cruzadas. Una de ellas cuenta que un vendedor ambulante llamado Gian Paolo Feminis copió fórmulas antiguas y mezcló romero, bergamota, lavanda, flores de naranjo y limón y consiguió que su composición, llamada Aqua mirabilis (agua admirable), fuera reconocida como un medicamento en 1727 por la Facultad de Medicina de Colonia,  Alemania, ciudad al que se había mudado.

          Pero Feminis murió en 1736 y, sin herederos, su amigo y ayudante —algunos dicen que era su sobrino— Giovanni Antonio Farina heredó la fórmula de esta fragancia anunciada como la cura para todo tipo de dolencias y a la que, después de mejorarla y hacerla más sutil, rebautizó como Agua de Colonia. Su aroma Ligero, fresco y durable pronto revolucionó el mundo de la perfumería y se volvió una de las fragancias más deseadas por cortes europeas y por celebridades como Voltaire, Alexander von Humboldt, Honoré de Balzac, Wolfgang Amadeus Mozart, Thomas Mann. «He encontrado una fragancia que me recuerda al amanecer italiano, a narcisos de la montaña, a naranja floral poco después de la lluvia —escribió Farina— Me refresca, fortalece mis sentidos y mi fantasía.»

Jean Auguste Dominique Ingres. Napoleón en su trono imperial. 1806. Museo de la Armada, París.
Jean Auguste Dominique Ingres. Napoleón en su trono imperial. 1806. Museo de la Armada. París.

          El gran auspiciante del agua de Colonia fue Napoleón. Se dice que usaba sesenta litros por mes. Hacía perfumar con esta fragancia su apartamento, su caballo, sus trajes. Se bañaba con ella y afirmaba que estimulaba su cerebro. Durante la Guerra de los Siete Años entre 1756 y 1763, que enfrentó a Prusia e Inglaterra con Austria, Francia, Suecia, Rusia y Sajonia, el consumo de los soldados franceses aumentó la producción en forma considerable.

          Para fines del siglo XVIII, se había completado un nuevo cambio en la percepción olfativa. El almizcle, el ámbar gris y la civeta dejaron de ser populares. Eran demasiado fuertes, sus olores excrementales ahuyentaban a las personas en lugar de atraerlas. En 1855, un periodista informó en la edición de junio de Le Messager des Modes et de l’Industrie: «El perfume que Su Majestad la Reina Victoria usó durante su visita de Estado a Francia fue de excelente calidad, pero desafortunadamente incluyó un toque de almizcle indecoroso».

La recepción oficial de la reina Victoria por parte de Napoleón III en el castillo de St. Cloud, 18 de agosto de 1855
La recepción oficial de la reina Victoria por parte de Napoleón III en el castillo de St. Cloud, 18 de agosto de 1855

Una nueva sensibilidad había entrado en escena.»

Federico Kusko. Odorama. Historia cultural del olor. Editorial Taurus. Madrid. 2021. pp.165-166.

2 Comentarios

  1. Se lo debemos agradecer a su autor Federico Kusko, «Odorama. Historia cultural del olor» es un libro muy interesante. Un cordial saludo.

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