¿Como se perfumaban en el Renacimiento?


          “Todo indica que los perfumes alcohólicos no fueron conocidos hasta el siglo XV y el primero de que se tiene noticia es el agua de Hungría, llamada así porque la preparó por primera vez en el año 1370 la reina Isabel de Hungría, que recibió la fórmula de un ermitaño, y su uso la hizo tan hermosa que fue pedida en matrimonio por el rey de Polonia a la edad de setenta y dos años. Esta historia, que procede de un viejo libro publicado en Frankfort en 1639, ha sido recogida por Beckman, que dedica al asunto un capítulo entero y termina dudando de su verosimilitud, conclusión ciertamente poco galante, pues no hubiera debido poner en duda los poderes de seducción de las mujeres a cualquier edad, con o sin la ayuda del agua de Hungría.

          El siglo XVI, aquel brillante cinquecento del que Italia se siente justamente orgullosa, asistió el renacimiento de las bellas artes en aquella tierra clásica. Los lujos de todas clases abundaban en los palacios de sus principescos comerciantes, entre los cuales, como de costumbre, la perfumería ocupaba un importante lugar. Venecia, a raíz de su temprano comercio con Constantinopla, fue una de las primeras ciudades en introducir las sustancias aromáticas orientales. Andando el tiempo, también las damas patricias, no contentas con sus encantos naturales, trataron de realzarlos con el uso de cosméticos. El primer libro sobre la materia apareció en el siglo XVII, bajo los auspicios de la condesa Nani, y contenía muchas fórmulas curiosas, entre las que se encontraban algunas para teñir el pelo de ese hermoso tono llamado capelli fila d’oro. Como mis curiosas lectoras tal vez deseen saber cómo se hacía esto, describiré uno de estos preparados, que consistía en dos libras de alumbre, seis onzas de sulfuro negro y cuatro onzas de miel, todo ello diluido en agua y destilado. Cesare Vecellio, primo del Ticiano, en su interesante libro Degli habiti antichi e moderni, explica cómo se aplicaba.

dona che si fa biondi capelli          Las mujeres se recluían en las terrazas de sus casas, empapaban convenientemente el pelo con este preparado y permanecían sentadas durante horas para que el sol fijase el color. Llevaban en la cabeza un gran sombrero de paja sin copa, llamado solana, para proteger la piel y dejaban el pelo caer sobre las alas del sombrero hasta que se secaba completamente. La ilustración superior, que es reproducción de un grabado de este libro, muestra cómo se hacía. Es de suponer que aquellas hermosas guedejas rubias que tanto admiramos en los cuadros de los artistas venecianos de la época se conseguían de este modo, pues es difícil encontrar este tono entre las italianas modernas.

Giorgio Vasari. Fresco que representa el matrimonio de Enrique II y Catalina de Medicis. 1550. Musei dei Ragazzi di Firenze. Palacio Vecchio. Florencia.
Giorgio Vasari. Fresco que representa el matrimonio de Enrique II y Catalina de Medicis. 1550. Musei dei Ragazzi di Firenze. Palacio Vecchio. Florencia.

          Cuando Catalina de Médicis fue a Francia para contraer matrimonio con Enrique II, llevo consigo a uno florentino llamado René, muy experto en la elaboración de toda clase de perfumes y cosméticos. Su tienda en Pont au Change se convirtió en lugar de cita obligado de los beaux y belles de la época, y desde entonces el uso de perfumes se hizo común entre las clases acomodadas. Poseía también René el arte de preparar sutiles venenos, y se dice que su real dueña recurrió con frecuencia a su talento para deshacerse de sus enemigos.

Pierre-Charles Comte. Juana de Albret, acompañada de su hijo Enrique de Navarra y de Margarita de Valois, viene a comprar a René, perfumista de Catalina de Médecis, los guantes que la envenenaron.1858.
Pierre-Charles Comte. Juana de Albret, acompañada de su hijo Enrique de Navarra y de Margarita de Valois, viene a comprar a René, perfumista de Catalina de Médecis, los guantes que la envenenaron.1858.

          Entre sus víctimas los historiadores mencionan a Jeanne d’Albret, madre de Enrique IV, y afirman que murió envenenada por llevar unos guantes perfumados que le regaló Catalina, aunque los químicos modernos ponen en duda que sea posible envenenar a nadie con semejantes medios. En las fiestas públicas se hizo costumbre perfumar las fuentes, y en el año 1548 la ciudad de París pagó la suma de seis coronas de oro a Georges Marteau «pour herbes et plantes de senteur pour embaumer les eaux des fontaines publiques lors des derniers esbattements»

Bajo el reinado de Enrique III, aquel monarca afeminado, el abuso de los perfumes se extendió de tal manera que fue denunciado por los satíricos de la época, y, entre otros Nicolas Montaut, en su Miroir des Français (1582), echa en cara a las mujeres que usen «toda clase de perfumes, aguas cordiales, algalia, almizcle, ámbar gris y otras sustancias aromáticas y raras para perfumar sus ropas y su ropa blanca, e incluso sus enteros cuerpos»”.

Eugène Rimmel. El libro de los perfumes. Edición Hiperión. Madrid. 2002. pp.215-219. Libro reproducido a plana y renglón de la edición inglesa de 1860.