“¡Dentro de unas semanas partiremos hacia Siria!
Hacer compras para un clima caluroso, en otoño o invierno, presenta ciertas dificultades. La ropa del verano pasado, que con optimismo una supuso que «serviría», ahora, llegado el momento, «no sirve». Por un lado, parece estar (como las deprimentes anotaciones de las empresas de mudanzas) «abollada, rayada y marcada». (Además de encogida, desteñida y rara.) Por otro lado
—ay, ay, ¡tener que decirlo! —, aprieta por todas partes.

¡Por consiguiente…, ¡a las tiendas y grandes almacenes! Y:
—Naturalmente, Madam, no nos piden ese tipo de cosas ahora mismo. Aquí tenemos unos trajecillos encantadores…, los colores oscuros están de rebajas.
¡Oh, detestables rebajas! ¡Qué humillación! ¡Y cuánto más humillante ser reconocida de inmediato como una compradora de rebajas!
(Aunque hay días mejores en que, envuelta en una fina chaqueta negra con un gran cuello de pieles, una vendedora dice alegremente: «Pero, Madam, ¿está segura de que la talla grande es suficiente?».)
Miro los trajecillos con sus inesperados detalles de piel y sus faldas tableadas. Explico entristecida que lo que yo quiero es una prenda de seda o algodón lavable.
—Madam puede probar en nuestro departamento de cruceros.
Madam prueba en Nuestro Departamento de Cruceros…, aunque sin demasiadas esperanzas. La palabra crucero sigue envuelta en un halo de fantasía romántica. La rodea un matiz de Arcadia. Son las chicas quienes hacen cruceros; muchachas delgadas y jóvenes que usan pantalones de hilo inarrugables, con los bajos acampanados y ceñidísimos en las caderas.
Es a esas chicas a quienes les sientan deliciosamente bien los Trajes de Recreo. ¡Para esas chicas tienen dieciocho variedades de pantalones cortos!
La encantadora criatura a cargo de Nuestro Departamento de Cruceros apenas es amable.
—Oh, no, Madam, no tenemos tallas especiales. —¡Leve horror! ¿Tallas especiales y cruceros? ¿Dónde está lo romántico?—. No sería compatible, ¿no le parece?

Convengo pesarosa en que no sería compatible.
Queda una esperanza: Nuestro Departamento Tropical.
Nuestro Departamento Tropical consiste principalmente en cascos coloniales: cascos coloniales marrones, cascos coloniales blancos, cascos coloniales de charol. Un poco apartadas, por ser ligeramente frívolas, unas pamelas rebosantes de rosas, azules y amarillos, como brotes de estrafalarias flores tropicales. También hay un enorme caballo de madera y un surtido de pantalones de equitación.

Pero sí, hay otras cosas: algunas prendas adecuadas para las esposas de los Fundadores del Imperio. ¡Shantung! Chaquetas y faldas de shantung de corte sencillo —nada de tonterías juveniles aquí— para satisfacer tanto a robustas como a escuálidas. Entro en un cubículo con varios modelos y tallas. ¡Minutos después me transformo en una mensahib[1]!
Tengo mis dudas…, pero las acallo. A fin de cuentas, es fresco, práctico y «quepo» dentro.
Vuelco mi atención en seleccionar el tipo de sombrero adecuado. El tipo de sombrero adecuado no existe en esta época y tengo que encargar que me lo hagan, lo que no es tan fácil como parece.
Lo que quiero y pienso conseguir, aunque casi con seguridad no conseguiré, es un sombrero de fieltro de proporciones razonables que encaje en mi cabeza. El tipo de sombrero que se usaba hace unos veinte años para sacar a pasear al perro o jugar al golf. Ahora, hoy, solo están las «cosas» que una adjunta a su cabeza —encima de un ojo, de una oreja, en la nuca—, según dicta la moda del momento…, o la pamela, que mide como mínimo un metro de diámetro.
Explico que quiero un sombrero con una copa como la de la pamela y aproximadamente la cuarta parte de ala.

—Pero se hacen anchos para que protejan del sol por completo, Madam.
—Sí, pero donde yo voy casi siempre sopla un viento espantoso, y un sombrero con semejante ala no se mantendría ni un minuto en la cabeza.
—Podríamos ponerle a Madam un elástico.
—Quiero un sombrero con un ala no más grande que la del que llevo puesto.
—Por supuesto, Madam, con una copa poco profunda se vería muy bien.
—¡Nada de copa poco profunda! ¡El sombrero tiene que mantenerse en su sitio!
¡Victoria! Seleccionamos el color; uno de esos matices nuevos con nombres tan bonitos: tierra, herrumbre, cielo, pavimento, polvo, etcétera.
Unas pocas compras menores, compras que, decididamente, sé que serán inútiles o me meterán en líos. Una bolsa de viaje con cremallera, por ejemplo. La vida, hoy en día, está dominada y se ve complicada por la implacable cremallera.
Blusas y faldas que se abren y cierran con cremallera, trajes para esquiar con cremallera por todos lados. Vestidos ligeros con trozos de cremallera perfectamente innecesarios, solo como adorno.
¿Por qué? ¿Hay algo más terrible que una cremallera que se pone testaruda? Te deja en una situación mucho peor que los comunes y corrientes botones, broches, cierres de presión, hebillas o corchetes.

En los primeros tiempos de las cremalleras, mi madre —estremecida por tan deliciosa novedad —se hizo hacer un par de corsés a medida, con cremallera en la parte de delante.
¡Los resultados fueron sumamente desafortunados! No solo tuvo que librar una dolorosa batalla en la primera subida, sino que después las cremalleras se negaban, con obstinación, a bajar. ¡Quitárselos era prácticamente una operación quirúrgica! Y debido al encantador pudor victoriano de mi madre, durante un tiempo nos pareció posible que viviera el resto de sus días metida en esos corsés: una especie de mujer moderna con corsé de castidad!

Desde entonces, siempre he mirado las cremalleras con cierta desconfianza. Pero parece que todas las bolsas de viaje las llevan.
—Los cierres anticuados han sido totalmente desbancados, Madam —dice el vendedor, observándome con mirada compasiva—. Como usted misma puede ver, es muy simple
—dice y me lo demuestra.
No tengo la menor duda acerca de la simplicidad, aunque, pienso para mis adentros, la bolsa está vacía.
—Bien —suspiro—, hay que estar a la altura de los tiempos.
Con cierto recelo, compro la bolsa.
Ahora soy la orgullosa poseedora de una bolsa de viaje con cremallera, una falda y chaqueta de Esposa de Fundador del Imperio, y un sombrero posiblemente satisfactorio”.

[1] Mujer extranjera blanca de alto estatus social que vive en la India. Aplicado especialmente a las esposas de funcionarios británicos.
Agatha Christie. Ven y dime como vives. Una escritora inglesa en Oriente Medio. Tusquets Editores. Barcelona. 2022. pp.21-24.
Original publicado en 1946.