[…] Por orden de Amulio, unos servidores colocaron a los bebés en una cesta y se los llevaron con la idea de tirarlos al río que distaba de la ciudad alrededor de ciento viente estadios. Pero cuando estuvieron cerca y vieron que el Tíber, fuera de su cauce natural, se había desviado hacia las llanuras por las continuas lluvias, bajaron de la cima de Palatino hasta el agua más próxima (pues ya no podían avanzar más) colocaron la cesta sobre el agua, donde la riada alcanzaba el pie de la montaña. La cesta estuvo flotando durante algún tiempo y luego, cuando la corriente bajó un poco de nivel, tropezó con una piedra y, volcando, arrojo fuera a los bebés. Éstos, gimiendo, daban vueltas en el lodo, cuando apareció una loba que acababa de parir y tenía sus ubres llenas de leche, que les acercó a la boca para que mamaran y, lamiéndolos con su lengua, les quitó el barro del que estaban cubiertos. En ese momento, casualmente iban unos pastores llevando los rebaños a pastar (pues el lugar era transitable) y uno de ellos, cuando vio cómo la loba cogía a los bebés, se quedó boquiabierto durante algún tiempo de estupor e incredulidad ante lo que veía. Después, fue y reunió a todos los pastores que pudo de los que guardaban sus rebaños cerca y, como no creían sus palabras, los llevó a que contemplaran el propio espectáculo. Cuando aquéllos se acercaron y vieron que la loba cuidaba a los bebés, como si fuera sus hijos y ellos se agarraban a ella como si fuera su madre, supusieron que estaban ante un hecho sobrenatural y se acercaron todos juntos para amedrentar con sus gritos al animal. Sin embargo, la loba no se irritó demasiado por la llegada de los hombres, sino que, como si estuviera domesticada, se apartó suavemente de los bebés y se marchó sin prestar ninguna atención a la reunión de pastores. No muy lejos de allí había un lugar sagrado totalmente cubierto de un espeso bosque, y de la cavidad de una roca manaba una fuente; se decía que era el bosque de Pan y allí había un altar dedicado a este dios. La loba fue a este lugar y se ocultó. Pues bien, el bosque sagrado ya no existe, pero la cueva de la que brotaba el manantial se puede ver edificada junto al Palatino, en el camino que conduce al Circo; y cerca de allí hay un recinto sagrado donde está colocada una escultura que hace referencia a este suceso y representa a una loba amamantando a dos niños: es una obra en bronce de estilo arcaico.
Dioniso de Halicarnaso. Historia Antigua de Roma, Libro 1, 79 4-8 en Textos para la iconografía clásica, volumen 1. Universidad de Oviedo, 1997.
