Justa y Rufina, patronas de Sevilla


Diego Velázquez. Santa Rufina. 1629-1632. Fundación Focus. Sevilla.
Diego Velázquez. Santa Rufina. 1629-1632. Fundación Focus. Sevilla.

          «A semejanza de los pintores nacidos en Sevilla, como Pacheco, Velázquez, o Murillo, dispensados de examen, el pintor de Extremadura pintó a menudo a estas dos hermanas de finales del siglo III, huérfanas de padres cristianos, que se hicieron alfareras para ganarse la vida. Pero en contra de la tradición que las viste humildemente, de acuerdo con la sencillez de su condición, él las viste como si fueran señoritas. Con vestidos bordados, con túnicas briscadas con flores de oro y de plata, estas señoritas portan cuencos, cántaros, escudillas apiladas, una tinaja, una ensaladera cuyos motivos geométricos pertenecen al arte popular, vajilla de a diario que honra las naturalezas muertas del pintor.

Bartolomé Esteban Murillo. Santa Justa y Santa Rufina. 1665-1666. Museo de Bellas Artes. Sevilla.
Bartolomé Esteban Murillo. Santa Justa y Santa Rufina. 1665-1666. Museo de Bellas Artes. Sevilla.

          A la «naturaleza muerta», still life en inglés, vida silenciosa, en castellano, se le llama de una forma más prosaica: bodegón, de bodega, mesón, cuadro que representa cosas colocadas en la esquina de una mesa de mesón, o incluso cosas buenas para comer y beber. En las vidas silenciosas pintadas por Zurbarán hay una rosa en el platillo de una taza de agua, naranjas y manzanas en un plato, y sobre platos de estaño esos maravillosos limones que pintó el hijo imitando al padre.

Francisco de Zurbarán. Bodegón con limones naranjas y una rosa. 1633. Norton Simon Museum. Pasadena. California.
Francisco de Zurbarán. Bodegón con limones naranjas y una rosa. 1633. Norton Simon Museum. Pasadena. California.

          Romana a finales del siglo III, Sevilla celebraba cada año una fiesta en honor a Venus llorando la muerte de Adonis. A Venus, en esta celebración, se la llamaba Salambona. Era una enorme estatua de barro cocido, hueca, que el cortejo de sus fieles llevaba sobre un carro, como se llevan hoy en día sobre carros las imágenes de María y Jesús. Los paganos honraban a la diosa del Amor llorando la muerte de su amante; los cristianos honraban a la madre llorando la muerte de su hijo. La noche de Viernes Santo, al son de las trompetas, al ritmo de los tambores, salen de sus iglesias la Macarena de Triana y el Cristo de los Gitanos, nuestra Señora de la Esperanza y Jesús del Gran Poder. Las lágrimas que resbalan por el rostro de la Virgen, rimas secretas con su aderezo, parecen piedras preciosas, mientras que para hacer llorar a Venus se le acercaban antorchas a los ojos de plomo. A su paso, los paganos recogían donaciones. Al paso de María y de Jesús, cantantes conocidos aficionados, plantados en la esquina de una calle o en algún lugar elevado, una terraza o un balcón, ofrecen piadosas y amorosas coplas. Estos cuartetos tienen el bonito nombre de saetas: literalmente pequeñas flechas que horadan el cielo estrellado y provocan lágrimas. El cantaor se entusiasma en ocasiones hasta confundir las noches:

¡Ay! Quisiera estar contigo
como los pies de Jesucristo
el uno encima del otro
y un clavito entre los dos.

Francisco de Zurbaran (Taller). Santa Rufina. 1635-1640. The Fitzwilliam Museum. Cambridge.
Francisco de Zurbaran (Taller). Santa Rufina. 1635-1640. The Fitzwilliam Museum. Cambridge.

          Cuando el cortejo de Venus se detuvo ante su tenderete, Justa y Rufina se negaron a ofrecer un donativo. Peor todavía, lanzaron contra el barro cocido rival todos sus cacharros, y sin duda objetos más duros que hicieron añicos a la diosa. La muchedumbre furiosa las arrastró ante el prefecto Diogeniano, que las hizo encarcelar. Como se negaban a abjurar de su fe, el prefecto las condenó al tormento del potro, y luego las torturaron desnudas con garfios de hierro y las encarcelaron en un calabozo sin agua y comida. La Virgen María descendió para reconfortarlas. Entonces el prefecto ordenó atarles las cabelleras a unas anillas del techo de la prisión mientras unos esbirros les arrancaban las uñas de los pies.

Francisco de Zurbarán. Santa Rufina. 1635-1640. National Gallery of Ireland. Dublin.
Francisco de Zurbarán. Santa Rufina. 1635-1640. National Gallery of Ireland. Dublín.

          Luego, atadas cada una a la cola de un caballo que montaba un soldado romano, con los pies ensangrentados, las hicieron caminar hacia Sierra Morena. En el camino terminaron desplomándose y los caballos devolvieron los cuerpos a prisión. El obispo Sabino, después de sobornar a los guardias, logró llegar junto a ellas y administrarles la comunión. La primera en morir de hambre y de sed fue Justa. El obispo tuvo que sacar su cuerpo de una fosa para darle cristiana sepultura. Cansado de la resistencia de Rufina, el prefecto Diogeniano hizo que la arrojaran a un león hambriento. Pero cuando el león vio a Rufina, se tumbó y le lamió los pies. Ante la ira del publico del circo, el prefecto ordenó que acabaran con la muchacha a mazazos. Tenía diecisiete años. El fiel Sabino recuperó  sus restos y los enterró junto a los de su hermana.

Bartolomé Esteban Murillo. Santa Justa. 1665. Meadows Museum. Dallas.
Bartolomé Esteban Murillo. Santa Justa. 1665. Meadows Museum. Dallas.

          Resulta pasmoso, el increíble rosario de torturas que la Edad Media, con su piadosa exaltación, inflige a sus mártires. ¿Acaso se quería demostrar que un cuerpo dotado de alma es prácticamente indestructible?

Bartolomé Esteban Murillo. Santa Rufina. 1665. Meadows Museum. Dallas.
Bartolomé Esteban Murillo. Santa Rufina. 1665. Meadows Museum. Dallas.

       Patronas de los alfareros y de los cacharreros, las hermanas son también las protectoras de la Giralda, antiguo minarete de la Gran Mezquita, edificada antes de su nacimiento. La protegen de los seísmos, y la Giralda, gracias a ellas, sigue conservándose en pie. En la Sacristía de los Cálices de la Catedral de Sevilla, frente a un Cristo crucificado de Zurbarán, un cuadro de Goya (sin duda un encargo) resume así su historia: las hermanas de pie, desconsoladas, portando tazas, platos y palmas del martirio en las manos, la Giralda tras ellas; delante de Justa, la cabeza rota de Venus, y lamiendo el pie de Rufina, el león que se negó a devorarla.»

Francisco de Goya. Santas Justa y Rufina. Catedral de Sevilla. 1817.
Francisco de Goya. Santas Justa y Rufina. Catedral de Sevilla. 1817.

Florence Delay. Alta costura. Editorial Acantilado. Barcelona. 2019. pp. 25-27.

2 Comentarios

  1. Stela Cerón dice:

    En mi paso por Sevilla en la Semana Santa de 2019 escuche que la gente decía que en la procesión siempre estaban la dos Santas, pero no le dí mayor importancia por que desconocía esta bella historia. Gracias Barbara por este hermoso pasaje y esa bellisimas fotos .

    1. Bárbara dice:

      Muchas gracias a ti por tu comentario. Un saludo.

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