Los fascinantes encantos de las españolas


          “Las mujeres, que en otro tiempo se hurtaban a las miradas, a las que apenas cabía entrever por los intersticios de esas ventanas que sin duda deben su nombre al vil sentimiento que las inventó, gozan de entera libertad.

          Sus mantillas, único vestigio de su pasada servidumbre, sirven ya únicamente para resguardar sus atractivos del sol y hacerlas más pícaras. Tejidas en un principio por los celos, abjuran hoy de aquel propósito. La coquetería ha hecho de la mantilla uno de sus más seductores instrumentos; y como contribuye al secreto, garantiza la impunidad a los desmanes del amor. Aquellos galanes que, sin más compañía ni intercesión que la de su guitarra, lamentaban desesperanzados su penoso martirio al pie del balcón de sus invisibles amadas, han sido relegados a las comedias y las novelas. Las conquistas se han hecho menos penosas y lentas, los esposos más tratables y las mujeres más accesibles.

Francisco de Goya (atribuido a). Coloquio galante. 1793-1797. Museo de Bellas Artes de Agen.
Francisco de Goya (atribuido a). Coloquio galante. 1793-1797. Museo de Bellas Artes de Agen.

          ¡Mujeres! ¿Quién no se siente poseído de un dulce interés al oír esta palabra? ¿Quién no está dispuesto a perdonar sus caprichos, aceptar sus exigencias, tolerar sus debilidades? Vosotros, extranjeros en especial, que habéis suspirado a los pies de una española: cuando pensáis en vuestras cadenas, ¿acaso no experimentáis tales sentimientos? ¿Me atreveré a intentar un pálido esbozo del objeto de vuestra adoración, a recordaros vuestros deleites? Y si la ausencia, el tiempo o la inconstancia que en ocasiones abrevia su curso fugaz os los arrebataron, ¿trataré al menos de endulzar un tanto la amargura de vuestras lamentaciones?

          Cuentan las mujeres en cada país con atractivos singulares que las caracterizan. Nos sentimos atraídos en Inglaterra por la elegancia de su porte y la modestia de su conducta; en Alemania, por sus labios de rosa y su dulce sonrisa; en Francia, por la amable alegría que anima todos sus rasgos. El hechizo que sentimos al aproximarnos a una bella española tiene algo de engañoso que escapa al análisis. Su coquetería es más franca y menos artificial que la de las demás mujeres. Le preocupa menos gustar a todo el mundo. Sopesa los halagos, en lugar de contarlos; y cuando ha decidido su elección, uno solo le basta. No desdeña los éxitos, pero sí cuando menos los melindres.

         Poco debe al arbitrio del maquillaje. Jamás la tez de una española presume de un brillo prestado. No remeda el artificio el color que le negó la naturaleza cuando la sometió al influjo de una región ardiente. Pero ¡con cuántos encantos la compensó por la ausencia de cierta blancura! ¿Habrá talle más esbelto que el suyo, movimientos más ligeros, rasgos más finos, caminar más ágil? Reservada, algo triste incluso a primera vista, la insensibilidad misma cae a sus pies si abre ante vosotros sus grandes ojos negros llenos de expresión, si acompaña esa mirada con una sonrisa. Pero si la indiferencia de su recibimiento no os priva de valor para exponerle vuestras súplicas, la encontraréis tan resuelta, tan cruel en su desdén como seductora cuando os permita albergar esperanzas, en cuyo caso no os hará temer dilatados rigores; pero con ella la constancia debe sobrevivir a la dicha, pues en España no cabe aplicar al amor el verso de un conocido idilio:

Sostenido por la esperanza, muere víctima de sus encantos.

Antón Rafael Mengs. Retrato de la marquesa del Llano. 1770. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid.
Anton Raphael Mengs. Retrato de la marquesa de Llano, doña Isabel de Parreño y Arce. 1770. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid.

          Sin duda la fidelidad es uno de tales encantos en el caso de las españolas, pero también un compromiso estricto y muy exigente. Incluso cuando es correspondido, el amor la propiedad exclusiva. Quien se alista bajo sus banderas se obliga a sacrificarle todos sus afectos, todos sus gustos, cada uno de sus momentos. Se ve condenado no a la melancolía, sino a la inactividad. Los cortejos, nombre que reciben los felices mortales a quienes las mujeres españolas se dignan subyugar, son menos desinteresados, pero no menos asiduos que los cicisbei de Italia. A todas horas del día deben dar pruebas de devoción, acompañar a la bien amada al paseo, al espectáculo e incluso al confesionario. Más de una borrasca turba la serenidad de tal unión. El más ligero incidente hace sonar las alarmas. Una distracción pasajera es castigada como una infidelidad. Se diría que en España los celos han abandonado el himeneo para refugiarse en el seno del amor y que, de los dos sexos, afectan sobre todo al que más bien se diría hecho para inspirarlos que para sentirlos.

Antonio Carnicero. Maja de rumbo. Finales del siglo XVIII. Museo Nacional del Prado.
Antonio Carnicero. Maja de rumbo. Finales del siglo XVIII. Museo Nacional del Prado.

          En resumen: las cadenas de una bella española son menos fáciles de soportar que difíciles de evitar. Sus caprichos resultan en ocasiones alocados y repentinos, dignos hijos de una imaginación viva. Pero lo que no resulta cosa sencilla de conciliar con semejantes fantasías pasajeras es la constancia de la mayor parte de las mujeres españolas en sus afectos. Muy distinta de cuantos estados extremos duran poco, la embriaguez que inspiran y sienten se prolonga a menudo mucho más allá de lo habitual; en este país de pasiones ardientes, más de un amor he visto morir de viejo. ¿Acaso cabría explicar esta aparente contradicción por un escrúpulo religioso, seguramente muy mal entendido, como casi todos? Lo bastante complaciente como para permitirle una única elección contra la que su deber proteste, ¿rechaza tal vez la conciencia de una mujer española una sucesión de amoríos? Para el primero, ¿le sirve de excusa su fragilidad, el impulso irresistible del corazón, que la arrastra hacia el único objeto destinado por la naturaleza a aquietarla? ¿Recobra el pecado toda su fealdad en los siguientes?

Francisco de Goya. Retrato de la esposa de Ceán Bermúdez (Manuela Margarita Camas y las Hevas). 1795. Museo de Bellas Artes de Budapest.
Francisco de Goya. Retrato de la esposa de Ceán Bermúdez (Manuela Margarita Camas y las Hevas). 1795. Museo de Bellas Artes de Budapest.

          Otro enigma que explicar en las mujeres españolas. Concilian el desorden de las costumbres con la minuciosa observancia de sus deberes religiosos. En muchos países, tales excesos se alternan. En España conviven, tanto en hombres como en mujeres. Esta unión de cosas tan opuestas parece perseguir no tanto evitar el escándalo o cambiar su conducta cuanto establecer una especie de compensación entre las faltas y los méritos.”

Jean-François Bourgoing. Imagen de la moderna España. Alicante. Edición de Emilio Soler Pascual. Publicaciones Universidad de Alicante. 2012. pp.622-625.

Nouveau Voyage per l’Espagne  fue publicado en 1789, y posteriormente ampliado en las sucesivas ediciones hasta la definitiva Tableau de l’Espagne Moderne, en 1807.

          La edición del libro fue un éxito en la época y se tradujo a la mayoría de idiomas europeos, pero en España fue prohibido por la Inquisición Española, incluso para quienes tenían autorización para leer los ejemplares proscritos. Durante el Franquismo, en los años 40, se tradujo de forma sesgada por un intelectual del régimen, Luis Ruiz Contreras, y  que según el profesor y doctor del departamento de Historia Medieval y Moderna de la Universidad de Alicante Emilio Soler «masacró la obra original, de tres volúmenes, y la dejó a un 15 por ciento al eliminar de la traducción cada vez que el autor hablaba mal de la Iglesia española, alababa el régimen foral vasco, criticaba a la monarquía absolutista o el mal reparto de tierras en Andalucía».