“También son de grandísima comodidad para las mujeres las tiendas en que se vende toda clase de ropas y vestidos hechos de todas especies y telas de seda y brocados, con ricas y costosas guarniciones, principalmente faldellines con randas de oro, ropones y basquiñas de muchas formas y maneras, así como libreas para criados, sean muchos o pocos, grandes o pequeños, de tal manera que el mismo día que llega un señor o título a Valladolid, luego puede salir a la calle con cuantos pajes quiere, todos vestidos de la misma librea; y él mismo, si quiere andar por la calle a caballo, luego puede alquilar uno con su gualdrapa por cuatro reales diarios, lacayos con calzas por dos, y, además, de esto, todos los pajes que quiera para su acompañamiento, lo cual es de gran comodidad para los hombres, como lo es para las mujeres para la cadeira o silla de mano, que también se alquila por una cantidad diaria.


Una de las más notables cosas que en Valladolid observé, y que más gusto me dio, son las almonedas, porque en muriendo un señor o una señora, luego se vende cuanto en la casa hay, y si el viudo que ha perdido a su mujer, o el hijo al padre, quiere alguna cosa de lo que en la casa ha quedado hasta sus propios vestidos, no tiene más remedio que comprarlo en la misma almoneda o hacer que la incluyan en su parte de la herencia. Es ciertamente éste muy buen estilo para que haya igualdad. Por lo demás, el ver aquí las riquezas y la barbaridad de vestidos, es cosa que no se concibe; porque en todo aquello que tiene relación con el moblaje de la casa, son todos los castellanos verdaderos príncipes. En la almoneda de la marquesa de Mondéjar vi venderse doce sayas largas, o vestidos de cola, con sus corpiños de raso, todas de seda bordada y alguna de ellas con aljófar, además de un número infinito de diabluras de todas clases.

En la de la marquesa del Valle tomó la reina lo mejor que había, y, sin embargo, yo vi, procedentes de su oratorio, tres cruces de cristal de roca, de una vara de alto cada una, con sus remates de oro fino, cosa verdaderamente celestial, y vasos sagrados de lo mismo, de tal valor, que da vergüenza el decirlo. Había además de esto en el oratorio seis retablos de ébano con sus puertas de lo mismo, a manera de relicarios, cada uno de los cuales valía 800 ducados. Si son las imágenes de oro y pedrería, y las infinitas alhajas de plata incrustada que allí había, eran tantas y tan ricas, que no se concibe cómo una familia pudo reunir tal cantidad de ellas, ni menos que se vendiesen, como se vendieron, por más de su tasación. Concluyo con lo mejor de todo, que son las tiendas de guantes, brincos y aderezos de mujer, como cadenas, plumas, medias [de seda] y otros artículos, que son infinitas, vendiéndose la mercancía por mano de tenderas muy bien ataviadas y vestidas, que no es otro el empleo de los cortesanos. No hay, en efecto, cosa que allí no se halle, y así me acuerdo de una letanía que mis compañeros y yo compusimos, la cual decía así:
Arandelas, lechuguillas,
velos, reboços, listones;
periquitos, gargantillas,
plumas, moldes, espadillas;
redes, pecho y cabezones,
tocas cofias y garvines,
trenzas, nastros, trançadillas.
cintas, bobos y velillos,
guantes de ámbar, jazmines,
de flores, perro y polvillos.
Firmalles y prendederos,
cebollinas, floretillas,
bandas, puños, vueltecillas,
flucques, cintos vivos, seros.
Braçaletes y manillas,
pretinas y trençaderas,
alçacuellos, abanillos,
reboços, leques, arillos,
arracadas y gorgueras,
firmalles y regalillos.
Guantes de Ocaña y de flores,
ligas, medias, capatillos,
chapines, randas, cintillos,
valonas, apretadores,
piernas, rodillas, tobillos.
Con todas estas chucherías salen adornadas las vallisoletanas en los días de fiesta, que para ellas son los trescientos sesenta y cinco del año común y los trescientos sesenta y seis del bisiesto, porque nunca pierden uno ni dejan cosa en el arca que no saquen. Su traje es notoriamente mejor, más fácil y lucido que el de nuestras mujeres. No gastan verdugados sino con su correspondiente arandela y gorguera. De negro andan muy rara vez; lo ordinario ahora es escapulario o imagen bendecida, las más veces de color leonado. Mantos ya no se gastan, pero en su lugar usan soplillos y garcetas. Précianse de andar seguras y pisar bien llano, y así lo hacen en verdad, poniéndose muy bien sobre las piernas, y no con los melindres de las nuestras, que de ordinario es cosa harto enfadosa. Ninguna lleva criado en quien apoyarse ni va acompañada de pajes, sino de escuderos. Ni me acuerdo haber visto jamás a paje acompañando a su señora; verdad es que como por lo común éstas andan en coche, no los necesitan; y así es que, cuando salen de casa a pie, llevan una criada rebozada o un escudero, y nadie puede quitarle la confianza, el aire de seguridad y el aplomo con que andan y pasean en la calle”. (Veiga, p 139.)

José María Díez Borque. La sociedad española y los viajeros del siglo XVII. Madrid. Sociedad General Española de Librería, S.A.1975. pp.113-114.
Tomé Pinheiro da Veiga fue un catedrático de Derecho de la Universidad de Coimbra y procurador de la corona portuguesa. Visitó Valladolid durante la estancia de la Corte en la ciudad castellana (1602-1606) para conocerla de primera mano y que, a pesar de su decadencia interna, era todavía dueña de medio mundo .