El hechizo femenino según Baudelaire


          “La moda debe considerarse un síntoma del anhelo de ideal que aflora en el cerebro humano por encima de todo lo bajo, terrestre e inmundo que la vida natural acumula en él, como una deformación sublime de la naturaleza, o más bien como un intento permanente y continuo de reformar la naturaleza. De este modo, se ha observado acertadamente (sin descubrir la razón) que todas las modas tienen su encanto, es decir, un encanto relativo, pues cada una de ellas es un esfuerzo nuevo, más o menos afortunado, en pos de la belleza, una aproximación más a un ideal que excita sin cesar el deseo del espíritu humano insatisfecho. Pero si queremos apreciar correctamente las modas, no debemos verlas como algo muerto; sería como admirar la ropa vieja colgada, informe e inerte como la piel de san Bartolomé, en el armario de un ropavejero. Hay que imaginárselas vitalizadas, vivificadas por las mujeres hermosas que las llevaban.

Eduardo Rosales. Concepción Serrano, después condesa de Santovenia. 1871. Museo Nacional del Prado.
Eduardo Rosales. Concepción Serrano, después condesa de Santovenia. 1871. Museo Nacional del Prado. Madrid.

          Sólo así comprenderemos su significado y su espíritu. Por tanto, si el aforismo: Todas las modas tienen su encanto os choca por ser demasiado absoluto, entonces decid, con la certeza de no errar: Todas tuvieron su encanto legítimo.

          La mujer está en su derecho, e incluso cumple una especie de deber, cuando trata de parecer mágica y sobrenatural; tiene que asombrar, que hechizar; como un ídolo, debe dorarse para ser adorada. Debe pues tomar de todas las artes los medios para elevarse por encima de la naturaleza y poder subyugar los corazones y cautivar las mentes con más facilidad. Poco importa que todos conozcan los trucos y el artificio, si el éxito está asegurado y el efecto será siempre irresistible. En estas consideraciones, el artista filósofo encontrará fácilmente la justificación de todos los métodos empleados por las mujeres en todas las épocas para consolidar y divinizar, por así decirlo, su frágil belleza. La enumeración podría no tener fin; pero, limitándonos a lo que nuestra época llama vulgarmente maquillaje, ¿quién no se da cuenta de que el uso de los polvos de arroz, anatematizado tan neciamente por los filósofos cándidos, tiene como objetivo y resultado hacer desaparecer de la tez todas las manchas que la ultrajante naturaleza ha sembrado en ella, para conferir una unidad abstracta a la textura y el color de la piel, unidad que, como la que crea una malla, acerca inmediatamente al ser humano a la estatua, es decir, a un ser divino y superior?

Pierre-Auguste Renoir. El palco del teatro. 1874. Courtauld Institute of Art. Courtauld Gallery. Londres.
Pierre-Auguste Renoir. El palco del teatro. 1874. Courtauld Institute of Art. Courtauld Gallery. Londres.

          En cuanto al negro artificial que rodea el ojo y al rojo que marca la parte superior de la mejilla aunque el uso se deba al mismo principio, de la necesidad de superar la naturaleza, el resultado se propone satisfacer una necesidad totalmente opuesta. El rojo y el negro representan la vida, una vida sobrenatural y excesiva; ese marco negro vuelve la mirada más profunda y singular, dando a los ojos una apariencia más resuelta de ventana abierta al infinito; el rojo, que enciende los pómulos, refuerza aún más el brillo de las pupilas y añade a un bello rostro femenino la pasión misteriosa de la sacerdotisa.

Edouard Manet. Retrato de Irma Brunner. Hacia 1880. Museo D´Orsay. Paris.
Edouard Manet. Retrato de Irma Brunner. Hacia 1880. Museo D´Orsay. Paris.         

          Así pues, si se me entiende bien, la pintura del rostro no debe usarse con la finalidad vulgar e inconfesable de imitar a la bella naturaleza, y para rivalizar con la juventud. Se ha observado, además, que el artificio no embellecía la fealdad y sólo podía serle útil a la belleza. ¿Quién se atrevería a atribuir al arte la estéril función de imitar la mera naturaleza? El maquillaje no tiene por qué esconderse, ni evitar dejarse reconocer; puede, por el contrario, mostrarse, si no con afectación, al menos con una especie de candor.

Vicente Palmaroli. La Infanta Isabel de Borbón y Borbón. 1866. Palacio Real. Madrid.
Vicente Palmaroli. La Infanta Isabel de Borbón y Borbón. 1866. Palacio Real. Madrid.

          Acepto de buena gana que aquellos cuya plúmbea gravedad les impide buscar la belleza hasta en sus manifestaciones más nimias se rían de mis reflexiones y denuncien su pueril solemnidad; su severa opinión no me afecta en absoluto; me limito a apelar a los verdaderos artistas, así como a las mujeres que al nacer recibieron una chispa de ese fuego sagrado con el que querrían iluminar todo su ser”.

Charles Baudelaire. El pintor de la vida moderna. Alianza Editorial. 2021. pp.124-126.

El pintor de la vida moderna fue publicado en 1863.