El feminismo desfeminiza: la crisis del abanico


          “La noticia de que las damas elegantes rechazan el abanico, pone en conmoción al mundo femenino. El abanico es tan antiguo, que aquellos que se remontan a buscar el origen bíblico de las cosas, bien pudieran afirmar que Eva se libró del calor agitando una hoja de higuera o de parra, como más tarde las egipcias se abanicaron con palmas y las japonesas con sus máscaras.

           Lo cierto es que el abanico ha formado durante tantos siglos parte integrante del adorno femenino que no se concibe sin él a las mujeres. «Escribir la historia del abanico, se ha dicho, sería escribir la historia femenina.» Ellos se han caracterizado en épocas, evocan recuerdos trascendentales, nombres de bellezas célebres y leyendas de amor.

Edgar Degas. Bailarina con abanico. Hacia 1880. Metropolitan Museum.
Edgar Degas. Bailarina con abanico. Hacia 1880. Metropolitan Museum.

          Hasta fines del siglo XIX las damas no se hacen exigentes para el abanico. Los llevan riquísimos, pintados a usanza española, en ricas telas de China, tul o encajes con varillajes de madera, marfil o nácar, pero sin preocuparse de su antigüedad ni de su historia. De Isabel de Valois a María Cristina, el abanico español tiene tres épocas bien marcadas. Primero la influencia francesa que domina con las formas Luis XV y Luis XVI; después los abanicos goyescos con sus calados y lentejuelas, alegres y ligeros, para velar entre sus tules los ojos de luz y las risas picarescas de las bellas de la corte de María Luisa; y luego los abanicos María Cristina, altos de varillaje y estrechos de vitela con los figurines de la época grabados sobre ellos de un modo arlequinesco. Por último, el abanico moderno, sin estilo, lleno de fantasías, mezclándose con el japonés y albergando todos los caprichos.

Abanico. Finales del siglo XIX. Metropolitan Museum.
Abanico. Finales del siglo XIX. Metropolitan Museum.

          Con el abuso de los abanicos empezó a caer su uso. Las señoras no quisieron la vulgaridad y buscaron los antiguos abanicos pagándose a peso de oro los históricos. La industria de las antigüedades se dio buena maña a imitarlos: princesas, grandes duquesas, emperatrices, (todas las mujeres que estaban obligadas a llevarlos a las ceremonias oficiales) buscaban los abanicos de sus abuelas; pero no prescindían de ellos. Compañeros de la mujer, hasta en los momentos más graves de su vida, se ve Mme. Tallier, la Reina del Directorio, sin separarse de su abanico en los instantes difíciles; a Mlle. de Montpensier llevando en una mano la mecha inflamada del cañón de la Bastilla y en la otra el abanico, y a Carlota Corday llevar el puñal oculto, para matar a Marat, entre los pliegues de su corpiño y el abanico en la cintura. Las grandes actrices sacaban casi siempre a escena sus abanicos. Muchas damas hacían colecciones de ellos, y la duquesa de Aumale ha dejado una de inmenso valor. La reina Isabel reunió más de ochocientos y la emperatriz de Rusia posee algunos riquísimos.

          Célebres artistas no desdeñaron poner en ellos sus firmas; Gustavo Doré dibujó uno para Mme. Rosini, la baronesa de Rothschild los tiene pintados por Watteau, Lancret y Lebrun, y la Patti posee uno, sobre cuyo pergamino han firmado todos los soberanos de Europa.

Jean Auguste Dominique Ingres.Retrato de la barona de Rothschild.1848. Colección particular
Jean Auguste Dominique Ingres. Retrato de la barona de Rothschild.1848. Colección particular

          El abanico va en Europa tan unido a los recuerdos de la vida femenil (en el Japón se usa como premio y por raro contraste para anunciar a un personaje de alto rango la sentencia de muerte se le envía un abanico), que siempre un abanico viejo, amarillento, apena el ánimo con la tristeza del pasado, de los amores muertos, de las ilusiones irrealizables.

          Auxiliar de la mujer, más de una vez veló una mirada o distrajo la atención de una frase. El abanico llegó a tener su lenguaje: abierto, cerrado, entornado, lento, agitado o inmóvil, él decía cien cosas a los amantes.

           Los primeros síntomas de su desaparición, han empezado a notarse en el comercio. Francia, que en 1892 exportaba más de cinco millones de abanicos, no exporta en la actualidad ni un millón. Son las americanas las primeras que los rechazan y el hecho de que casi no los usan las elegantes es cierto.

Gustav Klimt. Mujer con abanico.1917-1918. Colección particular
Gustav Klimt. Mujer con abanico.1917-1918. Colección particular.

 ¿Por qué desaparece el abanico?

          No es, sin duda, por un mero capricho. Es una consecuencia de las costumbres en que de termina esta crisis. Las mujeres desean, cada vez más vivamente, desembarazarse de todo lo que les parece signo de debilidad, de languidez y de dulzura. Es que el feminismo desfeminiza. Sin embargo, aunque no lo crean así, el abanico es un arma de la mujer y no debe abandonársele de modo imprudente”.

 Colombine. “La crisis del abanico”. Nuevo Mundo, Año XV, núm. 753, jueves 11 de junio 1908.