
El abanico es uno de los complementos que han acompañado a la mujer durante siglos. Su origen es antiquísimo, aunque se considera llegó a Europa procedente de Bizancio en el siglo XIV. Eurípides cuenta que ya lo conocían los pueblos bárbaros, aunque ya tenemos constancia de su uso en el antiguo Egipto, al aparecer representados en las tumbas tebanas. La tipología usada en Egipto y Grecia consistía en una serie de plumas dispuestas en forma de semicírculo unidas a un mango. En Roma, según Virgilio y Apuleyo se utilizaban en la festividad dedicada al dios Baco.

Llegando a tiempos más modernos, nos debemos situar en Francia y más concretamente en la corte de Catalina de Medicis quien lo introdujo a raíz de su matrimonio con el futuro Enrique II. La reina importó abanicos italianos de forma circular y orlados de plumas. A su muerte en 1589, su hijo Enrique III de Francia, último monarca de la dinastía Valois, lo puso de moda en la corte como algo refrescante a la vez que un accesorio elegante e innovador. A lo largo del siglo XVI se produjo el paso del aventador al abanico de pliegues.

Durante el siglo XVI y buena parte del XVII Venecia se convirtió en el principal centro de fabricación de abanicos rígidos. Pero a mediados del siglo XVII Francia tomó el testigo creando importantes manufacturas. El abanico era un símbolo de elegancia y clase alta, llegando a representar un objeto esencial en la vida femenina, ya que no se trataba de un mero instrumento o adorno, sino de un medio de comunicación.

A mediados del XVII hubo tal demanda que en 1678 los artesanos franceses constituyeron un gremio. Los “éventaillistes” no fabricaban las monturas, sino que se dedicaban a la decoración de las hojas o países, plegado, ensamblaje, y posterior venta y distribución. Fabricados con tejidos o pieles perfumadas, los abanicos hicieron las delicias de la alta sociedad francesa que pagaba por ellos sumas que podían alcanzar las 12 o 15 libras.

El atuendo de una señora no estaba completo sin él, de hecho era muy frecuente que las damas se hicieran retratar portando uno en su mano. En España debemos destacar la iniciativa de la reina Isabel de Farnesio, que formó una gran colección de abanicos muchos de ellos pintados por notables artistas de la época. No sólo los usaba, sino que también disfrutaba admirándolos llegando a poseer 1.636 ejemplares.

A principios del siglo XVIII el abanico todavía no se abría por entero, mientras que sus varillas se fabricaban con distintos materiales tales como marfil, carey o madera. El llamado de baraja o “brisé”, que estuvo de moda a principios de la centuria, normalmente se decoraba con escenas religiosas inspiradas en pasajes del Antiguo Testamento. Hacia 1735 se impuso la temática rococó con su gusto por las escenas galantes y campestres inspiradas en Watteau o Boucher, y también mitológicas protagonizadas por Venus, Juno y Ofalia. Los países se fabricaban normalmente con papel o vitela material, materiales que permiten el plegado y las decoraciones.

En la década de los sesenta del XVIII se produjeron una serie de avances que posibilitaron el plegado total de la pieza, lo que trajo consigo un mayor uso de la seda en los países desplegando bordados y lentejuelas. A finales del siglo su tamaño se ajustará a la nueva moda, haciéndose más pequeño para poder llevarlo en el bolso. El llamado “de esqueleto” tenía las varillas más estrechas y separadas. El abanico no solamente constituyó una pieza obligatoria en el atuendo de una dama, sino que fue un claro indicador de su calidad, gusto y elegancia
Ay Barbara que ilusión me hace esa dedicatoria!!!! Muchísimas gracias. Eres un encanto.
Gracias a ti May. Un abrazo muy fuerte.
Me alegra mucho. Gracias a ti por ser tan fiel lectora. Un fuerte abrazo.
Estupendo como siempre !!!!!
Muchas gracias Mercedes. Un abrazo.
Interesante como siempre Barbara!!!! cuanto aprendemos!!!
Me ha encantado leerlo de nuevo !!