
«Mas todo esto es sombra o remedo de la penalidad con que viven nuestras españolas con el nuevo traje pomposo, ya, como a porfía y emulación, tan aumentado con nuevos y extraordinarios instrumentos de enaguas almidonadas, polleras, guardainfantes de fuertes y doblados arcos (hasta de hierro, o alambre de gruesos hilos), verdugados con verdugos desde su nacimiento, con que andan pesadas como hechas de tierra. Concurre con esto que a esta anchura exterior descompasada acompañan gran diversidad de cosas a que se les ha dado nombre de faldas o bajos, con que el Demonio (cuyo es este nuevo uso) no ha podido inventar traje más atado y penoso.

Mayormente después que, para colmo del martirio que causan estas fastuosas pompas, acordó introducir unos como dedales en los pies en vez de los chapines de asiento ancho y seguro que siempre han corrido, con que hoy andan las mujeres en gran riesgo e igual penalidad, sin poder mandarse como antes, ni acomodarse, sino con gran dificultad, en las iglesias y otros concursos y lugares públicos, siempre cuidadosas de no ser tocadas de la chusma (como el Vidriera de la novela de Cervantes), y, siendo tocadas, en dar luego palmadas o estirones para renovar la anchura ahajada o magullada, imposibilitadas por esta razón de entrar por puertas ordinarias, con el dispendio y perjuicio que en su lugar diremos, y cómo también han quedado inhabilitadas de poder acudir a las ocupaciones caseras dadas a toda suerte de mujeres. Porque el impedimento del nuevo traje, con su gran carga y sobrecarga, de tal suerte predomina en ellas que sólo el andar o poder soltarse, como niños de un año, con tanta ropa y anchuras, y más en chapines propios para muñecas, es una gran hacienda y de suma pena.

Mayor que la que padecen los aherrojados por delitos; porque, como santa y discretamente dice el gran Padre y Doctor Ambrosio: La cadena pesada de oro al cuello y los chapines ocasionados a caídas y peligros sirven de pena a las mujeres, como si fueran delincuentes.Porque para lo penoso de la carga pesada no hay diferencia alguna en que sea de oro o de hierro, si con uno y otro la cerviz es igualmente oprimida y el impedimento en el andares el mismo. Nada relieva el mayor valor y precio del peso de oro; antes sirve de mayor congoja, por el temor con que viven las mujeres de no perder o que les quiten su pena y carga. Según esto, poco importa que la pena sea irrogada por propia sentencia (como en esto la dan las mujeres contra sí mismas) o por sentencia de otros contra los reos. En que ellas son de peor y más miserable condición, pues aquéllos desean ser relevados de la carga de las prisiones, y ellas, por el contrario, estar siempre a la suya ligadas y sujetas.»
Antonio Carranza. Discurso contra los malos trajes y adornos lascivos. Madrid, 1636.
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Muy interesante Barbara!!! Desde luego, los trajecitos eran como para salir corriendo!!!