Fernando VI nació en 1713, fue el cuarto y último hijo de Felipe V y de su primera mujer la princesa italiana María Luisa Gabriela de Saboya, que falleció en 1714 a causa de la tuberculosis. A pesar de tener la descendencia asegurada, Felipe V volvió a contraer matrimonio a los pocos meses de enviudar. La elegida fue Isabel de Farnesio, mujer fuerte, resolutiva y de desmedida ambición que le dio siete hijos más. En principio, Fernando no estaba destinado a reinar, pero de sus tres hermanos dos murieron en la infancia y el mayor, Luis I, fue rey solamente siete meses en 1724, ya que murió prematuramente aquejado por la viruela, una enfermedad que hacía estragos en la época. Así que nuestro protagonista se convirtió en príncipe de Asturias con once años, siendo huérfano de madre, con todos sus hermanos de padre y madre muertos y rodeado de hermanastros que no paraban de nacer. Todos estos acontecimientos marcaron su carácter de por vida, convirtiéndole en una persona tímida y solitaria.

El día a día en la corte española estaba presidido por una rigurosa etiqueta. Los príncipes no tenían un contacto constante con sus padres, al nacer eran entregados a nodrizas para que los criaran y más tarde a ayos para que los educaran. Los reyes eran reyes, y aunque fueran los propios padres, se encontraban en otra esfera. Aunque Fernando era todavía un adolescente resultaba necesario buscarle una esposa (príncipes y princesas solían contraer matrimonio muy jóvenes). La elegida fue Bárbara de Braganza, hija de Juan V de Portugal y de María Ana de Austria. La infanta portuguesa era muy poco agraciada físicamente, tanto era así, que cuando la corte española solicitó un retrato suyo, como era costumbre antes de los esponsales, mandaron una pintura que no se le parecía en nada. Bárbara, había quedado muy marcada por la viruela y era obesa, aunque según cuentan las crónicas destacaba por su simpatía y encanto.

La ceremonia matrimonial se celebró en Badajoz en 1729. Se escogió ese enclave porque era la ciudad española más cercana a Portugal, pero no se reparó en que era una localidad pobre, y por tanto, no preparada para recibir con el agasajo que merecían tan ilustres visitantes. La novia, dos años mayor que su prometido, apareció repleta de joyas y tanto la corte española como la portuguesa echaron el resto. Con respecto a Bárbara de Braganza debemos señalar que estaba muy preparada intelectualmente, hablaba varios idiomas y tocaba el clave. Su maestro de música fue nada menos que Scarlatti. Al convertirse en reina protegió a Farinelli, el célebre castrato italiano de voz prodigiosa que había sido llamado a la corte española por su odiada suegra. Durante los largos años que pasaron siendo príncipes de Asturias, incluso fueron, en ocasiones, apartados de la corte no pudiendo realizar actividades en público. Al subir al trono cambiaron las tornas e invitaron a la reina viuda a retirarse a su palacio de La Granja de San Ildefonso.

Bárbara y Fernando terminaron sus vidas de forma trágica. Ella murió de cáncer de útero a los 46 años. Los médicos atestiguaron que tenía el abdomen lleno de tumores, algunos del tamaño de un huevo. La reina había sido muy querida por su pueblo, pero su testamento fue considerado un ultraje (teniendo en cuenta que la dote que había entregado no fue cuantiosa), ya que dejó la práctica totalidad de su fortuna, unos siete millones de reales, a su hermano el infante de Don Pedro de Portugal. Corrieron pasquines criticándola duramente, tachándola de estéril y avariciosa. Con su marido no fue generosa, ya que simplemente le dejó algunas joyas y una imagen de la Concepción que tenía al lado de su cama. Se cuenta que tras su muerte hallaron bajo su cama una gran cantidad de dinero.
Para Fernando VI quedarse viudo fue una tragedia, la pareja se amaba sinceramente y estaba muy unida, tal vez porque no se habían sentido queridos desde pequeños. El rey se retiró al castillo de Villaviciosa de Odón, donde nada le recordase a ella. Se abandonó totalmente, no consentía en lavarse ni en comer. La situación llegó a tal extremo que intentó el suicido en varias ocasiones, incluso fue presa de ataques de ira maltratando a las personas que le servían. Dejó de dormir en la cama para hacerlo en una silla. Lo más probable es que tuviera un cuadro maniaco-depresivo con ataques de epilepsia. Después de un terrible año, en el que no consistió en salir de la prisión que el mismo se había impuesto, falleció con cuarenta y cinco años dejando heredero a su hermanastro el futuro Carlos III. Isabel de Farnesio había triunfado consiguiendo que su hijo llegara a ser rey de España.

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