
El diccionario de la Real Academia define ajuar como: “Conjunto de muebles, alhajas y ropas que aporta la mujer al matrimonio”. La entrega de la dote fue un requisito para poder contraer matrimonio, de hecho, se crearon fundaciones para dotar a doncellas que no tuvieran medios suficientes para poder asumir el gasto. La dote fue una práctica común a toda la escala social, desde la más humilde sirvienta a las infantas. El estudio de esta tipología documental supone una fuente de considerable interés para el estudio de la vida privada durante la Edad Moderna. El ajuar estaba formado por un conjunto de bienes que, fundamentalmente, consistían en ropa de casa, vestuario y joyas. Todo dependía de la capacidad económica y social de la familia de la futura contrayente. Hoy nos vamos a detener en el ajuar de la infanta Ana de Austria, que contrajo matrimonio con Luis XIII de Francia en 1615. El ajuar de una princesa alcanzaba cifras muy elevadas, ya que aparte de los vestidos y la lencería, estaba formado por importantes joyas y piezas de orfebrería.

Ana María Mauricia nació en Valladolid 1601, siendo la primogénita del matrimonio formado por Felipe III y Margarita de Austria-Estiria. Su futuro marido, que vino al mundo en el mismo año y mes que ella, era hijo primogénito de Enrique IV (primer rey de la dinastía Borbón en Francia) y de la italiana María de Médicis. Enrique IV falleció en 1610 a causa de un brutal atentado, sufrió una emboscada cuando iba en su coche de caballos recibiendo dos puñaladas mortales de necesidad. Su viuda asumió la regencia concertando la boda de sus hijos Luis e Isabel de Borbón con Ana y Felipe de Habsburgo, respectivamente. Una doble alianza que trataría de poner freno a las sempiternas disputas entre las dos naciones. Enrique IV era muy hostil a España. Para su hijo contraer matrimonio con una española era como casarse con el enemigo. Tal era su rechazo, que durante varios años no consintió en consumar su unión. La relación entre Luis y Ana estuvo presidida por un marcado antagonismo, incluso se apunta que Ana formó parte en un complot para asesinarle.

Volviendo al asunto que nos ocupa, nos encontramos en 1615. Ana y Luis, de tan solo catorce años, se casan en Burdeos. La infanta sale de España por Irún en una litera bordada de oro, siendo acompañada por el duque de Uceda en representación de su padre el rey. La joven novia, tal y como corresponde a su alto rango, va espléndidamente ataviada el día de su boda. Según una misiva escrita por don Carlos de Arellano al duque de Lerma: “El vestido era de terciopelo morado, bordado con flor de lises, y un manto real de lo mismo forrado de armiños con más de cinco a seis varas de falda.” Y añade: “Llevaba la reina una corona muy pesada, y tanto, que se le caía y le deshacía el tocado”. Por tanto, la infanta se casó vestida de terciopelo morado, algo que en el siglo XXI sería considerado una extravagancia. La moda del blanco en los vestidos de novia es algo relativamente reciente, ya que no llega a los doscientos años de historia. Esto no implica que reinas, princesas y damas en general no se casaran de blanco en anteriores fechas, pero no era un fenómeno extendido. Por poner un ejemplo, la infanta Catalina Micaela, hija de Felipe II, se casó en Zaragoza con el duque de Saboya en 1585 vestida de blanco.

La flor de lis era el símbolo de la familia real francesa desde la Edad Media, por tanto aparece en numerosas representaciones. El manto de la coronación era del color azul de la Orden del Espíritu Santo, creada por Enrique III en 1578, y aparecía bordado con la citada flor. La moda española y la francesa eran distintas a principios del siglo XVII, cada país tenía sus usos. En Francia se usaba escote, cosa que no estaba bien vista en la pudibunda corte española. Felipe III le pide a su hija un retrato en 1617 pero aclara: “Esto querría que fuese sin descubrir los pechos, y assi creo lo areis, que creo no puede ser bueno para nada, aunque allá se use…” La reina Ana comenzó a vestir a la moda francesa. Su ajuar estaba formado básicamente por las siguientes partidas: joyas, orfebrería, lencería y vestidos. El valor de joyas ascendía a 71.221 ducados y estaba dividido en ocho partidas, siendo los diamantes las piedras preciosas más numerosas. La infanta llevaba piedras sueltas, sortijas, un fabuloso aderezo, pulseras y otros adornos. Todo ello fue tasado por Hernando de Espejo, guardajoyas del rey y entregadas en San Sebastián al duque de Monteleón el 7 de noviembre de 1615.

Doña Ana aportaba además una serie de piezas de plata de todo tipo: bacías, campanilla, atril, palmatoria, tarros, salvillas, azafates, espumadera, cucharón, bandejas, braseros, fuentes, platos, candeleros, muchos de ellos con “el escudo de dichas armas reales”, hasta un perol para hacer conservas y una cantimplora grande. La partida de lencería está compuesta por cincuenta sábanas, cien toallas, cincuenta almohadas, seis docenas de paños de dientes, paños para sangrías, peinadores etc… como puede apreciarse casi todo en grandes cantidades y muchas de las piezas guarnecidas de encajes. Toda la lencería figura con sus medidas, algo común en las cartas de dote e inventarios. La unidad de medida era la vara castellana que equivalía a 0´83 m, por ejemplo las sábanas medían cuatro varas de largo por tres de ancho (3´32 x 2,50 m aproximadamente). La labor de encaje era muy apreciada y sumamente costosa. El más valorado era el flamenco. La infanta llevaba nada menos que treinta y seis valonas (cuellos) y seis docenas de pares de puños guarnecidos de randas (encaje de bolillos) de Flandes. Cabe recordar que estamos en la época de los grandes cuellos y puños de encaje, una moda que trató de ser atajada en España debido a sus elevado coste a partir de 1623, pero eso ya es otra historia.

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