
En la actualidad el té es la bebida más consumida en el mundo después del agua. Esta infusión se elabora a partir de las hojas de la Camelia Sinensis, una planta originaria de China. En el siglo XVII llegan a Europa las primeras noticias sobre el té a través de los viajeros que alcanzaron tan remotos lugares, siendo los holandeses los primeros en importarlo a Europa hacia 1610. En un principio fue aconsejado como remedio medicinal para paliar los dolores de cabeza o la gota, se dispensaba en farmacias y su precio era alto.

Paradójicamente el té llegó a Inglaterra desde Holanda, aunque Francia lo había conocido con anterioridad a través de los misioneros jesuitas. La idea de añadirle azúcar aumentó notablemente su popularidad y el consumo se propagó con rapidez gracias a la apertura de los llamados Cafés, que normalmente eran frecuentados por hombres. El primero se abrió en Londres en 1652, y en menos de cien años la ciudad ya contaba con más de 550 establecimientos de este tipo.

En el siglo XVIII se produjo una gran demanda en Inglaterra, esta infusión se puso de moda ya que era una bebida agradable y no alcohólica. A partir de 1720 la variedad más consumida fue el té negro, generalmente diluido con un poco de leche, mientras que en Francia lo preferían suave y aderezado con limón. El sabor de los tés que bebemos en la actualidad es mucho más intenso que el de aquellos tiempos. En este sentido debemos recalcar el importante papel que las mujeres desempeñaron en el inicio de esta tradición. La señora inglesa recibía a sus visitas para tomar el té en su salón más lujosamente amueblado (en España la dama lo hacía en la sala de estrado y se tomaba chocolate). Su consumo se convirtió en un ritual doméstico, social y en una parte fundamental de la dieta británica. La competencia entre las diversas compañías hizo que los precios bajaran progresivamente, pero lo que resultó un avance significativo fue la supresión en 1784 del impuesto que lo gravaba. También es preciso señalar que hacerse con un servicio de té resultaba costoso, aunque su precio fue decreciendo.

Un juego constaba normalmente de una tetera, un azucarero, una jarrita para la leche, una caja para guardar las hojas de té, una jarra para el agua hirviendo y una bandeja, estas dos últimas piezas eran las más caras. A este conjunto había que añadirle las tazas con sus correspondientes platos y las cucharitas de plata. Las pinturas de la época nos muestran como el servicio era colocado sobre un trípode de madera. La señora de la casa, o en su defecto su hija, hacía los honores y preparaba la infusión delante de los invitados. Ella misma sacaba el té de su cajita, lo ponía en la tetera y añadía el agua hirviendo, para acompañarlo se solía tomar pan con mantequilla. A partir del siglo XIX el té vino preparado desde la cocina.

Lo oriental se puso de moda en el siglo XVIII, se admiraba la magnífica calidad de su porcelana por su blancura y transparencia, por no hablar del equilibrado y perfecto uso de los colores. En aquellas lejanas tierras el té se bebía en bowls, las tazas con asa no empezaron a fabricarse en Europa hasta 1730-1740. Las porcelanas china y japonesa eran muy apreciadas e imitadas, durante años diversas manufacturas europeas trataron de conseguir la fórmula para fabricarla, pero no fue hasta 1708 y después de muchos intentos fallidos, cuando en Meissen (Alemania) se logró por fin obtener este apreciadísimo material.

La relevancia social que adquirió tomar el té a lo largo del siglo XVIII se pone de manifiesto en el regalo que Luis XV le hizo a su esposa María Leszczynska por el nacimiento del delfín (hecho trascendental en Francia donde estaba en vigor la ley sálica, por la cual las mujeres no podían reinar). La reina no fue obsequiada con una valiosa joya, sino con un neceser que contenía, entre otras cosas, un juego de té. Dicho conjunto fue fabricado hacia 1729 y está formado por diversas piezas entre las destacan: una chocolatera, una cafetera y una lechera de plata dorada, un bote para el té, tazas, platos, pinzas, cucharitas y tetera. Este neceser, un ejemplo en sí mismo de refinamiento, supone la constatación de que una simple infusión oriental había transformado las costumbres sociales en algunos países europeos.

En el Reino Unido, el té sigue gozando de un indiscutible protagonismo. El martes 22 de mayo de 2012, Isabel II invitó a 8.000 personas a tomar el té en los jardines del Palacio de Buckingham, tradición que coincidió con la celebración de sus seis décadas como soberana. La reina convidó a tomar té y pasteles a gente de todo el país, tal y como lo dicta la tradición desde 1860, cuando fue instaurada con el nombre de “desayunos” por la Reina Victoria. En la citada recepción se consumieron una media de 27.000 tazas de té, 20.000 sandwiches y 20.000 trozos de tarta, que fueron servidos por unos 400 camareros. Además de la merienda en Buckingham, Isabel II celebró otra similar en su Palacio de Holyroodhouse (Escocia), por lo que el número total de invitados cada año puede rozar las 30.000 personas. Como dijo Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas: “Ah, princesita, siempre es tiempo de té.”

Estupendo!
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