
“En torno al palacio de San Ildefonso podían advertirse desde 1781 los esfuerzos del rey para embellecer y animar los alrededores de su residencia. Conmovido a la vista de la multitud de niños y mujeres que, desocupados e inquietantes, merodeaban por el término de San Ildefonso, y animado por un sincero deseo de hacer bien, no menos que por las luces en muchos aspectos, recomendó el conde de Floridablanca que se dispusiera a la vista del soberano en el propio palacio una fábrica de tejidos, con objeto de proporcionarles ocupación¹. No había atisbo alguno de tal fábrica en 1781. Caso singular de celeridad en España, se recurrió a un hábil artesano de León en cuyas manos languidecía una gran manufactura por falta de apoyo, y antes del mes de agosto de 1783 la nueva fábrica contaba con más de veinte telares en actividad, más dos enormes máquinas para batanar y lavar los tejidos. Desde entonces ha hecho sensibles progresos.

Junto a esta naciente industria de primera necesidad hay otra de lujo que se remonta al reinado de Felipe V. Se trata de una fábrica de espejos, la única que hay en España. En principio no pasaba de ser una fábrica de vidrio, que aún subsiste, y que además de botellas producía cristal transparente, que allí trabajan con bastante habilidad. Era un comienzo para acometer una empresa de mayor brillo. La fábrica de espejos de San Ildefonso es uno de los mejores establecimientos de su clase. Iniciada en 1728 con las pruebas que efectuó cierto catalán², en tiempos de Fernando VI un francés llamado Sivert comenzó a introducir mejoras.

Desde hace más de treinta años se fabrican espejos de todos los tamaños. No son tan claros ni tal vez están tan bien pulidos como los de Venecia y Saint-Gobain; pero hasta hace poco, en parte alguna se hacían tan grandes. En 1782 vi cómo fabricaban uno de ciento treinta pulgadas (330,2 cm) de largo por 70 (177,8 cm) de ancho. La enorme plancha de bronce sobre la que vertían el material licuado pesaba diecinueve mil ochocientas libras (8.981,13 kg), y mil doscientas ( 544,31 kg) el cilindro que rodaba sobre ella para extenderlo e igualarlo. Hay en el vasto y hermoso edificio en que se lleva a cabo este proceso, que en verdad vale la pena presenciar de principio a fin, otras dos planchas algo más pequeñas y veinte hornos en los cuales introducen los espejos todavía ardientes y los dejan, herméticamente cerrados, de quince a veinticinco días para que se enfríen poco a poco. Cuantos estallan o presentan algún defecto son de inmediato troceados para hacer espejos de mano y cristales para ventanas o para las ventanillas de los carruajes. El mantenimiento de esta fábrica resulta muy gravoso para el rey. He calculado que si se le cargaran a cada uno de los grandes espejos acabados los gastos generales del establecimiento, más la gran cantidad de material que se desecha, alguno de ellos resultaría hasta por ciento sesenta mil reales (26.803,60€)³.

En una larga galería contigua a la fábrica los deslustran a mano: depositan entre dos espejos agua y arena, más o menos gruesa conforme la operación está más adelantada, y los frotan uno contra otro. En tanto el de abajo permanece inmóvil, mueven continuamente el espejo superior, con lo que este se pule antes, de manera que reducen cinco de ellos al espesor que prentenden antes de obtenerlo en el espejo inferior; trabajo penoso y monótono que para uno solo de tales espejos ocupa a menudo a un mismo operario durante más de dos meses.
Cuando están lo bastante rebajados por ambas partes, se procede a pulirlos del modo siguiente: si son de gran tamaño, la operación se hace a mano, en la propia fábrica. Los medianos se llevan a una máquina en la que el agua mueve una treintena de pulidores, especie de cajas cuadradas dispuestas en perpendicular al espejo, envueltas con un fieltro muy tenso y que albergan una placa de plomo en su interior, las cuales se desplazan en sentido horizontal impulsadas por una guía de madera a la que están unidas. En primer lugar se frotan a mano el espejo con esmeril, que procede de una cantera de Toledo cercana. El esmeril es de tres clases. Se comienza con el más grueso, a continuación se recurre a otro de un tipo intermedio y se acaba con el más fino. Tras lo cual el espejo, impregnado con una tierra rojiza, que llaman almagre, pasa al pulidor.

Se intentó sustituir la fuerza de los trabajadores por instrumentos mecánicos para deslustrar o pulir los espejos. Llevaron de Francia a San Ildefonso unas máquinas para este fin. Pero los directores de la fábrica vieron que el procedimiento resultaba tan costoso como antes y no mucho más rápido, por lo que volvieron al sistema antiguo.
Los espejos así deslustrados y pulidos se llevan por último a Madrid para ser allí azogados. El rey elige los mejores para decorar sus aposentos o bien los utiliza como regalo para las cortes con las que mantiene, o aspira a mantener, relaciones estrechas. En 1782, Carlos III envió a Nápoles varios que medían ciento trece pulgadas de largo (287,02 cm) por cincuenta y cuatro ( 137,16 cm) de ancho. Algún tiempo después incluyó quince de las mismas dimensiones entre los obsequios destinados a la Puerta de Turquía.

Todo lo demás que sale de la manufactura de San Ildefonso se vende por cuenta del rey en Madrid y en provincias. En vano, para asegurar su venta, prohibió la importación de espejos procedentes del extranjero en veinte leguas a la redonda; está claro que el beneficio que le procuraba su espléndida fábrica está muy lejos de cubrir los gastos de un establecimiento de tales dimensiones, alejado de todas las materias primas que emplea, a excepción de la madera, y situado muy al interior del país, entre montañas, lejos de cualquier canal, de cualquier río navegable: por lo que debemos incluirlo entre los reales y costosos caprichos que contribuyen al prestigio del soberano y al empobrecimiento de sus súbditos.”
Jean-François de Bourgoing. Capítulo VI. Distracciones de la Corte en España. Colección de pintura. Esculturas. Manufactura de espejos. Batidas de caza. Cartuja del Paular. Publicaciones Universidad de Alicante. Edición de Emilio Soler Pascual. 2012. pp. 272-276.
1. Cuando Felipe V se consolidó en el trono español tras la Guerra de Sucesión, se encontró con un paisaje desierto de industrias y cuyos mercados interiores y de ultramar dependían de las importaciones. La única forma de dar un impulso económico a un país desindustrializado consistía en la creación de fábricas que nacieran bajo el impulso de la Real Hacienda y destinadas, básicamente cubrir las necesidades de la propia Corona. Como quiera que su organización pecaba de paternalista y estaban dotadas de un sistema poco rentable de producción y sobre todo, de gestión, resultaron un fiasco la mayoría de ellas (Tapices, Cristales, Paños, Espejos, Tejidos, Porcelanas, Salitre, Hojalata, Acero, Seda, Municiones, Cañones, Aguardiente, Relojería, Tabacos o Naipes, entre un largo etcétera).
2. La fabricación de vidrio en La Granja se atribuye al catalán Ventura Sit, quien montara en 1728 un horno para la fabricación de vidrios para ventanas y balcones en ese lugar. Al parecer, Ventura Sit había sido oficial del Nuevo Baztán de Madrid, factoría que tuvo que cerrar por problemas con el abastecimiento y el coste del combustible para los hornos.
3. En un texto redactado recientemente por Jorge Soler Valencia, de la Fundación Centro Nacional del Vidrio, puede leerse la siguiente valoración, coincidente ciento por ciento con la expresada por Bourgoing doscientos años atrás: « Desde el punto de vista financiero la empresa fue ruinosa. Los precios de venta de los productos eran inferiores a los de producción y fue el permanente apoyo de la Hacienda Real el que la sostuvo con claro interés propagandístico».
Muy interesante artículo; bellísimo el castillo.