El toreo según Pepe Illo


        La tauromáquia o el arte de torear. Pepe Illo.           “Que el toreo es generalmente aplaudido, no hay necesidad de más prueba que la notoriedad. Lo publica el desatino y desasosiego de los naturales y extranjeros por ver los toros; lo prueban la alegría de los niños y el júbilo de los viejos, y lo confirman el gusto, complacencia y satisfacción con que las damas altas y bajan hablan de estas funciones y se presentan en sus circos, anfiteatros o plazas. Una mala vaca, que corre enmaromada por la calle, llama en tanto grado la atención de los que la advierten, que todos a un tiempo dejan sus respectivos destinos y corren gustosos a verla; de forma que puede decirse que la afición de los toros nace con el hombre mismo, y particularmente en España.

La tauromáquia o el arte de torear. Pepe Illo.

          No hay duda que en esta nación famosa se ejercita el toreo desde que hay toros; porque siendo propio de los hombres el burlar y sujetar a las fieras de sus respectivos países, ningunos mejor habrá n ejecutado esta máxima que los españoles, que sobresalen tanto en el valor, y sus toros son los más valientes, fieros y feroces que se conocen. Y de aquí es, sin duda, que los más de nuestros héroes han blasonado de toreros. El Cid Campeador lanceaba a caballo; el emperador Carlos V aguardó un toro y lo mató de una lanzada; Felipe TV ejercitaba esta afición con frecuencia, y lo mismo el rey Don Sebastián de Portugal. Y entre los caballeros fueron distinguidos, en lo antiguo, D. Fernando Pizarro, conquistador del Perú, y el famoso D. Diego Pérez de Haro, sin otros muchos que omito, por consultar la. brevedad. Y, sobre todo, en nuestros días es un galardón muy recomendable en los caballeros el saber torear a pie y a caballo. Véase, pues, cómo los brazos más ilustres de la nación han sostenido y sostienen la grata y noble afición del toreo.

La tauromáquia o el arte de torear. Pepe Illo.

          El espectáculo de estas funciones llama la atención de todos. En el conjunto de individuos de uno y otro sexo se ve brillar en su punto la ostentación, primor y compostura. Y en la lidia observan acciones continuas de admiración y gusto. Se mira una fiera, acaso la más feroz, burlada por los hombres en términos que parece imposible, luciendo en estas acciones cruentas una habilidad la más sublime, en cuanto lleva todo su fundamento en el valor y el espíritu, por lo cual debe tenerse presente lo que sobre el toreo dijo la reina Amalia, a saber: «Que era una diversión donde brillaba el valor y la destreza». Lejos de aquí los genios pacatos, envidiosos y aduladores que han tenido valor de llamar bárbara a esta afición. Sus razones son hijas del miedo, producidas por envidia y acordadas por su suma flojedad e indolencia. Quien ve los toros, desmiente con la experiencia misma las máximas y sistemas de semejantes entusiastas. Allí reconoce que el valor y la destreza aseguran a los lidiadores de los ímpetus y conatos de la fiera, que al fin da el último aliento en sus manos”.

José Delgado (alias) Illo. La tauromáquia o el arte de torear. Cádiz. 1796. pp.4-5.