“Mi objetivo aquí es adoptar un punto de vista amplio y distante, muy distante, sobre la relación culturalmente complicada entre la voz de las mujeres y la esfera pública de los discursos, debates y comentarios: la política en su sentido más amplio, desde los comités de empresa hasta el Parlamento. Espero que este enfoque desde la lejanía nos ayude a superar el simple diagnóstico de «misoginia» al que recurrimos con cierta indolencia, pese a ser, sin duda alguna, una forma de describir lo que ocurre. (Si uno acude a un programa de debate en televisión y después recibe una avalancha de tuits en los que se comparan tus genitales con una variedad de vegetales podridos, es difícil encontrar una palabra más adecuada para definir la situación.) No obstante, si lo que queremos es comprender — y hacer algo al respecto— el porqué las mujeres, incluso cuando no son silenciadas, tienen que pagar un alto precio para hacerse oír, hemos de reconocer que el tema es un poco más complicado y que hay un trasfondo al que hay que remitirse.

El arrebato de Telémaco no fue más que el primer caso de una larga lista, que se extiende a lo largo de toda la Antigüedad griega y romana, de fructuosos intentos no solo por excluir a las mujeres del discurso público sino también por hacer ostentación de esta exclusión. A principios del siglo IV a. C., por ejemplo, Aristófanes dedicó una comedia entera a la «hilarante» fantasía de que las mujeres pudieran hacerse cargo del gobierno del Estado. Parte de la broma consistía en que las mujeres no podían hablar en público con propiedad, o más bien que no podían adaptar su charla privada (que en este caso estaba centrada básicamente en el sexo) al elevado lenguaje de la política masculina. En el mundo romano, las Metamorfosis de Ovidio — esa extraordinaria épica mitológica sobre los cambios físicos de los personajes (y probablemente la obra más influyente de la literatura occidental después de la Biblia)— vuelve reiteradamente a la idea de silenciar a las mujeres en su proceso de transformación. Júpiter convirtió en vaca a la pobre Ío para que tan solo pudiera mugir, no hablar; mientras que la parlanchina Eco es castigada a que su voz no sea nunca la suya, a ser un simple un instrumento que repita las palabras de los demás. En el famoso cuadro de Waterhouse, Eco contempla a su anhelado Narciso sin poder entablar conversación con él, mientras este se enamora de su propia imagen reflejada en un estanque.

Un antólogo romano serio del siglo I d. C. solo pudo recopilar tres ejemplos de «mujeres cuya condición natural no consiguió acallarlas en el foro». Sus descripciones son reveladoras. La primera, una mujer llamada Mesia, se defendió a sí misma con éxito en los tribunales y «dado que tenía una auténtica naturaleza masculina tras su apariencia de mujer fue apodada la “andrógina”». La segunda, Afrania, solía iniciar ella misma las demandas judiciales y era tan «descarada» que las defendía personalmente, por lo que todo el mundo estaba harto de sus «ladridos» o «gruñidos» (no se le concede la gracia del «habla» humana). Sabemos que murió en el año 48 a. C., porque «con semejantes bichos es más importante documentar su muerte que su nacimiento».
En el mundo clásico hay solo dos importantes excepciones de esta abominación respecto a las mujeres que hablan en público. En primer lugar, se les concede permiso para expresarse a las mujeres en calidad de víctimas y de mártires, normalmente como preámbulo a su muerte. A las primeras mujeres cristianas se las representaba proclamando su fe a gritos mientras eran conducidas a los leones, y en un conocido relato de la historia arcaica de Roma, a la virtuosa Lucrecia, violada por un desalmado príncipe de la monarquía gobernante, se le concede un papel con diálogo solo para denunciar al violador y anunciar su propio suicidio (o así lo presentaron los autores romanos: no tenemos la menor idea de lo que sucedió realmente). No obstante, incluso esta ínfima y amarga oportunidad de expresión podía ser denegada. En un relato de las Metamorfosis se nos cuenta la violación de la joven princesa Filomela, a la que el violador, para evitar cualquier denuncia al estilo de Lucrecia, sencillamente le corta la lengua. Esta idea la recoge Shakespeare en su Tito Andrónico, donde también se le arranca la lengua a Lavinia tras ser violada. La otra excepción es más corriente, pues en ocasiones las mujeres podían levantarse y hablar legítimamente para defender sus hogares, a sus hijos, a sus maridos o los intereses de otras mujeres. Por consiguiente, en el tercero de los tres ejemplos de oratoria femenina planteados por el antólogo romano, la mujer, de nombre Hortensia, se sale con la suya porque actúa explícitamente como portavoz de las mujeres de Roma (y solo de las mujeres), tras haber sido sometidas a un impuesto especial sobre el patrimonio para financiar un dudoso esfuerzo de guerra. Dicho de otro modo, en circunstancias extremas las mujeres pueden defender públicamente sus propios intereses sectoriales, pero nunca hablar en nombre de los hombres o de la comunidad en su conjunto. En general, tal y como lo expresó un gurú del siglo II d. C., «una mujer debería guardarse modestamente de exponer su voz ante extraños del mismo modo que se guardaría de quitarse la ropa»”.
Mary Beard. Mujeres y poder. Un manifiesto. Editorial Planeta. Barcelona. 2018.
Winifred Mary Beard es una académica inglesa especializada en estudios clásicos. Es catedrática en la Universidad de Cambridge, fellow del Newnham College y profesora de literatura antigua de la Royal Academy of Arts. Destacan sus trabajos de divulgación histórica. Es editora de clásicos de The Times Literary Supplement y autora del blog A Don’s Life (La vida de un Don / el término «Don» en la cultura de Oxbridge es equivalente de catedrático/), publicado en The Times como una columna regular. Por sus frecuentes apariciones en los medios y sus declaraciones públicas, a veces polémicas, ha sido descrita como la «clasicista más conocida de Gran Bretaña». (Wikipedia)
Reconocimientos:
- Oficial de la Orden del Imperio británico (OBE) en 2013 por «services to classical scholarship»
- Fellow of the Society of Antiquaries (2005)
- National Book Critics Circle Award (Criticism) shortlist for Confronting the Classics (2013)
- Medalla Bodley (2016)
- Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales (2016). El 25 de mayo de 2016 se anunció que había sido galardonada con dicho premio, al que optaban 37 candidaturas, «por su sobresaliente contribución al estudio de la cultura, de la política y de la sociedad de la antigüedad grecolatina». El jurado estuvo presidido por la historiadora Carmen Iglesias.
- Honoris causa de la Universidad Carlos III de Madrid en 2017
- Honoris Causa por la Universitat Oberta de Catalunya el 30 de octubre de 2019.
- Honoris Causa por la Universidade de Santiago de Compostela en 2022.