“En cuanto a los vestidos, Francisco de Osuna menciona la influencia que sobre las mujeres ejerce la moda: «Las mujeres son como las monas, que imitan mucho y ninguna cosa a derechas. Ninguna mujer verás que imita el buen miramiento de otra; ni su mesura; ni el moderado vestir; ni otra virtud; más viendo una mujer que sale su vecina con algo nuevo; luego se le antoja que meresce más que la otra; y como la mona trabaja por imitar el vestuario ajeno».

Menciona la famosa moda de los «escotados», y sostiene que cuando las mujeres andan tan preocupadas por los vestidos es porque les gusta exhibirse, ya que si permanecieran en sus casas como deberían hacer, no necesitarían tanto aderezo:
Mejor te sería ¡oh engañado marido! tener segura la mejor joya de tu casa, que son los pechos de tu mujer, que no verlos andar por las calles, ponellos a las ventanas y a las puertas, aún llevallos […] a la iglesia so color de ir a misa. La mujer muy afeitada todo lo anda, todo lo visita, y aún a los monasterios más lejos dice que quiere ir a vísperas, y no va sino por ver y ser vista de los galanes que salen a pasear.

Describe el atavío de una mujer de su época:
En la cabeza ponen una cofia labrada y en los cabellos cintas y rubia color; en los ojos alcohol, y en las cejas mucha orden […] En toda la cara blanco albayalde, y en los labios y mejillas arrebol; en las orejas zarcillos, y en los pechos y cuello gargantillas y gorgueras que cubriendo descubran; cinta o faja en el cuerpo para componer la cintura y en los brazos y manos manillas y anillos; después toda cercada de un manto curioso y en los pies chapines dorados, porque no haya miembro de los que ver se puede que no predique en otros lujuria.

Guevara alude a la aparición de la moda, y su crítica iba dirigida tanto a mujeres como a hombres. Dice: «Hay ya inventadas tantas maneras en el aderezar de comer, y sacadas de nuevo tantas variedades en el vestir, que hay ya cátedras, y catedráticos de sastres, y cocineros». Le parece un abuso que las ropas se desechen sólo porque ya no están de moda: «¡Qué mayor vanidad, ni liviandad puede haber en el mundo, sino que las ropas de la madre ya aprovechen a la hija, diciendo que las ellas son viejas, que ya hoy otros trajes nuevos! Están las ropa sanas, enteras, desapolilladas, limpias, ricas y bien tratadas, y piden para casarse otras nuevas».

Critica también al cortesano liviano que trae «la gorra que no cubre media cabeza, la barda atusada, los guantes adobados, los zapatos hendidos, la capa corta, las calzas estiradas, las mangas arpadas, la espada guarnecida, y por otra parte maldita la blanca que trae en la bolsa, y todo lo que trae sacó fiado de la tienda». Alude al uso extensivo de colonias que afectaba a mujeres y a hombres; y con respecto a estos últimos, sostiene: «Rociar una camisa con un poco de agua rosada apruébolo; rociar un pañizuelo de narices con agua de trébol, admítolo; rociar unas almohadas con un poco de agua de azahar, lóolo; más comprar unos guantes adobados por seis ducados, maldígolo; porque guantes de tres reales arriba, nadie los compra por necesidad, sino por curiosidad y liviandad».
En cuanto a los vestidos femeninos, Guevara observa:
de ver una mujer que su vecina va mejor vestida, que no ella, se torna contra su marido como una leona. Acontesce muchas veces lo que pluguiese¹ a Dios que no viésemos acontescer, y es que si viene una inopinada fiesta, o una regocijada justa, no da la mujer a su marido vida hasta que le saque para aquel día una ropa; y como el pobre señor no tuvo dineros para la pagar hubiéronsela de necesidad de fiar.

Gaspar de Astete también encontraba a las mujeres compuestas más atractivas que sin componer: «Si tu vas por las calles vestida con suntuosos vestidos, no echas de ver que llevas tras ti los ojos de todos, y atraes los sospiros de los mancebos, y engendras en ellos el fuego de la concupiscencia […] Y aunque te parece que tu no te pierdes, ¿no ves que pierdes a los otros?». Alude críticamente a la aparición y complicación de la moda: «y es cosa de gran dolor que ha crecido tanto la vanidad en el atavío de las mujeres, y ha subido tanto de un punto este vicio, que según son las diversas invenciones que las mujeres inventan cada día para sus atavíos, parece que no hay más que poder inventar ni añadir».
Juan de la Cerda se opone a los afeites y vestidos porque suponen un despilfarro y alientan al exhibicionismo femenino:
y no sólo hay daño en vestirse y componerse con tanta costa, sino que estando vestidas y compuestas. quieren ser vistas, y siendo vistas, si les hablan, quieren responder […] a los que se les atreven con palabras descompuestas […] ya que a algunas les parece ser caso de menos valer y serán condenadas por necias si no responden en los términos que les hablan.
Alude también a la moda de los «escotados» y sostiene que la justicia debería castigar a las mujeres que «fueran con los pechos fuera».

Alonso de Andrade emplea un razonamiento parecido a De la Cerda para oponerse a la sofisticación de la apariencia femenina. Según él de ahí nacen los adulterios y los homicidios, y tienen principio los amancebamientos, y se venden infamementes las honras, y aprenden pestilenciales costumbres los hijos.
Dice que las galas hacen a las mujeres callejeras y ventaneras, hacen que salgan a las plazas a ver y a ser vistas, «engendran soberbia […], encienden la ira, envanecen el alma, secan el corazón, talan la devoción, desarraigan la humildad». Añade, dirigiéndose a los hombres, que si no le creen a él que atiendan a la experiencia, «y vean los hombres de honor lo que pasa por sus casas, y si las quieren honradas y ricas moderen este abuso, y si no despídanse de tener lo uno y lo otro». Pero según explica, las mujeres respondían: «que algo se ha de hacer de lo que se usa en la tierra, y lo que lleva la costumbre; porque (como dicen), lo que se usa no se excusa; y no es bien singularizarse entre las de tu calidad, ni se puede romper con el corriente de todas, porque quien vive en el mundo ha de andar a sus fueros y guardar sus leyes».

1. Gustar o agradar.
Mariló Vigil. La vida de las mujeres en los siglos XVI y XVII. Siglo XXI de España editores. Madrid. 1986. pp. 176-178.
Magnífico ya tienes que hacer otro libro 😘😘😘
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