“¡Qué difícil es corregir un abuso cuando cuenta siglos de ancianidad su observancia!¡ Con qué dificultad se arrancan del corazón humano aquellas ideas que se posesionaron de él aun antes de haberse formado la razón! ¡Y qué violencia y trabajo le cuesta a esta misma arrojar de sí aquel indigno huésped que la usurpó el principal lugar de su soberanía! Pocas veces lo consigue, y entonces es sólo cuando el abuso abandona la posada por inútil, dejándola convertida en un triste espectáculo de penas, lastimoso efecto de la tiranía de sus yerros.

¡Cuántas no serían infaustos ejemplares de este discurso si al leerle reflexionasen con viveza sobre su importancia! ¡Y cuántos no mirarían el sagrado de su honor vulnerado si, inadvertidos, no permitiesen a sus mujeres e hijas la indigna costumbre de taparse en los templos, en las calles y en los paseos, dándoles con este permiso una tácita licencia para exponerse a los mayores riesgos de una desgracia! ¡Y cuántos y cuántas leerán estas reflexiones que, burlándose, prosigan infelizmente hasta que el golpe de la caída sea inútil aviso al precipicio!

El taparse las damas, con cuyo abuso se disfrazan para aventurar su modestia y su honestidad, es el objeto de esta semana. Circunstancia es esta de la marcialidad y efecto de su licencioso permiso. En todos tiempos se han favorecido de otros nombres los desórdenes; pero en ninguno ha habido mayor atrevimiento como que la misma maldad pase plaza de desembarazo honesto, cubriéndose con el aborrecible de marcialidad. Todo lo quiere disimular; claro indicio de que todo cuanto se ejecuta bajo este especioso pretexto es defectuoso; pues las acciones conformes a la razón y buen juicio no mendigan brillanteces que las apadrinen: ellas por sí mismas se hacen lugar en los entendimientos no preocupados.

Siempre ha sido indicio tenido por sospechoso el cubrirse el rostro: nunca se vieron sobre la tierra las vilezas y los más indignos delitos, si no es acompañado de esta traidora circunstancia. Quien oculta el rostro deja descubierto su pecho delincuente; pues esta acción apadrina perfidias, no disimula inocencias, quita la vergüenza al delito, no da más quilates al recato. En una palabra, con el tapado se le usurpa al pudor la jurisdicción que tiene de manifestarse al rostro al cometer una acción indigna: con que, sin este freno, ¿a qué delirios no se arrojará quien se aleja del carácter indeleble de la honestidad e inocencia?
Es el tapado vergonzosa reliquia de la dilatada esclavitud que lloramos bajo la tiranía de los sarracenos

Sólo las mujeres orientales, y de ellas toda el África por la unidad de la religión y costumbres, usan el no déjate ver en las calles, y de éstas lo conservan nuestras andaluzas; pero no dejarán de avergonzarse si saben el motivo por que aquellas lo practican. Entre los mahometanos son las mujeres las más desgraciadas de todo el mundo: nada se les confía, nada suponen, ninguna virtud se les concede; pues hasta la brutalidad de su secta les niega la fingida gloria que ellos esperan. De una vez, de nada bueno las piensan capaces; por esto las encierran, las ocultan, las obligan a que no se dejen ver de algún nacido y las hacen vivir en el mundo como si no compusiesen la más bella parte de su sociedad. Todo efecto de la irracional desconfianza con que las miran. Esta es la causa de su tapado, y esto es lo que les hace parecer (bien contra su gusto) sombras andantes cuando se dejan ver en sus ciudades. Esto es el tapado, señoras mías, y Vms. muy contentas, ya que han nacido en una de las más cultas partes de Europa, donde la racionalidad de sus habitantes nos coloca en aquel lugar para el que nos destinó la naturaleza, Vms. mismas procuran desfigurarse y hacerse sospechosas; y luego se quejarán de que las encierren y las traten con todo el rigor de los celos.

¿Qué me canso, si por los infelices efectos de este abuso conduciré más aprisa a la noble presencia del desengaño a mis lectores? ¿Cómo podrá honestar una dama, a quien el carácter de su esposo la distingue entre muchas, la torpe marcialidad con que se cubre bajo un manto en un paseo, y confundiéndose con el ínfimo pueblo se equivoca con aquéllas a quienes su desgracia, o estos mismos antecedentes vivir en el más abatido lugar del horror y del desprecio? Si se presentara según el carácter de su nacimiento y fortuna, pregunto, ¿qué atrevimiento habría que osase profanar su entereza con la más leve expresión del arrojo? Nunca he creído, ni espero creer, que la dama que ha gastado media hora en hablar tapada, haya salido tan inocente de este riesgo que no haya tenido que arrepentirse; suponiendo que sólo fuese efecto de la diversión (como quieren decir) que ni aun esto creo”.
Beatriz Cienfuegos. La pensadora gaditana. Pensamiento IV. Cádiz. 1763. pp. 78-81.
La primera imagen es de una dama limeña, llamadas las tapas limeñas, la moda colonial desde 1535 hasta el siglo XIX la mujer limeña se cubría de cabeza a pie en un gran velo. La imagen sería de Pancho Fierro.