CARTA IX
DE LAS MUJERES ESPAÑOLAS, HERMOSAS PINTURAS
“Deseáis, señor, que os hable de las mujeres españolas; los deberes de la amabilidad y de la cortesía, habiéndome obligado a ver a varias, he aquí la idea general que de ellas he concebido. Me ha parecido que la naturaleza no les prodiga sus favores. El colorido, que sorprende al primer golpe de vista, es, pues, en ellas aquello de que más motivo tienen para quejarse. Gran número que eran muy bellas o muy bonitas, que, en efecto, poseen hermosas facciones y figuras interesantes, pierden mucho de su agrado por su negrura. Tienen, sin embargo, gracias, y sobre todo las de la vivacidad, particularmente en los ojos, que están llenos de fuego y chispeantes. Son también muy capaces, por lo menos tanto como las demás, de torturar el corazón de cualquier imbécil que va a dejarse prender en sus redes, con tal de que no lleguen hasta ejercer sobre él una verdadera tiranía, hasta el punto de hacer de él un esclavo.

Pero tienen, más que las de ningún otro país, las cualidades de la inteligencia y del corazón que las hacen mucho más estimables. Son naturalmente animosas, magnánimas, prudentes, fáciles en sus maneras, bastante vivas en sus palabras y graciosas en sus conversaciones. Se muestran muy cariñosas con los desgraciados, muy inclinadas a socorrer a los necesitados, y sus liberalidades llegan algunas veces hasta el exceso. Sin embargo, son altivas, imperiosas, tomando ventaja de las grandes consideraciones y de los homenajes respetuosos de los hombres, convirtiéndose en orgullosas e insolentes. Por eso es por lo que un marido que quiere vivir tranquilo no tiene a menudo otro partido que tomar que hacer la voluntad de su mujer y callarse; de otro modo, aparte de que se vería expuesto a sostener una guerra continua, corre gran riesgo de acabar miserablemente sus días o en medio de una calle en el fondo de una cárcel. Todo lo que se ha hablado de las precauciones de los celos, empleadas por los maridos para guardar a sus mujeres, no tiene lugar hoy. No hay otra especie de celosías aquí más que las que se ven en las ventanas. Pero basta ya de hablar de las mujeres; paso a cosas que son más de mi resorte.

Recorriendo la villa he visto muchas iglesias, adornadas con multitud de pinturas raras y preciosas. He encontrado, en la iglesia de los agustinos calzados, llamada el Colegio de doña María de Aragón, un altar decorado de excelentes pinturas de la mano de Domenico Greco, que ha hecho también sus esculturas y el dibujo. Además de eso, todas las más hermosas obras de Vicente Carducho, florentino, del que alaban sobre todo las pinturas al óleo de la gran capilla de la iglesia de la Encarnación y de varias otras pequeñas. Entre el gran número que se tiene de él en muchas otras iglesias, las que más le honran son el San José dormido, avisado por un ángel para que huya a Egipto, y el San Antonio de Padua, que resucita a un muerto para justificar la inocencia de su padre. Estos dos cuadros están en la iglesia del Rosario, en donde se ve el Cristo llamado del Perdón, de la mano de Manuel Pereira, portugués, que es un excelente trozo de escultura. Pero aquella de todas sus obras que sorprende más es una Nuestra Señora del Rosario, que está encima de la puerta de la sacristía de San Antonio de los Portugueses.

Pasando un día por el claustro de los frailes de la Merced, que son calzados, vi allí excelentes pinturas de Antonio Lanchares. No tengo necesidad de hablaros del Martirio de San Andrés, del célebre Rubens, que está en la iglesia de los flamencos. En la de Nuestra Señora de Atocha, de los dominicos, se ve una soberbia capilla, en la que Herrera el Joven ha proporcionado el dibujo y pintado la cúpula, donde está representada la Asunción de la Santa Virgen, que es de un gusto excelente. Angelo Nardi, Francisco Leonardoni y Carreño, llamado el Ticiano de España, los tres pintores célebres, han contribuido también mucho por sus obras a decorar esa iglesia. Las pinturas del claustro son en su mayor parte de Bartolomé Cárdenas, portugués; Juan de Chirinos, de Madrid ha hecho el resto.

Se estiman mucho los dos angelotes de la cúpula de la capilla del Santo Cristo del Colegio Imperial, que es de Claudio Coello. En la cornisa alta, se creería reconocer la mano de Aníbal Carache. Hay también varias pinturas de González, del que hacen caso con razón, así como de muchos cuadros del mismo que están repartidos por Madrid. En la sacristía de esa iglesia se ve un hermosísimo cuadro de la Concepción, de Alonso Cano, y otro excelente del Divino Morales, que representa a Jesucristo en la Columna, con San Pedro.

Para evitar aburriros a fuerza de bellezas, limito aquí el detalle de aquellos que he visto en esta ciudad en cuanto a pintura y escultura. Si vuestro gusto por esas artes tan estimables os lo hiciera lamentar, lo supliría con gusto dándoos una lista tan razonada como me fuera posible, según me parecieran los asuntos merecerlo. Podéis también recurrir a la Historia de los pintores, escultores y arquitectos españoles, por don Antonio Palomino Velasco. Esta historia, que contiene una exacta descripción de las obras de esos artistas y de las de los extranjeros que se ven en España, ha sido dada en resumen, traducida del español al francés e impresa en París en 1749.
Soy, etcétera”.
En Madrid, el 1º de agosto de 1755.
Norberto Caimo. «Viaje por Espana hecho en 1755» en Viajes de extranjeros por España y Portugal. Volumen IV. Edición de José García Mercadal. Junta de Castilla y León. 1999. pp. 791-793.