La sensualidad de las mujeres limeñas


          “No hay ningún lugar sobre la tierra donde las mujeres sean más libres y ejerzan mayor imperio que en Lima. Reinan allí exclusivamente. Es de ellas de quien procede cualquier impulso. Parece que las limeñas absorben, ellas solas, la débil porción de energía que esta temperatura cálida y embriagadora deja a los felices habitantes. En Lima las mujeres son, por lo general, más altas y de constitución más vigorosa que los hombres. A los 11 o 12 años están ya completamente formadas. Casi todas se casan a esa edad y son muy fecundas, a menudo tienen seis o siete hijos. Tienen embarazos felices, dan a luz con facilidad y se restablecen pronto. Casi todas amamantan a sus hijos, pero siempre con ayuda de una nodriza quien suple a la madre y alimenta también al niño. Esta es una costumbre proveniente de España donde las familias acomodadas tienen para sus hijos dos nodrizas. Las limeñas no son hermosas por lo regular, pero su graciosa fisonomía tiene un ascendiente irresistible. No hay hombre a quien la vista de una limeña no haga latir el corazón de placer. No tienen la piel curtida como se cree en Europa. La mayoría son, al contrario, muy blancas. Las otras, según su diverso origen, son trigueñas, pero de una piel lisa y aterciopelada y de una tez cálida y llena de vida. Las limeñas tienen todas buen color, los labios de un rojo vivo, hermosos cabellos ondulados naturalmente, ojos negros de forma admirable, con un brillo y una expresión indefinible de espíritu, de orgullo y de languidez. Es en esta expresión donde reside todo el encanto de su persona. Hablan con mucha facilidad y sus gestos no son menos expresivos que las palabras con que los acompañan. 

Tapada de pie

          Su vestido es único. Lima es la única ciudad del mundo donde ha aparecido. En vano se ha buscado hasta en las crónicas más antiguas de dónde podía traer su origen. No se ha podido descubrirlo. No se parece en nada a los diferentes vestidos españoles y lo que hay de cierto es que no fue traído de España. Se encontró en aquellos lugares a raíz del descubrimiento del Perú, aunque es notorio al mismo tiempo que nunca existió en otra ciudad de América. Ese vestido, llamado saya, se compone de una falda y de una especie de saco que envuelve los hombros, los brazos y la cabeza y se llama manto. Ya oigo a nuestras elegantes parisienses lanzar exclamaciones sobre la sencillez de este vestido. Pero están muy lejos de pensar en el partido que puede sacar de él la coquetería. Esa falda que se hace de diferente tela, según la jerarquía del rango y la diversidad de las fortunas, es de un trabajo tan extraordinario que tiene el derecho de figurar en las colecciones como objeto de curiosidad. Solo en Lima se puede confeccionar un vestido de esta especie. Las limeñas pretenden que hay que haber nacido en Lima para poder hacer una saya y que un chileno, un arequipeño o un cuzqueño jamás podrían llegar a plisar la saya. Esta afirmación, cuya exactitud no me he inquietado en verificar, prueba cuán fuera de las costumbres conocidas se halla este vestido. Trataré de dar una idea por algunos detalles.

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          Para hacer una saya ordinaria se necesita doce o catorce varas de raso. Se forra con una tela de algodón muy ligera. El obrero, a cambio de las catorce varas de raso, trae una faldita que tiene tres cuartos de alto, toma el talle dos dedos encima de las caderas y baja hasta el tobillo. Es tan excesivamente apretada que en la parte baja tiene el ancho preciso para poner un pie delante del otro, caminando a pasos menudos. Se encuentran así ceñidas dentro de esa falda como en una vaina. Está completamente plisada de arriba abajo, a pequeños pliegues y con tal regularidad que sería imposible descubrir las costuras. Esos pliegues están tan sólidamente hechos y dan a este saco tal elasticidad que se ha visto el caso de sayas que tenían ya quince años y conservaban todavía suficiente elasticidad para dibujar todas las formas y prestarse a todos los movimientos.

Tapadas_Limeñas.         El manto está también artísticamente plisado, pero hecho de tela muy delgada no podría durar tanto como la falda, ni el plisado resistir los movimientos continuos de quien lo usa y la humedad de su aliento. Las mujeres de buena sociedad llevan saya de raso negro. Las elegantes tienen, además, otras de colores de fantasía, tales como morado, marrón, verde, azul, rayadas, pero jamás de tonos claros por la razón de que las mujeres públicas las han adoptado de preferencia. El manto es siempre negro y envuelve el busto por completo. No deja ver sino un ojo. Las limeñas usan también un corselete del que se ven las mangas. Esas mangas cortas o largas son de ricas telas; terciopelo, raso de color o tul; pero la mayoría de las mujeres va con los brazos desnudos en todas las estaciones. El calzado de las limeñas es de una gran elegancia. Tienen lindos zapatos de raso de todos colores, adornados con bordados. Si son llanos los colores de las cintas contrastan con el del zapato. Usan medias de seda caladas, de distintos tonos y cuyos talones están profusamente bordados. En todas partes las mujeres españolas se hacen notar por la gran elegancia de su calzado. Pero hay tanta coquetería en el de las limeñas que parecen sobresalir en esta parte de su indumentaria. Las mujeres de Lima usan el cabello separado a cada lado de la cabeza. Cae en dos trenzas perfectamente hechas y rematadas por un grueso nudo de cintas. Esa moda, sin embargo, no es la única. Hay mujeres que usan los cabellos ondulados a la Ninon y caen en largos bucles sobre el seno el cual, según la moda del país, dejan casi siempre desnudo. Desde hace algunos años se ha introducido la moda de llevar grandes chales de crespón de China ricamente bordados en colores. 

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La adopción de este chal ha hecho su vestimenta más decente velando, con su amplitud, el desnudo y las formas dibujadas demasiado fuerte. Uno de los refinamientos de su lujo es tener un lindo pañuelo de batista bordado y adornado con encaje. ¡Oh! ¡Cuánta gracia tienen, qué embriagadoras son estas bellas limeñas con su saya de un hermoso negro brillante al sol, que dibujan las formas verdaderas de algunas, falsas en muchas otras, pero que imitan tan bien a la naturaleza, que es imposible al verlas, tener idea de la superchería!

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          ¡Qué graciosos son los movimientos de sus hombros, cuando atraen el manto para ocultar por completo el rostro, que por momentos dejan ver a hurtadillas! ¡Qué fino y flexible es su talle y cuán ondulante es el balance de su paso! ¡Qué lindos son sus piececitos y qué lástima que sean demasiado gruesos! Una limeña con saya o vestida con un lindo traje llegado de París no es la misma mujer. Se busca en vano, bajo el vestido parisién, a la mujer seductora que se encontró por la mañana en la iglesia de Santa María. Por eso mismo, en Lima todos los extranjeros van a la iglesia, no para oír cantar a los frailes el oficio divino, sino para admirar, bajo su vestido nacional, a esas mujeres de naturaleza aparte. Todo en ellas está, en efecto, lleno de seducción. Sus posturas son tan encantadoras como su paso y cuando están de rodillas inclinan la cabeza con malicia, dejando ver sus lindos brazos cubiertos de brazaletes, sus manitas con los dedos resplandecientes de sortijas que recorren un grueso rosario con una agilidad voluptuosa, mientras sus miradas furtivas llevan la embriaguez hasta el éxtasis.

Tapada limeña. Saya y Manto del año 1854

          Un gran número de extranjeros me ha referido el efecto mágico producido sobre la imaginación de muchos de ellos por la vista de aquellas mujeres. Una ambición de aventuras les hizo afrontar mil peligros con la firme persuasión de que la fortuna les esperaba en esas lejanas playas. Las limeñas les parecieron sacerdotisas o, más bien, pensando en el paraíso de Mahoma, creyeron que para resarcirles de los penosos sufrimientos de una larga travesía y recompensar su valor, Dios les había hecho abordar en un país encantado. Esos extravíos de la imaginación no parecen muy inverosímiles cuando se es testigo de las locuras y extravagancias que las bellas limeñas inducen a hacer a aquellos extranjeros. Se diría que el vértigo se ha apoderado de sus sentidos y el deseo ardiente de conocer sus facciones, que ellas ocultan cuidadosamente, les hace seguirlas con ávida curiosidad. Pero hay que tener una gran práctica en ver sayas para seguir a una limeña con ese vestido que da a todas una gran semejanza. Se necesita una atención muy sostenida para no perder de vista, entre la multitud, a aquella cuya mirada ha encantado. Ágil, se desliza y muy pronto en su sinuosa carrera, como la serpiente a través del césped, se escapa a la persecución. ¡Oh, desafío a la más linda inglesa, con su cabellera rubia, sus ojos en los que se refleja elcielo y su piel de lirio y de rosa a luchar con una limeña bonita con saya! ¡Desafío igualmente a la más seductora francesa, con su linda boca entreabierta, sus ojos espirituales, su talle elegante, sus maneras alegres y todo el refinamiento de su coquetería a luchar con una limeña bonita con saya! La española misma, con su noble porte y su hermosa fisonomía, llena de orgullo y de amor, no parecería sino fría y altiva al lado de la linda limeña con saya. ¡Oh! Sin ningún temor de ser desmentida, puedo afirmar que las limeñas con ese traje serían proclamadas las reinas de la tierra, si bastara la belleza de las formas y el encanto magnético de la mirada para asegurar el imperio que la mujer está llamada a ejercer. Pero si la belleza impresiona los sentidos, son las inspiraciones del alma, la fuerza moral y los talentos del espíritu los que prolongan la duración de su reinado. Dios ha dotado a la mujer de un corazón más amante y abnegado que el del hombre y si, como no hay ninguna duda, honramos al Criador en el amor y la abnegación, la mujer tiene sobre el hombre una superioridad incontestable. Mas es preciso que cultive su inteligencia y, sobre todo, que se haga dueña de sí misma para conservar esta superioridad. Solo con estas condiciones obtendrá toda la influencia que Dios ha permitido ejercer a las cualidades de su corazón.”

Flora Tristán. Peregrinaciones de una paria y otros textos recobrados. Prólogo de Virginia Tapas Valente. Lima: CLACSO. 2022. pp. 532-536. 

Peregrinaciones de una paria fue publicado en París en 1838. 

Un comentario

  1. Maria C. dice:

    ¡Qué interesante! Es muy sugerente como juegan con el «descubierto» con dos-tres ítems del cuerpo a la par que van cubiertas de pies a cabeza, ¿hay algún indicio que pueda ayudarnos a entender de dónde viene la necesidad del manto que cubre la cabeza? ¿Es debido a condiciones climáticas, tipo de labor, estatus, religión? Muchas gracias.

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