“La calle de las Sierpes, no sabemos bien por qué la llaman así, está situada en el corazón de Sevilla, cerca de la plaza de la Constitución, del Ayuntamiento, de la catedral y del nuevo paseo Alameda del Duque. La calle de las Sierpes es el verdadero centro del movimiento, de la presunción y de la actividad real o aparente de los sevillanos. Los coches, nada raros en el resto de la ciudad, no pueden circular por ella, lo que deja a los peatones en completa libertad de deambular a sus anchas. Por la tarde, sobre todo, hay un vaivén, un movimiento continuo de paseantes que recuerda, si bien con más pintoresquismo, nuestro boulevard de los Italianos.

Es verdad que los hombres se visten según el último número, o el penúltimo, del «Journal des Modes», al estilo de París, como se dice aquí. Por fortuna, las mujeres han conservado, al menos en parte, el traje nacional. Prefieren sus flores naturales, que abundan en toda estación en este clima excelente, a las artificiales y a todos esos perifollos sin nombre que inventan nuestras modistas todos los días. Los crespones de china color grosella, amarillo, azafrán o limón, que juzgarían ridículos en nuestro país, están siempre de moda en Andalucía y les sientan maravillosamente a las damas de Sevilla, que los recubren con la mantilla de encaje negro que saben llevar con una gracia especial. Se ve que están orgullosas de ser sevillanas, y que incluso prefieren la mantilla nacional a esos atavíos banales que son de todos los países y no pertenecen a ninguno. Como dice la copla:
Tiene la sevillana en su mantilla un letrero que dice:
Tiene la sevillana
en su mantilla
un letrero que dice
¡Viva Sevilla!

La mantilla de tira, cantada tan frecuentemente en las poesías populares andaluzas, difiere de la mantilla ordinaria en que el fondo de seda o de lana está bordado con una ancha banda de terciopelo o de lana llamada tira, cortada en festones o en zig-zag. La mantilla de tira la usan las majas o las cigarreras, que saben llevarla con una presunción y una desenvoltura especiales, con la soltura andaluza:
Con la sarga malagueña
Mas gorpe doy en Sevilla
Que toita una señora
Con sombrero y papalina.
Cuando voy por esas cayes
Con la mantiya e tira,
No hay ojos que no me miren
Ni corazón que resista;
Y si encuentro argún franchute
Y a enmonarme se arrima,
Le jago perder el pesquis
Y cantar las letanías.
En la calle de las Sierpes se encuentran también las tiendas más elegantes de Sevilla, y en ella van a buscar fortuna los industriales ambulantes con sus pintorescos vestidos. Aquí, un florero, con gran cesto en la mano, pregona con voz de falsete sus dalias, claveles y rosas: «¡Tengo dalia, clavel y rosa!»
(…) La primera vez que fuimos al Teatro Principal había un lleno, es decir, que la sala estaba casi llena, cosa poco corriente en los teatros españoles, que, la mayor parte del tiempo, no son más frecuentados que los de Italia. Las mujeres estaban en mayoría. Mantillas y flores adornaban todas las cabezas, y se veían muy pocos sombreros al estilo de París, lo que daba a los palcos un pintoresco aspecto. El ruido de las conversaciones se mezclaba con el de los abanicos. Notamos a nuestro lado, entre las espectadoras, dos jóvenes sevillanas de abundante cabellera negra, adornada con una gran dalia blanca colocada junto a la oreja.

Tras ellas se sentaba su madre. Por su tupida mantilla negra, que encuadraba un semblante arrugado, habría podido tomarse por una vieja dueña de comedia. Al lado de ella se encontraba un inglés de espesas patillas rojas, tocado con un sombrero redondo de ala estrecha y que tenía un bastón en su mano y en la otra unos gemelos, que usaba con mucha frecuencia. Nuestro vecino, que había tratado de trabar conversación con nuestras vecinas en una extraña jerigonza que tomaba por español, sin duda alguna, no tardó en ser objeto de las miradas y de las bromas de sus vecinas, que hablaban muy alto. Los españoles en general, y los andaluces en particular, no desperdician ocasión de poner en ridículo a los extranjeros que se entregan al inofensivo placer de «hacer color local». Así, cuando un inglés o uno de nuestros compatriotas tiene la idea de vestirse con un traje de majo, oye llover en torno suyo las palabras: franchute, inglis-manglis y otros epítetos de este género que los indígenas se complacen en dirigir a los extranjeros.”

El barón Charles Davillier. “Viaje por Andalucía”. Sevilla. Editorial Renacimiento. Sevilla. 2009. pp. 267-268 y 305-306.
En algún sitio he leído q se le puso C/ Sierpes cuando debejo de una losa encontraron varias serpientes y de ahí le Plicaron el nombre.