
“Las personas que se visten a la manera del jornalero, cuyo cuerpo se pone a diario y con despreocupación el mismo sobre, siempre mugriento y maloliente, son tan numerosas como los necios que van por el mundo sin ver nada, mueren sin haber vivido, no conocen el valor de un manjar ni el poderío de las mujeres y no dicen ni algo atinado ni una tontería. Pero, ¡Dios mío, perdónalos porque no saben lo que hacen!”.

Si se trata de convertirlos en la elegancia, ¿podrán comprender algún día los axiomas fundamentales de todos nuestros conocimientos?
El patán se cubre, el rico o el tonto se atavían, el hombre elegante se viste.
La indumentaria es, a la vez, una ciencia, una arte, un hábito y una predisposición natural.

En efecto, ¿qué mujer de cuarenta años no considerará la indumentaria una ciencia profunda? ¿Acaso no admiten ustedes que no existiría gracia en el vestido si no están ustedes acostumbrado a llevarlo? ¿Hay algo más ridículo que la modistilla en traje de cortesana? Y en cuanto a la predisposición natural para la indumentaria, ¡cuántas devotas, mujeres y hombres hay por el mundo que gozan a profusión de oro, tejidos, sedas, las creaciones más maravillosas del lujo y las emplean para darse el aire de un ídolo japonés! De ahí, se deduce un aforismo tan verdadero que hasta las coquetas eméritas y los profesores de seducción deben estudiar siempre: La indumentaria no consiste tanto en el vestido como en una cierta manera de llevarlo.


Además, más que la misma ropa, lo que hay que captar es el espíritu de la ropa. Existe en las provincias e incluso en París un buen número de personas capaces de cometer, en materia de modas nuevas, el error de aquella duquesa española que, al recibir una preciosa palangana de estructura desconocida, tras mucho meditar, creyó entrever que su forma la destinaba a aparecer sobre la mesa y ofreció a las miradas de los comensales un estofado relleno, al no relacionar las ideas de higiene con la porcelana dorada de aquel mueble necesario.

Hoy en día, nuestras costumbres han modificado tanto la ropa que ya no hay ropa propiamente dicha. Todas las familias europeas han adoptado el paño porque tanto los grandes señores como el pueblo han comprendido instintivamente esta gran verdad: es mucho mejor llevar paños finos y tener caballos que incrustar en un vestido las pedrerías de la Edad Media y la monarquía absoluta. Entonces, reducida a la indumentaria, la elegancia consiste en una extrema búsqueda en los detalles del vestir: no es tanto la simplicidad del lujo como un lujo de simplicidad. Hay perfectamente otra elegancia; pero sólo es la vanidad en la indumentaria. Empuja a ciertas mujeres a llevar tejidos originales para llamar la atención, emplear broches de diamantes para sujetar un nudo; poner una argolla brillante en el lazo de una cinta; ¡al igual que ciertos mártires de la moda, personas con cien luises de renta que viven en una buhardilla y quieren estar a la última, llevan piedras en la camisa por la mañana, se abrochan los pantalones con botones de oro, sujetan sus fastuosos lentes con cadenas y van a cenar a casa de Tabar…! Cuántos de esos parisinos ignoran quizá voluntariamente, el siguiente axioma:
La indumentaria nunca debe ser un lujo.”

Honoré de Balzac. Tratado de la vida elegante. Editorial Impedimenta. Madrid. 2012. pp. 47-49.
Este ensayo fue publicado en 1830, a través de sus páginas el escritor francés va desgranando el concepto de la elegancia en el vestir, con elocuentes ejemplos y un finísimo sentido del humor. Tras la Revolución Francesa se abolieron las diferencias en materia de indumentaria según el estatus social. La Convención nacional decretó:” Nadie, de uno u otro sexo, podrá impedir a ningún ciudadano o ciudadana vestir de una manera particular, cada uno es libre de llevar cualquier prenda y arreglo de acuerdo a su sexo que mejor le parezca.” A comienzos del siglo XIX nace un nueva manera de entender elegancia masculina que huye de lo superfluo, apostando por una imagen de pulcritud y sencillez. Una naturalidad solo al alcance de los verdaderos elegantes.
Excelente artículo con contundentes argumentos e imágenes. Felicitaciones
Realmente, la elegancia depende de la personalidad del individuo, no de los trajes suntuosos que se utilicen.