“Paréceme será bien en el presente lugar tratar de los arreos de las doncellas, y comenzando diré de los afeites. Yo querría mucho saber qué quiere o qué mira o qué espera la mujer, desde que, se ha bien ensuciado la cara con albayalde y arrebol, yo diría que, si quiere agradar a sí misma, es vana; si a Dios, es loca; si a los hombres, es mala. Tú tienes un solo esposo, que es Jesucristo, si a éste quieres agradar, afeita y orna y compone tu alma de virtudes, y yo fiador que él te abrace por muy hermosa.

Dirás por ventura que buscas a otro marido, que sea humano y no divino, y quieres agradarle agradarles Primero te diré cuán locamente, después cuán mal lo haces. Paréceme (si quieres atraer: a ti los hombres con afeitarte) que te quieres hacer como máscara, y desde que te hayas quitado la carátula, quedarás tan fea que le espantes tanto sin ella, como de antes le habías agradado con ella. Mi fe ruin vida te mandó si por solo afeite agradas a tu marido, que, si por eso solo te quiere, ¿cómo te querrá después viéndote sin ello? si ya con todo no tienes acordado de nunca lavarte la cara, ni quitarte aquella costra que traes, sino acostarte emplastada, levantarte de la cama ni más ni menos, salir de casa también emplastada, estar en casa de esta manera. Allende de esto ¿cuál mujer no se cansará, dejemos a ti, que por aventura lo tomas por un pasatiempo, más ninguna que tenga un poquito de seso, no se fatigará y aborrecerá cuantos afeites hay en el mundo, considerando el cuidado que ha de tener para que siempre tenga entero y lindo su rostro? guardarse del sol, huir del polvo, recatarse de no sudar por la vida, porque no se hagan canales por las mejillas, veamos bien considerándolo, ¿puede ser mayor locura en el mundo? otrosí ¿quien tendrá por hermosa a la mujer si la ve afeitada ? ¿O de los atavíos, afeites y olores?

¿Cómo pensará que es blanca ó colorada, sabiendo que aquella blancura y color no es suya? ¿Quiéreslo ver? que, si queremos alabar a una mujer de hermosa, luego decimos que no se pone nada en el rostro. Pues si queremos mirar, ya vemos la gentil tez de la cara antes del tiempo que tal se para; como se estraga todo, está claro que luego hiede el aliento y se gastan los dientes , y comúnmente por todo el cuerpo sale una agrura de mal, olor, así del albayalde y azogue , como de las aguas destiladas y jaboncillos, y unturillas con que se preparan la cara, como un retablo en que se ha de pintar algo el día siguiente, y otras muchas medicinas y adobos, que no bastaría todo un libro; y son tales, que Ovidio con: razón las llamó ponzoñosas, y como muy bien dice Juvenal, la mujer que se pone en la cara tantas medicinas y mudas , y tantas sopas de centeno cocido: ¿ diremos aquella ser cara, o algún divieso ? y lo que dice Plauto: Estas que cubren las tachas de sus cuerpos con medicinas y emplastos, luego que el sudor se ha mezclado con las unturas, hieden como una diversidad de muchos caldos de cocina revueltos, que no sabes a qué huele, sino que sientes aquel mal olor. Muchas otras cosas dicen los Escritores, y yo las proseguiría más largamente, si no fuese nascido en tierra do son muy reprehendidas las mujeres de esto (entre otras naciones), y no sin razón. En lo cual tengo por bien reprehender a mi dulce patria, para que se guarde de hacer cosa, por do merezca reprehensión.

Y tornando a mi propósito, digo que, si la doncella no se puede casar si no se afeita, le es muy mejor no casarse en toda su vida, que casarse con hombre á quién ha de agradar más el albayalde que su mujer, y esto ofendiendo a Dios su Criador; Dime, triste, ¿y qué puedes esperar de un hombre, a quien ha de agradar más la costra blanca que la mujer buena? Dióte Dios cara humana a semejanza de su hijo precioso, y no te la dio así desnuda, porque uno inspirado en ella el espíritu de la vida, para que la imagen de aquel, que es verdadera vida de todas las cosas criadas, resplandezca en ella, y tú la ensucias y cargas de lodo: si el Apóstol San Pablo dice, que no es bueno el hombre cubrirse la cabeza, sino es con mucha necesidad, ¿qué piensas que dirá de la imagen y semejanza de Dios ensuciada en el rostro de la mujer?”
Juan Luis Vives. Instrucción de la mujer cristiana. Imprenta Benito Cano. Madrid. 1793. pp. 68-70.
La Educación o Instrucción de una mujer cristiana fue publicado en 1523 como base para la educación de la fututa reina María I de Inglaterra, hija de Enrique VIII. En el extracto que aportamos se hace una enconada crítica sobre el abuso del los cosméticos, que en esa época se denominaban afeites. El albayalde y el arrebol se utilizaban a modo de maquillaje y colorete respectivamente.
El Diccionario de Autoridades (1726) define afeite como: «El aderezo, o adobo que se pone a alguna cosa, para que parezca bien, y particularmente el que se ponen las mujeres para desmentir sus defectos, y parecer hermosas. Viene del verbo afectar, por el cuidado que se pone en parecer bien.»