“Después de comprados los cabellos, tales cuales salen de la cabeza de que se cortaron, se les prepara, dándoles la consistencia, rizo, y disposición necesaria, a fin de poderlos después emplear en la construcción de una peluca sólida, y durable: y cuya maniobra es un verdadero trabajo, que consta de cantidad de circunstancias indispensables, como ahora veremos. Comiénzase, dividiendo los cabellos en pequeñas porciones, que se atan por en medio, pero un poco más hacia la cabeza del pelo: llámase cabeza del pelo aquel lado que efectivamente estaba más inmediato a la cabeza; y el otro lado se llama la punta del pelo.
Tómase después cada porción, y se va echando a desengrasar. Tiénese ese para esta operación prevenida harina gruesa común o de avena, o salvado o afrecho[1] fino; y algunos se sirven de harina blanca muy fina. Empapase muy bien en cualquiera de estos ingredientes cada porción de pelo referida, y sacándola poco después, y sacudiéndola, queda entonces el pelo bastantemente desengrasado.

Métense luego todas las porciones desengrasadas que se pueden en una carda grande colocando las puntas de los cabellos hacia si para poder sacarlos por ellas, lo que se ejecuta tomando con el dedo pulgar de la mano derecha, y una de las hojas de las tijeras grandes entreabiertas, aquellos cabellos que sobresalen a los demás, los cuales se van sacando, y juntando en la mano izquierda.
Junta ya en dicha mano una cierta cantidad, se ata por cerca de su cabeza con una hebra de hilaza. Pónese aparte cada paquete o atado, y se prosigue sacando siempre los cabellos más largos, y colocando los paquetes uno sobre otro en cruz para que no se mezclen, y confundan; y este es el modo de que vengan a quedar separados por sus tamaños, y se tengan primero los más largos, después los de en medio, y luego los más cortos: pero cuando los cabellos son preciosos, se sacan primero por las cabezas, y después por las puntas para no desperdiciarlos. Preparados así todos estos atados, o paquetes, se ensartan en muchas porciones proporcionadas, y desde entonces ya quedan en citado de poderse rizar.

El pelo blanco, y los colores claros, necesitan de algún cuidado más que los colores comunes. Si se ve que no están bien desengrasados, por medio de la operación, que ya queda notada, se lavan con jabón blando: tomase después un poco de añil en bruto, y metiéndolo en un pedazo de lienzo, se forma con él una muñequilla, que remojándola muy bien en agua tibia, se exprime luego con fuerza, hasta que se ve, que el agua queda bastantemente cargada de una tintura azul muy oscura: mojanse en ella entonces los cabellos, y dejándolos después secar, adquieren con esta preparación un viso azul claro, que les impide colorear en adelante.
El blanquear los cabellos con el vapor del azufre, es una máxima perversa, porque en este caso quedan demasiadamente secos, y quebradizos. Sin embargo, puede blanquearle así la crin del caballo, porque es más fuerte, y lavar también las colas de ternera en agua de jabón para quitarlas su amarillo.”

Garfault. Arte del Barbero-Peluquero-Bañero. Almarabu. 1992.
Este tratado fue traducido al castellano por Manuel García Santos y publicado en Madrid en 1771.
[1] Salvado.