“Pigmalión, ya que las había visto vivir (a las mujeres) inmersas en medio de la depravación, ofendido por los vicios que en muy gran número la naturaleza dio al alma femenina, vivía soltero sin esposa y durante largo tiempo careció de compañera de lecho. Entretanto, con técnica admirable esculpió con éxito un marfil blanco como la nieve y le dio una hermosura con la que ninguna mujer puede nacer, y se enamoró de su obra. El rostro era de una verdadera doncella, de la que pensarías que vivía y que quería moverse si no se lo impidiera su pudor: hasta tal punto se oculta el arte en su arte. La admira Pigmalión y apura en su pecho pasiones por lo que parece un cuerpo. A menudo acerca a la obra sus manos que intentan comprobar si aquello es de carne y hueso o si aquello es marfil, y todavía no confiesa que sea marfil.

Le da besos y piensa que se los devuelve, y le habla y la coge y cree que sus dedos se quedan fijos en los miembros tocados y teme que le salga una moradura al cuerpo presionado y unas veces le dirige piropos, otras veces le lleva regalos agradables para las muchachas, conchas y piedras torneadas, pequeñas aves y flores de mil colores y lirios y pelotas intadas y lágrimas de las Helíades caídas de su árbol también adorna con vestidos su cuerpo; le pone en los dedos piedras preciosas, le pone largos collares en el cuello; de las orejas cuelgan livianas perlas, del pecho cordoncillo; todo la embellece; y desnuda no parece menos hermosa. La coloca sobre un colchón teñudo por la concha de Sidón y la llama compañera del lecho y coloca su cuello recostado en blandas plumas como si tuviera sensibilidad.

Había llegado la fiesta de Venus, día muy celebrado en toda Chipre, y, golpeadas en su níveo cuello, habían caído novillas cubiertas de oro en sus recientes cuernos y humeaba el incienso cuando, tras haber hecho su ofrenda, se detiene ante el altar y con timidez dijo Pigmalión: “Dioses, si podéis conceder todas las cosas, deseo que sea mi esposa”, no atreviéndose a decir “la joven de marfil” dijo “semejante a la de marfil.” La dorada Venus, tal como asistía en persona a su festividad, se dio cuenta de cuál era la intención de esa súplica y, como augurio de una divinidad amiga, por tres veces se encendió la llama y llevó por el aire su extremo. Cuando regresó, buscó aquél la estatua de su amada y, recostándose en el lecho, la besó; le pareció que estaba tibia; acerca de nuevo la boca, también palpa el pecho con sus manos: el marfil palpado se reblandece y, perdiendo su rigidez, se amolda a los dedos y cede, como se ablanda la cera del Himeto bajo el sol y, ablandada por el pulgar, se adapta a muchas formas y se hace útil por su propio uso.

Mientras se queda atónito y se alegra con dudas y teme engañarse, una y otra vez el enamorado vuelve a tocar con la mano el objeto de su deseo; era de carne y hueso: laten las venas al contacto del pulgar. Entonces verdaderamente el de Pafos pronuncia palabras muy llenas de contenido con las que da gracias a Venus y oprime con su propia boca una boca que por fin ya no es de ficción y la joven se dio cuenta de que le daban besos y se cubrió de rubor y, levantando sus tímidos ojos en dirección a la luz, a la misma vez que al cielo contempló a su enamorado. A la boda que propició asiste la diosa y, tras haberse juntado durante nueve veces los cuernos de la luna en un disco completo, ella dio a luz a Pafos, de la que la isla tiene su nombre.”
Ovidio. Metamorfosis. Madrid: Cátedra. 2003. pp. 565-568.

Las Metamorfosis de Ovidio es una obra poética, concluida en el año 8. d. C., que narra más de doscientos cincuenta mitos. Se trata de uno de los más importantes clásicos de la literatura latina.