Una conferencia de Oscar Wilde


Napoleon Sarony. Oscar Wilde. 1882. Metropolitan Museum of Art. Nueva York.
Napoleon Sarony. Oscar Wilde. 1882. Metropolitan Museum of Art. Nueva York.

          «…Tal vez una de las cosas que nos resulta más difícil sea escoger un atuendo para hombre que sea al mismo tiempo digno y alegre. Habría más alegría en la vida si acostumbráramos a usar todos los bellos colores para confeccionar nuestras prendas de vestir. El vestido del futuro, así lo pienso, usará en gran medida telas anchas y rebosará colores alegres. Hoy en día, hemos perdido la nobleza en el vestir y, en la suerte, casi hemos hecho desaparecer al escultor moderno. Pues, observando las figuras que adornan nuestro parques, casi cabría anhelar la desaparición definitiva de ese noble arte. Ver la chaqueta de salón hecha en bronce o el chaleco doble perpetuado en mármol, iguala en horror a la muerte.

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Anton Van Dyck. Carlos I cazador. Hacia 1635. Museo del Louvre

          Pero lo cierto es que si buscamos en la historia de la indumentaria respuestas a algunas preguntas, poco bello o conveniente encontraremos. Una de las primeras formas fue la túnica griega, muy elegante y aún llevada por doncellas. Luego también estaría, y ruego se me perdone este mi entusiasmo, la indumentaria de tiempos de Carlos I, muy bellas sin duda, tanto es así que aunque la inventaron los Cavaliers (realistas) acabaron adoptándola los Puritanos (parlamentarios o roundheads). La vestimenta infantil de esa época también merece especial mención. Fue una edad muy dorada para los más pequeños. No creo que se les pueda ver más adorables que en los cuadros de esos años. La vestimenta inglesa del pasado siglo también es notablemente elegante y agraciada. Nada hay de raro o extraño en ella, sino que rebosa armonía y belleza.

Anton Van Dyck. Los tres hijos mayores de Carlos I. 1635-1636. Colección Real inglesa.
Anton Van Dyck. Los tres hijos mayores de Carlos I. 1635-1636. Colección Real inglesa.

          En estos nuestros días, tras padecer las terroríficas incursiones de los modernos modistos, oímos a las damas presumir de que llevan sus vestidos solo una vez. En los viejos tiempos, cuando los vestimos estaban decorados con hermosos dibujos y bordados con finura las damas se enorgullecían de vestir sus prendas y de legarlas a sus hijas -un ejercicio que, supongo, el marido moderno, sabrá apreciar, cada vez que le toque saldar las facturas de su mujer.

Jean-Philippe Worth. Vestido de baile. Hacia 1892. Metropolitan Museum. Nueva York.
Jean-Philippe Worth. Vestido de baile. Hacia 1892. Metropolitan Museum. Nueva York.

          Y, ¿cómo habrían de vestir los hombres? Los hombres suelen decir que no les preocupa mucho esta cuestión, que la consideran una cuestión menor. Debo, sin embargo, responder que no me creo tal cosa. En todos los desplazamientos que he podido hacer atravesando este país, los únicos hombre bien vestidos que pude ver –y al decir esto anticipo mi menosprecio ante la eventual indignación de los dandis (neoyorquina) Quinta Avenida- fueron los mineros del Oeste. Sus sombreros de ala ancha, que les protegen del sol y de la lluvia, y sus abrigos, de lejos la pañería más hermosas jamás inventada, merecen toda nuestra admiración. Sus botas altas estaban hechas con criterio y resultaban muy adecuadas. Vestían solo lo que les permitía estar cómodos, y por tanto se veían agraciados. Cuando los miraban, no podía dejar de pensar con pesar en el momento en que estos mineros pintorescos tras hacer fortuna, regresarían al Este en las engañosas abominaciones del moderno atavío de moda. Tan preocupado estaba que hice prometer a más de uno que, cuando regresara a los populosos escenarios de la civilización del Este, seguiría llevando su hermoso atuendo. Pero no creo que respeten la promesa…»

Mineros. EEUU.
Mineros. EEUU.

Oscar Wilde. Fragmento de “Las artes decorativas”, conferencia impartida el 3 de octubre de 1882 en Fredericton, Canadá.