Fiestas de toros en la Plaza Mayor de Madrid


          A finales del siglo XVII la condesa Marie Catherine d´Aulnoy, una aristócrata francesa, visitó nuestro país escribiendo posteriormente un interesantísimo libro titulado Relación del viaje a España en el que fue narrando los diversos lugares que conoció y como eran nuestras costumbres por aquellos tiempos. No falta, por tanto, un pasaje sobre una corrida de toros que tuvo ocasión de presenciar en la Plaza Mayor de Madrid. La escritora describe pormenorizadamente todo el acontecimiento, desde la llegada de las reses bravas a la capital hasta la preparación del coso, pasando por la indumentaria de los participantes, la colocación de los espectadores y la lidia en sí. El festejo que nos relata fue presidido por el mismo rey Carlos II, y según cuenta las reses bravas procedían de Andalucía: “Sabido que los toros más bravos están en esos sitios”. Una vez en la capital los herraban y alimentaban tras lo que lo cual escogían a los más apropiados para la lidia y les dejaban descansar: “Cuando ya han descansado bastante, enarenan la plaza Mayor, y ponen alrededor barreras a la altura de un hombre, que están pintadas con las armas del rey y de sus reinos”.

Juan de la Corte. Plaza_mayor de Madrid. Siglo XVII. Museo Municipal. Madrid.
Juan de la Corte. Plaza mayor de Madrid. Siglo XVII. Museo Municipal. Madrid.

          Una corrida de toros con la presencia de la corte en pleno debía ser un auténtico espectáculo, se daban cita en ella todas las clases sociales ocupando el público los lugares de acuerdo a su posición social o a sus cargos. Lógicamente el rey se situaba en el centro, en un balcón más amplio y “todo dorado”. Alrededor del monarca encontraban los embajadores de los distintos reinos con presencia en Madrid tales como: los de Francia, Inglaterra, Polonia, Saboya, Suecia, Dinamarca y en nuncio de Su Santidad entre otros. También asistían los más altos funcionarios del Estado pertenecientes al Consejo de Castilla, de Aragón, de la Inquisición, de las Indias, de la Guerra o de Hacienda entre los mas destacados, junto con los miembros del ayuntamiento, magistrados y la nobleza: “…están colocados cada uno según su rango, y a costa del rey o de la ciudad que alquila los balcones de los diversos particulares que allí residen”.

Pieter van der AA. La Plaza Mayor de Madrid. 1707.
Pieter van der AA. La Plaza Mayor de Madrid. 1707.

          Las corridas de toros se prolongaban durante horas por lo que a los invitados por el rey se les ofrecía una suculenta merienda además de diversos obsequios: “…en cestas muy limpias, y con esa merienda, que consiste en frutas, dulces y helados, guantes, cintas, abanicos, jabones, medias de seda y ligas. De suerte que a menudo esas fiestas cuestan más de cien mil escudos”. Esa suma tan enorme se obtenía de las multas y según afirma la dama francesa no se atreverían en ningún caso a gastar esos fondos en otros menesteres ya que: “…si lo hiciesen podría estallar una sedición; tan encantado se muestra el pueblo con esa clase de festejos”. Es interesante comprobar como la afición a los toros era colosal y absolutamente imprescindible para los españoles. Sobre este punto, es interesante recordar las palabras del mismo Felipe II al Papa cuando la Santa Sede trató de prohibir este tipo de espectáculos. Sixto V publicó en 1567 la bula “Salute regis” que rezaba de la siguiente manera: “Estos espectáculos tan torpes y cruentos, más de demonios que de hombres…Quedan abolidos en los pueblos cristianos. Prohibimos bajo pena de excomunión a todos los príncipes, cualquiera que sea su dignidad, lo mismo eclesiástica, que laical, que asistan a tales espectáculos”. El rey de España hizo caso omiso afirmando que los toros estaban en la misma sangre de los españoles.

Plaza Mayor de Madrid. Plano de Texeira. 1656.
Plaza Mayor de Madrid. Plano de  Pedro  de Texeira. 1656.

          Volviendo a la plaza Mayor de Madrid, nos encontramos a Carlos II llegando en carroza escoltado por un imponente cortejo de guardias de Corps y de pajes, todos ellos a pie. La carroza de su majestad iba precedida por otras que ocupaba diverso personal palatino y la que iba justo delante de la suya viajaba vacía, a esto se le denominaba “carroza de respeto”. La plaza desplegaba sus mejores galas para ser testigo de tan magno acontecimiento, los balcones se alquilaban a precios astronómicos y se adornaban con tapices y doseles. Los espectadores no quedaban a la zaga, ya que según nos cuenta la condesa: “Los caballeros saludan a las damas que están sobre los balcones, libres de sus mantos. Van adornadas con todas sus pedrerías y con lo mejor que tienen. No se ve más que telas magníficas, tapicerías, almohadones y alfombras ribeteadas de oro. Jamás he visto nada más deslumbrante”.

Grabado Auto Fe Pza Mayor Madrid. 1600.
Grabado de un Auto Fe .Plaza Mayor Madrid. 1600.

          Estamos ante un espectáculo  de masas , patrocinado por la misma Corona y en la que participaba todo el espectro social. La lidia era protagonizaba por nobles caballeros, magníficamente vestidos y escoltados por lacayos, que debían demostrar su temple y su pericia como consumados jinetes. El festejo comenzaba con un complicado ceremonial: “Cuando todas las cosas están ya dispuestas, los capitanes de los guardias y los otros oficiales entran en la plaza montados sobre hermosísimos caballos y seguidos de las guardias española, alemana y borgoñona. Van vestidos de terciopelo o de raso amarillo, que es el color de las libreas del rey, con galones aterciopelados carmesí, oro y plata”. Los jinetes nobles eran los protagonistas de la fiesta, aunque siempre estaban auxiliados por lacayos a pie. Durante los siglos XVI y XVII el toreo que practicaba la nobleza fue el rejoneo, modalidad que comenzó a practicarse después de la Reconquista.

          El modo de vestir de los asistentes, los caballeros rejoneadores y sus séquitos eran cuestión de suma importancia. El único diplomático que podía ir vestido a la moda de su país era el embajador francés: “Ordinariamente, es el embajador de Francia el que llama más la atención, porque su séquito va todo vestido a la francesa, y es el único embajador que goza de este privilegio, porque los otros van vestidos a la española”. El festejo del que estamos hablando tuvo lugar con motivo de la boda del rey con la princesa francesa María Luisa de Orléans. Por lo señalado del acontecimiento la puesta en escena fue particularmente rica y cuidada. Los rejoneadores vestían de negro aunque con gran riqueza: “…con trajes bordados en oro y plata, de seda o de azabaches. Llevaban plumas blancas mosqueadas de diferentes colores, que se alzaban en un lado del sombrero, con una rica escarapela de diamantes y un cordón de lo mismo. Lucían bandas, unas blancas, otras carmesí, azules y amarillas, bordadas en oro mate; algunos las llevaban en la cintura, otras puestas en tahalí y otros al brazo”. A la riqueza de la indumentaria de los rejoneadores había que sumarle la de sus comitivas compuestas cada una por nada menos que cuarenta lacayos vestidos con tejidos ricos como el muaré de oro o el damasco. En definitiva, la corte madrileña echaba literalmente la casa por la ventana en los festejos taurinos, el espectáculo de masas más antiguo de la humanidad que ha llegado al siglo XXI.

3 Comentarios

  1. Comentar que Velázquez tuvo, entre sus funciones como aposentado mayor de palacio, la de dirigir la puesta en escena y logística de estos eventos, desde la distribución de los asistentes en ventanas y balcones hasta la decoración de los mismos con reposteros y tapices. Él mismo tenía asignado el balcón 48, sobre el arco de cofreros.
    Aquí una imagen donde puede verse la indumentaria negra que describes:

    http://www.memoriademadrid.es/buscador.php?accion=VerFicha&id=10020&num_id=45&num_total=146

    Gracias!

  2. Bárbara dice:

    Muchas gracias a ti. Un saludo.

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